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3º Parte: Memorias de Eolion

Unos apresurados pies subían por las escaleras de madera desde el vestíbulo de la posada hacia las habitaciones. Eolion estaba sonriendo como no lo hacía en varias semanas. Sujetaba entre sus manos unos presentes que le regaló su mejor amigo y del cual no esperaba su llegada. Abrió abrupta la puerta de su habitación y volvió a encerrarse mientras reía bajito entre la dicha y el entusiasmo, con ganas de volver a sentarse en la silla, coger el diario del cajón y volver a redactar sus memorias:

«Hoy mi corazón se llena de dicha. Raynard ha regresado después de semanas fuera de Linde. Un rayo de luz alumbra mi vida. Me he sentido tan perdida sin él que ahora parece que todo tiene color. Volvió cargado de regalos, ¡al fin puedo proteger este diario! Me ha regalado un tomo-arcón para esconder cualquier cosa que necesite sin pensar que algo así podría darme garantías de que mi secreto esté bien guardado. Tal tomo, simulando la de un libro antiguo con mosaicos y runas en la tapadera, sólo se abriría si embuía mi magia en él. Las runas reflejarían mi poder arcano bajo mi esencia y solo yo podría abrirlo. Debo continuar. Mis deseos de abandonar se acrecientan cada vez más, ¿o tal vez es por que Raynard está aquí? No lo sé… siento una esperanza que hacía tiempo no sentí. Una seguridad que arde en mi cada vez más:

No quisiera omitir la razón de por qué tienes una petaca de plata en tu baúl o en la maleta que tal vez lleves contigo. Tiene un importante significado. Se trata de la petaca de Edward.

Me enteré más tarde que pronto iban a celebrar el Año Nuevo Lunar del Carnero que el Ministro Wi celebraba en su mansión. Necesitaban personal, y a mi me venía perfecto las horas extras. El dinero me serviría para ahorrar para otro vestido que encuentre de ocasión. Agradé a la señorita Desfire en la entrevista, organizadora del cátering y quien se ocupaba del personal. Días después llegó ese día donde toda la nobleza iban a asistir a ese evento. Todo pareció ir bien, la aristocracia se reunió mientras charlaban de temas aburridos, servía la bandeja con las bebidas, o los canapés. Casi en mitad de la velada, el Ministro Wi apareció bajando por las reales escaleras tapizadas con una alfombra roja, donde dio un discurso a favor del reino y de Tyria. Pensé que sería un discurso aburrido, sin embargo, estaba cargado de un mensaje de unión contra los dragones que habían despertado. Al finalizar su discurso, la oleada de murmullos volvió a ambientar la sala de recepción y los músicos volvieron a tocar una suave melodía para acompañar. Pero algo inesperado ocurrió ese día, donde la velada terminó en desgracia. Se había cometido un secuestro y se desconocía quien lo orquestó. Lo que sí se supo, es que eran invitados que habían asistido al evento, con otros nombres y con otro aspecto.

En principio, a pesar del suceso, no me interesaba demasiado. Creí que lo mejor era dejarlo en manos de los Serafines y que ellos se ocupasen del caso. Ese día, era el último día que pasaría con mi mejor amigo Raynard, pues él se iría al Priorato hacia las tierras de los Norns, y aunque en el fondo de mi corazón, hubiera ido con él y aprender magia por los mejores maestros Hipnotizadores, debía quedarme. Mi juramento con la orden me ataba al Susurro de la Doncella… hasta donde sea capaz. Para ayudarme en mis intentos de convertirme en Presea y cumplir con mis objetivos en un futuro, me regaló tres perfumes caros.
Al día siguiente, un joven llamado Erill que era un reportero del Daily Quaggan, quería sobornarme para poderle decir si sabía algo del secuestro. Obviamente, no sabía nada y me extrañaba que me preguntase justamente a mí. Sin embargo, confiaba que al estar en el Susurro de la Doncella, podía saber más de lo que aparentaba. Erill me hizo pensar sobre el caso, me interesó. Los ineptos de los Serafines no parecían resolverlo por que quienes lo hicieron, eran profesionales, apenas dejaron pistas. Sabía en ese instante quién podría ayudar a resolver el caso, quien podía indagar mejor, era Edward. Pensé que si le diese un objetivo, el dejaría de ir de taberna en taberna bañándose en whisky, aunque lo cierto es… que nunca le he visto borracho… o eso creo. Quería verle en acción, quería saber si sus proezas que tanto me contaron sobre él eran verdad.

