Publicado en [Personal] Historias de Rol de Warcraft

3º Parte: Memorias de Eolion

Unos apresurados pies subían por las escaleras de madera desde el vestíbulo de la posada hacia las habitaciones. Eolion estaba sonriendo como no lo hacía en varias semanas. Sujetaba entre sus manos unos presentes que le regaló su mejor amigo y del cual no esperaba su llegada. Abrió abrupta la puerta de su habitación y volvió a encerrarse mientras reía bajito entre la dicha y el entusiasmo, con ganas de volver a sentarse en la silla, coger el diario del cajón y volver a redactar sus memorias:

«Hoy mi corazón se llena de dicha. Raynard ha regresado después de semanas fuera de Linde. Un rayo de luz alumbra mi vida. Me he sentido tan perdida sin él que ahora parece que todo tiene color. Volvió cargado de regalos, ¡al fin puedo proteger este diario! Me ha regalado un tomo-arcón para esconder cualquier cosa que necesite sin pensar que algo así podría darme garantías de que mi secreto esté bien guardado. Tal tomo, simulando la de un libro antiguo con mosaicos y runas en la tapadera, sólo se abriría si embuía mi magia en él. Las runas reflejarían mi poder arcano bajo mi esencia y solo yo podría abrirlo. Debo continuar. Mis deseos de abandonar se acrecientan cada vez más, ¿o tal vez es por que Raynard está aquí? No lo sé… siento una esperanza que hacía tiempo no sentí. Una seguridad que arde en mi cada vez más:

No quisiera omitir la razón de por qué tienes una petaca de plata en tu baúl o en la maleta que tal vez lleves contigo. Tiene un importante significado. Se trata de la petaca de Edward.

Me enteré más tarde que pronto iban a celebrar el Año Nuevo Lunar del Carnero que el Ministro Wi celebraba en su mansión. Necesitaban personal, y a mi me venía perfecto las horas extras. El dinero me serviría para ahorrar para otro vestido que encuentre de ocasión. Agradé a la señorita Desfire en la entrevista, organizadora del cátering y quien se ocupaba del personal. Días después llegó ese día donde toda la nobleza iban a asistir a ese evento. Todo pareció ir bien, la aristocracia se reunió mientras charlaban de temas aburridos, servía la bandeja con las bebidas, o los canapés. Casi en mitad de la velada, el Ministro Wi apareció bajando por las reales escaleras tapizadas con una alfombra roja, donde dio un discurso a favor del reino y de Tyria. Pensé que sería un discurso aburrido, sin embargo, estaba cargado de un mensaje de unión contra los dragones que habían despertado. Al finalizar su discurso, la oleada de murmullos volvió a ambientar la sala de recepción y los músicos volvieron a tocar una suave melodía para acompañar. Pero algo inesperado ocurrió ese día, donde la velada terminó en desgracia. Se había cometido un secuestro y se desconocía quien lo orquestó. Lo que sí se supo, es que eran invitados que habían asistido al evento, con otros nombres y con otro aspecto.

En principio, a pesar del suceso, no me interesaba demasiado. Creí que lo mejor era dejarlo en manos de los Serafines y que ellos se ocupasen del caso. Ese día, era el último día que pasaría con mi mejor amigo Raynard, pues él se iría al Priorato hacia las tierras de los Norns, y aunque en el fondo de mi corazón, hubiera ido con él y aprender magia por los mejores maestros Hipnotizadores, debía quedarme. Mi juramento con la orden me ataba al Susurro de la Doncella… hasta donde sea capaz. Para ayudarme en mis intentos de convertirme en Presea y cumplir con mis objetivos en un futuro, me regaló tres perfumes caros.
Al día siguiente, un joven llamado Erill que era un reportero del Daily Quaggan, quería sobornarme para poderle decir si sabía algo del secuestro. Obviamente, no sabía nada y me extrañaba que me preguntase justamente a mí. Sin embargo, confiaba que al estar en el Susurro de la Doncella, podía saber más de lo que aparentaba. Erill me hizo pensar sobre el caso, me interesó. Los ineptos de los Serafines no parecían resolverlo por que quienes lo hicieron, eran profesionales, apenas dejaron pistas. Sabía en ese instante quién podría ayudar a resolver el caso, quien podía indagar mejor, era Edward. Pensé que si le diese un objetivo, el dejaría de ir de taberna en taberna bañándose en whisky, aunque lo cierto es… que nunca le he visto borracho… o eso creo. Quería verle en acción, quería saber si sus proezas que tanto me contaron sobre él eran verdad.

