Su segunda mañana, después de hacer sus tareas, subía a su habitación para continuar el diario. No quería tardarse tanto como el primer día, y para ella era crucial estar pendiente de las campanadas lejanas del barrio de Ossa donde anunciarían la hora y así, no volver a entretenerse. Pasara lo que pasara, debía ser muy cuidadosa, y lo más importante: no ponerse nerviosa ante cualquier indicio de sospecha por sus actividades dentro de su cuarto. Tenía que seguir escribiendo. Cada vez le obsesionaba la idea de que, si algún día decidiese abandonar la orden, la borrarían la memoria y debían hacerlo quiera o no quiera para proteger los secretos que guardaban en ella:
«Tengo que aprovechar cada momento en que me sea posible escribir para recordar también por qué en el fondo creí en la Orden, y esa fe, tenía que ver con Edward:
Él era un huesped en esa posada y lo cierto es que, a pesar de que me intimidaba su presencia, sentía una extraña atracción que no supe comprender, ni siquiera a día de hoy que relato esta historia. Había algo en él… que no podría explicar con palabras… como si… escondiera una infinidad de secretos y lo soportara. Su fortaleza. Su salvación… o su perdición.
Quería ser alguien servicial cuando salió de su cuarto y volvimos a encontrar nuestras miradas. ¿Por qué me desarmaba tanto su mirada? Él seguía enfundado en esa capucha, y la poca luz que arrojaba en la sala que daba a su habitación apenas me dejó definir su rostro, me costaba mantener la mirada por mucho tiempo. De todas las veces que le encontraba, olía a whisky del barato. Siempre con una petaca guardada o pidiendo un vaso de whisky en la barra. Era… distante, frío. Sólo hablaba con monosílabos. Autoritario, déspota, arrogante, prepotente, grosero… Dioses… era imposible. Al menos ese día repitió tortitas, le gustaron. No podía ofrecerle nada a menos que él lo pidiera y lo recalcaba con advertencias de agresión algunas veces. Y aún así… un estúpido imán me atraía a ese hombre. No era difícil saber que sus problemas de alcoholismo eran por tantas vivencias que le pasó, nació en mí una insensata razón de querer ayudarle frente a su alcoholismo siendo sutil al principio. Quería que comiese, sabía que no comía bien, y le preparaba toda clase de platos para que bebiera menos. No le ofrecía whisky en las comidas, si no agua o en el desayuno un café. Y a pesar de sus advertencias de partirme el cuello y de que me metiera en mis asuntos, yo seguía haciendo lo contrario. Fui una temeraria, sabía que lo haría y no le temblaría el pulso al hacerlo, pero yo seguía metiéndome en su vida, hasta que harto se fue. Para qué engañarnos… no me extrañaba.
Durante su estancia, conocí al jefe de la posada y Guardián de la Orden. Un pequeño asura que al principio creí que era un cliente. Ya de antes, llegó un charr que no conocía de nada y que quería que le apuntase su copa de ron al jefe. Yo, por supuesto, si no conocía a la gente, no fiaba. Eso le molestó considerablemente, pero no me importó. Había demasiado descarado por la ciudad como para que me metiese en un lío y perdiese mi trabajo ¡ni hablar! Pero me asaltaron las alarmas cuando vi que el pequeño asura y el charr iban directamente a mi cocina, ¿pero qué se habían pensado? ¿que aquí pueden entrar donde quieran? Je… cogí la escoba, ¡Los iba a echar a patadas! aún más cuando vi que se metían en el sótano, donde Melissandre me ordenó que bajo ningún concepto bajase. Bajé de inmediato con escoba en mano bramando que se largasen de aquí, que era propiedad privada. Pero el asura me paró los pies y me anunció amenazante que él era el jefe del establecimiento, y que si no me marchase de ahí, iba a despedirme.
Palidecí y me fuí de ahí corriendo a zancadas. Dioses… quería que la tierra me tragase. No tenía ni idea de quién era mi jefe, como tampoco tenía ni idea de qué estaba pasando en ese sótano. Me angustiaba por momentos pensando en que se acabó, en que iba a perder lo que tanto me costó ganar, mi trabajo. Se me hizo un nudo en el estómago. Me mandó arriba a hablar y sentía como la tierra empezaba a agrietarse bajo mis pies. Estaba muy tensa, agarrotada, y mirando esos enormes ojos del asura clavarse en los míos, estudiándome. Su pseudo era Iron, así se presentó. Me hizo preguntas sobre quién me contrató, sobre mi vida y respondí a todas. Una sonrisa se dibujó en esos pequeños labios y todo lo contrario de lo que pensaba que me iba a pasar me dijo que le gustaba. Me veía como un lienzo en blanco, me habló de la Orden, en lo que luchaban, en lo que creían, y que la Orden podría cumplir mi sueño de ser una Ilusionista, ya que dentro de ella también habían maestros. Ahí fue cuando conocí a la señorita Guilty que pasaba por ahí, o escuchó lo suficiente como para sentir curiosidad, aunque no me veía preparada. Yo tampoco, la verdad. Pero quise aprovechar esa oportunidad y acepté sin reservas. Juré que serviría a esa causa y me dio las condiciones que necesitaba seguir tanto trabajando en la posada, como de qué forma debía servir.