Tenía que ensayar qué iba a decirle. Hablar con Edward me ponía nerviosa, temía que me descubriese pasase lo que pasase. Aprendí mi papel como Presea, la mujer enmascarada con ese vestido que compré en las subastas. Parecía una auténtica hipnotizadora adinerada enseñando mis curvas y perfumada con esos aromas embriagadores que Raynard me regaló. No debía sentir vergüenza, cualquier distracción era prioritaria para que no supiera quien era. Debía pensar muy bien el plan y de hecho lo tenía todo atado. Cualquier pregunta que me dijese, debía ser respondida con prontitud y sin titubear. La recompensa, sería lo que Erill me ofreciese, y esperaba una suma exquisita por darle la mejor exclusiva del secuestro con todo lujo de detalles para el periódico. Sabía donde encontrarle, me informaron que Edward frecuentaba la taberna más maleante de Linde «El comienzo del fin», un nombre apropiado.
Fuí a verle, y aunque logré engañarle y no supo quien era, insistía conocer quién me contrató. Lo que le dije era sencillo de entender: Me había contratado un noble cercano al Ministro Wi. Quería total discreción para que se resuelva el caso. Le expliqué la situación actual de la investigación de los Serafines, incluso me identifiqué como miembro de la Orden de los Susurros diciéndole discretamente el santo y seña. Me sacó de ese tugurio para poder hablar en privado en un callejón. Volvió a insistirme quién me contrató. No quería el dinero, quería información, no confiaba en mí ni en mis palabras. Y aunque quise ser sutil, segura, persuasiva y tenaz, se negó a ayudarme. Mi error fue cogerle el brazo para detenerle. Me acorraló contra la pared, aún recuerdo lo que me dijo cuando presionó su cuerpo contra el mío, lastimándome: «¿querías verme en acción? Bien… la tendrás». Me dio un puñetazo en el estómago, y mientras estaba encogida, quise quitarle la capucha, de hecho lo había conseguido, pero él fue más rapido, me aturdió dándome un cabezazo, mi cráneo rebotó contra la pared, me hizo una brecha. Mientras estaba aturdida, me estranguló. No podía respirar.»

Eolion paró de escribir y se tocó el cuello. Aún recuerda cómo se sintió, como el pánico la cegó. Dio un suspiro y continuó escribiendo:

«Me tiró al suelo. Yo me encontraba boca abajo, tratando de levantarme, pero me quedé a gatas, procurando llenar de aire mis pulmones y sujetarme el estómago lastimado. Me dio la vuelta con la punta del pie y sacó una de sus dagas enfundadas. Todo pasó en décimas de segundo cuando reaccioné al ver que estaba apunto de matarme. Primero intenté desenvainar la espada que tenía, pero me cogió la muñeca con tanta fuerza que me obligó a soltarla. Después, no sé cómo, tal vez por el pánico, por instinto de supervivencia, conseguí reducirle dándole una patada en sus partes. Mientras él caía de rodillas agonizando, gateé hacia atrás, sentí la mano de Edward que quería alcanzar mi tobillo, pero conseguí zafarme y huí de ahí tan rápido como mis piernas supieran correr. La adrenalina recorría mi cuerpo, las piernas me ardían. Veloz y sin rumbo, recorrí las calles de Linde hasta ir a un rincón donde podía estar segura en el Pabellón de la Corona. Me senté en el suelo. Sólo pensaba en que Edward podría haber sido capaz de matarme. Fracasé en mi «maravilloso» plan… y mientras luchaba por respirar en ese ataque de ansiedad, el dique que atenazaba mi garganta se liberó y las lágrimas rodaban raudas por mis mejillas. La boca del estómago me dolía tanto que vomité. Dioses… nunca había tenido tanto miedo. Toda esa seguridad ficticia que me creé como Presea comprendí que no era más que una mentira, y fuí tan estúpida, que antes de que pasara todo esto, me la creí.

Cuando sentí que podía estar algo más calmada, horrible con esas ropas que no pegaban conmigo, volví a la posada. Me dolía el cuerpo y las piernas me flaqueaban. Me di un baño. Tenía la máscara que me cubrió la cabeza manchada de sangre por la parte de atrás. Sané mi cabeza como pude, ya no sangraba. Tomé un brebaje para el dolor de cuerpo y me metí en la cama, lloré un poco más e intenté que ese brebaje asqueroso haga su efecto y me ayude a dormir.