Tenía que ensayar qué iba a decirle. Hablar con Edward me ponía nerviosa, temía que me descubriese pasase lo que pasase. Aprendí mi papel como Presea, la mujer enmascarada con ese vestido que compré en las subastas. Parecía una auténtica hipnotizadora adinerada enseñando mis curvas y perfumada con esos aromas embriagadores que Raynard me regaló. No debía sentir vergüenza, cualquier distracción era prioritaria para que no supiera quien era. Debía pensar muy bien el plan y de hecho lo tenía todo atado. Cualquier pregunta que me dijese, debía ser respondida con prontitud y sin titubear. La recompensa, sería lo que Erill me ofreciese, y esperaba una suma exquisita por darle la mejor exclusiva del secuestro con todo lujo de detalles para el periódico. Sabía donde encontrarle, me informaron que Edward frecuentaba la taberna más maleante de Linde «El comienzo del fin», un nombre apropiado.
Fuí a verle, y aunque logré engañarle y no supo quien era, insistía conocer quién me contrató. Lo que le dije era sencillo de entender: Me había contratado un noble cercano al Ministro Wi. Quería total discreción para que se resuelva el caso. Le expliqué la situación actual de la investigación de los Serafines, incluso me identifiqué como miembro de la Orden de los Susurros diciéndole discretamente el santo y seña. Me sacó de ese tugurio para poder hablar en privado en un callejón. Volvió a insistirme quién me contrató. No quería el dinero, quería información, no confiaba en mí ni en mis palabras. Y aunque quise ser sutil, segura, persuasiva y tenaz, se negó a ayudarme. Mi error fue cogerle el brazo para detenerle. Me acorraló contra la pared, aún recuerdo lo que me dijo cuando presionó su cuerpo contra el mío, lastimándome: «¿querías verme en acción? Bien… la tendrás». Me dio un puñetazo en el estómago, y mientras estaba encogida, quise quitarle la capucha, de hecho lo había conseguido, pero él fue más rapido, me aturdió dándome un cabezazo, mi cráneo rebotó contra la pared, me hizo una brecha. Mientras estaba aturdida, me estranguló. No podía respirar.»

Eolion paró de escribir y se tocó el cuello. Aún recuerda cómo se sintió, como el pánico la cegó. Dio un suspiro y continuó escribiendo:

«Me tiró al suelo. Yo me encontraba boca abajo, tratando de levantarme, pero me quedé a gatas, procurando llenar de aire mis pulmones y sujetarme el estómago lastimado. Me dio la vuelta con la punta del pie y sacó una de sus dagas enfundadas. Todo pasó en décimas de segundo cuando reaccioné al ver que estaba apunto de matarme. Primero intenté desenvainar la espada que tenía, pero me cogió la muñeca con tanta fuerza que me obligó a soltarla. Después, no sé cómo, tal vez por el pánico, por instinto de supervivencia, conseguí reducirle dándole una patada en sus partes. Mientras él caía de rodillas agonizando, gateé hacia atrás, sentí la mano de Edward que quería alcanzar mi tobillo, pero conseguí zafarme y huí de ahí tan rápido como mis piernas supieran correr. La adrenalina recorría mi cuerpo, las piernas me ardían. Veloz y sin rumbo, recorrí las calles de Linde hasta ir a un rincón donde podía estar segura en el Pabellón de la Corona. Me senté en el suelo. Sólo pensaba en que Edward podría haber sido capaz de matarme. Fracasé en mi «maravilloso» plan… y mientras luchaba por respirar en ese ataque de ansiedad, el dique que atenazaba mi garganta se liberó y las lágrimas rodaban raudas por mis mejillas. La boca del estómago me dolía tanto que vomité. Dioses… nunca había tenido tanto miedo. Toda esa seguridad ficticia que me creé como Presea comprendí que no era más que una mentira, y fuí tan estúpida, que antes de que pasara todo esto, me la creí.

Cuando sentí que podía estar algo más calmada, horrible con esas ropas que no pegaban conmigo, volví a la posada. Me dolía el cuerpo y las piernas me flaqueaban. Me di un baño. Tenía la máscara que me cubrió la cabeza manchada de sangre por la parte de atrás. Sané mi cabeza como pude, ya no sangraba. Tomé un brebaje para el dolor de cuerpo y me metí en la cama, lloré un poco más e intenté que ese brebaje asqueroso haga su efecto y me ayude a dormir.

Al día siguiente, me miré al espejo y me horroricé viendo mi cara demacrada con ojeras: Tenía un poco de chichón en la frente algo amoratado. En mi cuello se veían las marcas de los dedos de Edward y en mi muñeca. No podía tocarme la cabeza, también tenía un chichón en ella y bastante lastimado. Procuré llevar un pañuelo en el cuello y un jersey de manga larga. No sabía como tapar la frente, o disimularlo, así que, si Bob preguntase, tenía preparada la excusa de que me había caído y me di contra la pared de la forma más patosa y ridícula. Cuando llegó el momento de contárselo a Bob, tan solo me asintió y aceptó esa mala versión, pero no se lo creyó; más bien, se preocupó. No se me daba bien esta vez mentirle, pero no insistió. Cumplí con mi obligación, pero no lo hacía con la energía que solía hacerlo siempre.