Prometió enseñarme, yo estaba ansiosa. Me llevó a un lugar que aparentaba ser solitario. Encima de una cabeza de águila, una enorme estructura de acero del Pabellón de la Corona. Aprendí sobre los dragones, sobre la magia que estaba imbuida en todo Tyria, el por qué luchabamos, lo que había sucedido hasta entonces. Y por alguna extraña razón, relacioné la primera vez que Edward salió de aquella cocina y nos encontramos. Sí… él era de la Orden, no tenía la menor duda. Pregunté. Me confirmó mis sospechas y quise saber más de él. Quería saber todo de él, quería saber quién era y su nombre. Él me dijo que respondía por cinco nombres, pero ninguno era el real. De lo poco que pudo contarme… todas las respuestas eran que él fue un miembro importante de la Orden. No solo eso, había hecho muchas cosas por Tyria, por la Orden, hasta que la abandonó. Dioses… ¿por qué la abandonó? ¿por qué? todo lo relacioné. Su adicción al alcohol y lo que hizo en el pasado. Algo había pasado, algo se me escapaba. Habían páginas en blanco. Mi interés por Edward se acrecentó, del mismo modo que mi fe en la Orden.
Pero mi instrucción se demoraba. Tan solo tuve un par de encuentros con el Maestro Iron, y mi sed de conocimiento era cada vez más intensa. Durante esos días en el que sólo atendía en la posada, conocí a Daril, un joven un poco desastre; llegamos a ser amigos. Llegué a aprender con él a sentir la magia. Él decía que la magia está en todos, tan solo debemos despertar los sentidos y me enseñó cómo, con un pequeño juego de notas escritas con magia. Creí que era difícil, pero en realidad, no fue así. Mi interés por la magia era tal que enseguida busque esas sensaciones mágicas que no se veían, pero sí notarse. Qué agradable era sentir como discurría por mis dedos, no me asustaba, me maravillaba. Era preciosa, era… poesía. Sí… era mi destino.
Daril creyó en mí, quise hacer cosas por mí misma con su ayuda. Siempre recordaré cuando me entregó mi primer libro de magia básica en el paraje cerca de la casa del árbol, fuera de Linde, y con ello, él buscaba en mí una oportunidad para poder ser algo más que sólo amigos. No estaba preparada para una relación, y aunque en alguna que otra ocasión me advertían que no me acercase a Edward y que era un hombre peligroso, mi corazón involuntariamente lo estaba aceptando. Pero debía olvidarlo en sentido emocional. En parte, sabía que tenían razón, que no era bueno para mí un hombre como él, ni siquiera contemplaba tener la más mínima oportunidad de que Edward me aceptase al menos en confianza. Daril no aceptaba un «No» por respuesta, así que… preferí darle un «Tal vez», conocernos mejor, ser amigos al menos, y quién sabe qué nos depararía el futuro. En ese momento pensé que Daril podría ayudarme a no obsesionarme con la idea de seguir acercándome a Edward. Pero… me equivoqué. A pesar de que mi cariño lo tenía, no podría quererlo de la misma forma que él me quería. Pero nunca se lo oculté.
El Maestro Iron me dijo en aquellos dos días que me estaba instruyendo, que debía hacerme un alter-ego. Una personalidad distinta cuando cubriera mi rostro frente al mundo cuando tocase hacer las misiones por mi propia seguridad. Una intérprete. Una persona distinta que vista de otra forma, que camine de otra forma, que hable con otra tonalidad. Nadie debía saber quién soy, excepto la orden o yo misma. Tenía que llamarme de otra forma, abandonar el nombre de Eolion cuando fuese ella. Así que, adopté el nombre de Presea como pseudo. Era el nombre de la Alhaja que perdí de mi madre cuando era niña. Jugaba con ella, lo único que tenía de su familia que poco habló de ella en vida. Me llevé una buena zurra.
Con Daril ensayé a ser ella. Una mujer segura, avispada, caminar con elegancia… y no como una campesina. Saber negociar y asomar esa sensualidad enterrada en no se donde. Compré vestidos en las subastas de Linde con las propinas que me daban los clientes de la posada. Eran bastante generosos. Mi primer vestido, era de una noble que subastaba sus vestidos pasados de moda. Eran atrevidos, pero no me importaba, solo tenía que remendar o reajustar con un poco de hilo, aguja y tijeras.»
Las camapandas del reloj anunciaban que pronto tenía que ir a comer. Eolion levantó la vista y apartó la pluma. Dio un hondo suspiro. Se mordió el labio inferior y volvió a guardar el diario al fondo del cajón.