Al día siguiente, me miré al espejo y me horroricé viendo mi cara demacrada con ojeras: Tenía un poco de chichón en la frente algo amoratado. En mi cuello se veían las marcas de los dedos de Edward y en mi muñeca. No podía tocarme la cabeza, también tenía un chichón en ella y bastante lastimado. Procuré llevar un pañuelo en el cuello y un jersey de manga larga. No sabía como tapar la frente, o disimularlo, así que, si Bob preguntase, tenía preparada la excusa de que me había caído y me di contra la pared de la forma más patosa y ridícula. Cuando llegó el momento de contárselo a Bob, tan solo me asintió y aceptó esa mala versión, pero no se lo creyó; más bien, se preocupó. No se me daba bien esta vez mentirle, pero no insistió. Cumplí con mi obligación, pero no lo hacía con la energía que solía hacerlo siempre.

Mientras fregaba el suelo a espalda de la entrada de la posada, Edward apareció esa mañana para solicitar una audiencia con el Maestro Iron con la intención de hablar sobre lo sucedido de aquella noche y saber quién era esa ‘agente’. Sentí la sangre recorrer por mis venas, me sobresaltaron las alarmas y me escondí de él. Si me viese magullada, enseguida sabría que yo era la mujer enmascarada, debía ocultarme. A Edward le extrañó mi actitud y aún más que me fuera así tan abruptamente, pero no hizo caso. Bob le sirvió su típico vaso de whisky, manifestando su preocupación por mí a él. A él… que poco le importaba siquiera tanto mi vida como mi presencia en esta posada. A él que siempre me ha tratado como si fuese una persona despreciable por las veces que he intentado que dejase de beber y darle razones para que me odie.

Salió de ahí tras apurar su copa y di un enorme suspiro de alivio liberando esa tensión. Cogí el cubo de fregar y la eché en las rendijas de las cloacas de fuera de la posada. No le había visto, ni presté atención si estaba cerca o lejos. Normalmente suele desaparecer nada más irse, pero supongo que lo poco que pudo ver de mí en la posada le llamó la atención. Entró. Estaba a mis espaldas y ni siquiera le había visto, ni Bob me advirtió que me seguía a la cocina. Me sobresaltó cuando me di la vuelta y vio mi frente. Palidecí, me hizo preguntas, yo le evadí. Quiso que le siguiera al ático de la posada donde estaba el cuarto de armas de la orden para hablar. Me costaba subir las escaleras, aún me dolía la boca del estómago y se dio cuenta que me movía dolorida por mucho que tratara de ocultárselo. Tenía miedo. Jamás tuve miedo a Edward como ese día. Había escuchado tantas veces sus amenazas por darme una paliza, que esta vez me lo creí. Volvió a preguntarme cómo me hice eso, me obligó a apartarme el pañuelo del cuello. Tenía ganas de salir corriendo, incluso le dije que tenía que hacer la comida y que no podía quedarme ahí, pero me respondió que de poder podía salir de ahí, pero tendría problemas si intentase cruzar esa puerta. Palidecí, el corazón me latía con tanta fuerza que probablemente, hasta Edward lo escuchaba.

Se quitó el guante derecho y me levantó la mano. Aparté la cara de la aprensión y cerré los ojos, estaba segura que iba a pegarme. Sinceramente… lo merecía. Le engañé, me hice pasar por otra y mi error me aplastaba más y más mi conciencia, pero en lugar de eso, sentí sus dedos que tocaban lo que me hizo en el cuello. No quise que me tocara, le aparté la mano sin ser brusca. Me hablaba… reprendiéndome con un tono seco por mi locura. Volvía a intentar tocar mi cuello, no vi su rostro en ningún momento, pero continuamente le apartaba la mano. Tenía la cabeza agachada, no quería que viese mi vergüenza y a todo le decía «sí, señor». Finalmente, me agarró de la barbilla y me obligó a mirarle a los ojos para amenazarme que jamás me atreviese por mi bien de volver a darle una patada en su entrepierna. Me intimidó tanto esa amenaza, que no me salían las palabras.

Terminó de hablar conmigo y volvimos a bajar esas escaleras. Volvió a la barra y sacó su petaca, pensé que quería que Bob la volviera a llenar de whisky, pero en lugar de eso le dijo que me la diese. No comprendí por qué me la daba, se marchó sin más y yo no quise preguntarle para no contrariarle, era la primera vez que deseaba que se fuera. Bob estaba perplejo y obedeció a la petición de Edward, yo me la quedé, pero a pesar de preguntarle a Bob por qué me la dió, él no tenía respuesta a esa pregunta».

Unos nudillos en la puerta la sobresaltó un poco y la interrumpió de seguir escribiendo.

-Eolion, ¿estás ahí? voy a llevar mis cosas en la habitación -era la voz de Raynard.

-¡Voy enseguida! -contestó sonriente.