Mientras fregaba el suelo a espalda de la entrada de la posada, Edward apareció esa mañana para solicitar una audiencia con el Maestro Iron con la intención de hablar sobre lo sucedido de aquella noche y saber quién era esa ‘agente’. Sentí la sangre recorrer por mis venas, me sobresaltaron las alarmas y me escondí de él. Si me viese magullada, enseguida sabría que yo era la mujer enmascarada, debía ocultarme. A Edward le extrañó mi actitud y aún más que me fuera así tan abruptamente, pero no hizo caso. Bob le sirvió su típico vaso de whisky, manifestando su preocupación por mí a él. A él… que poco le importaba siquiera tanto mi vida como mi presencia en esta posada. A él que siempre me ha tratado como si fuese una persona despreciable por las veces que he intentado que dejase de beber y darle razones para que me odie.

Salió de ahí tras apurar su copa y di un enorme suspiro de alivio liberando esa tensión. Cogí el cubo de fregar y la eché en las rendijas de las cloacas de fuera de la posada. No le había visto, ni presté atención si estaba cerca o lejos. Normalmente suele desaparecer nada más irse, pero supongo que lo poco que pudo ver de mí en la posada le llamó la atención. Entró. Estaba a mis espaldas y ni siquiera le había visto, ni Bob me advirtió que me seguía a la cocina. Me sobresaltó cuando me di la vuelta y vio mi frente. Palidecí, me hizo preguntas, yo le evadí. Quiso que le siguiera al ático de la posada donde estaba el cuarto de armas de la orden para hablar. Me costaba subir las escaleras, aún me dolía la boca del estómago y se dio cuenta que me movía dolorida por mucho que tratara de ocultárselo. Tenía miedo. Jamás tuve miedo a Edward como ese día. Había escuchado tantas veces sus amenazas por darme una paliza, que esta vez me lo creí. Volvió a preguntarme cómo me hice eso, me obligó a apartarme el pañuelo del cuello. Tenía ganas de salir corriendo, incluso le dije que tenía que hacer la comida y que no podía quedarme ahí, pero me respondió que de poder podía salir de ahí, pero tendría problemas si intentase cruzar esa puerta. Palidecí, el corazón me latía con tanta fuerza que probablemente, hasta Edward lo escuchaba.

Se quitó el guante derecho y me levantó la mano. Aparté la cara de la aprensión y cerré los ojos, estaba segura que iba a pegarme. Sinceramente… lo merecía. Le engañé, me hice pasar por otra y mi error me aplastaba más y más mi conciencia, pero en lugar de eso, sentí sus dedos que tocaban lo que me hizo en el cuello. No quise que me tocara, le aparté la mano sin ser brusca. Me hablaba… reprendiéndome con un tono seco por mi locura. Volvía a intentar tocar mi cuello, no vi su rostro en ningún momento, pero continuamente le apartaba la mano. Tenía la cabeza agachada, no quería que viese mi vergüenza y a todo le decía «sí, señor». Finalmente, me agarró de la barbilla y me obligó a mirarle a los ojos para amenazarme que jamás me atreviese por mi bien de volver a darle una patada en su entrepierna. Me intimidó tanto esa amenaza, que no me salían las palabras.

Terminó de hablar conmigo y volvimos a bajar esas escaleras. Volvió a la barra y sacó su petaca, pensé que quería que Bob la volviera a llenar de whisky, pero en lugar de eso le dijo que me la diese. No comprendí por qué me la daba, se marchó sin más y yo no quise preguntarle para no contrariarle, era la primera vez que deseaba que se fuera. Bob estaba perplejo y obedeció a la petición de Edward, yo me la quedé, pero a pesar de preguntarle a Bob por qué me la dió, él no tenía respuesta a esa pregunta».

Unos nudillos en la puerta la sobresaltó un poco y la interrumpió de seguir escribiendo.

-Eolion, ¿estás ahí? voy a llevar mis cosas en la habitación -era la voz de Raynard.

-¡Voy enseguida! -contestó sonriente.

Cerró el diario y esta vez, lo guardó en el tomo-arcón que le regaló su mejor amigo. Ahora podía ponerlo en la estantería con los pocos libros que tenía sobre magia básica. El diario estaba al fin seguro.

Autor:

"O todos, o ninguno". Nuestro lema. La unión nos hace fuertes, nos hace uno. La unión... nos hace invencibles.

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