Cerró el diario y esta vez, lo guardó en el tomo-arcón que le regaló su mejor amigo. Ahora podía ponerlo en la estantería con los pocos libros que tenía sobre magia básica. El diario estaba al fin seguro.

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2º Parte: Memorias de Eolion

gw2Su segunda mañana, después de hacer sus tareas, subía a su habitación para continuar el diario. No quería tardarse tanto como el primer día, y para ella era crucial estar pendiente de las campanadas lejanas del barrio de Ossa donde anunciarían la hora y así, no volver a entretenerse. Pasara lo que pasara, debía ser muy cuidadosa, y lo más importante: no ponerse nerviosa ante cualquier indicio de sospecha por sus actividades dentro de su cuarto. Tenía que seguir escribiendo. Cada vez le obsesionaba la idea de que, si algún día decidiese abandonar la orden, la borrarían la memoria y debían hacerlo quiera o no quiera para proteger los secretos que guardaban en ella:

«Tengo que aprovechar cada momento en que me sea posible escribir para recordar también por qué en el fondo creí en la Orden, y esa fe, tenía que ver con Edward:
Él era un huesped en esa posada y lo cierto es que, a pesar de que me intimidaba su presencia, sentía una extraña atracción que no supe comprender, ni siquiera a día de hoy que relato esta historia. Había algo en él… que no podría explicar con palabras… como si… escondiera una infinidad de secretos y lo soportara. Su fortaleza. Su salvación… o su perdición.

Quería ser alguien servicial cuando salió de su cuarto y volvimos a encontrar nuestras miradas. ¿Por qué me desarmaba tanto su mirada? Él seguía enfundado en esa capucha, y la poca luz que arrojaba en la sala que daba a su habitación apenas me dejó definir su rostro, me costaba mantener la mirada por mucho tiempo. De todas las veces que le encontraba, olía a whisky del barato. Siempre con una petaca guardada o pidiendo un vaso de whisky en la barra. Era… distante, frío. Sólo hablaba con monosílabos. Autoritario, déspota, arrogante, prepotente, grosero… Dioses… era imposible. Al menos ese día repitió tortitas, le gustaron. No podía ofrecerle nada a menos que él lo pidiera y lo recalcaba con advertencias de agresión algunas veces. Y aún así… un estúpido imán me atraía a ese hombre. No era difícil saber que sus problemas de alcoholismo eran por tantas vivencias que le pasó, nació en mí una insensata razón de querer ayudarle frente a su alcoholismo siendo sutil al principio. Quería que comiese, sabía que no comía bien, y le preparaba toda clase de platos para que bebiera menos. No le ofrecía whisky en las comidas, si no agua o en el desayuno un café. Y a pesar de sus advertencias de partirme el cuello y de que me metiera en mis asuntos, yo seguía haciendo lo contrario. Fui una temeraria, sabía que lo haría y no le temblaría el pulso al hacerlo, pero yo seguía metiéndome en su vida, hasta que harto se fue. Para qué engañarnos… no me extrañaba.

Durante su estancia, conocí al jefe de la posada y Guardián de la Orden. Un pequeño asura que al principio creí que era un cliente. Ya de antes, llegó un charr que no conocía de nada y que quería que le apuntase su copa de ron al jefe. Yo, por supuesto, si no conocía a la gente, no fiaba. Eso le molestó considerablemente, pero no me importó. Había demasiado descarado por la ciudad como para que me metiese en un lío y perdiese mi trabajo ¡ni hablar! Pero me asaltaron las alarmas cuando vi que el pequeño asura y el charr iban directamente a mi cocina, ¿pero qué se habían pensado? ¿que aquí pueden entrar donde quieran? Je… cogí la escoba, ¡Los iba a echar a patadas! aún más cuando vi que se metían en el sótano, donde Melissandre me ordenó que bajo ningún concepto bajase. Bajé de inmediato con escoba en mano bramando que se largasen de aquí, que era propiedad privada. Pero el asura me paró los pies y me anunció amenazante que él era el jefe del establecimiento, y que si no me marchase de ahí, iba a despedirme.

Palidecí y me fuí de ahí corriendo a zancadas. Dioses… quería que la tierra me tragase. No tenía ni idea de quién era mi jefe, como tampoco tenía ni idea de qué estaba pasando en ese sótano. Me angustiaba por momentos pensando en que se acabó, en que iba a perder lo que tanto me costó ganar, mi trabajo. Se me hizo un nudo en el estómago. Me mandó arriba a hablar y sentía como la tierra empezaba a agrietarse bajo mis pies. Estaba muy tensa, agarrotada, y mirando esos enormes ojos del asura clavarse en los míos, estudiándome. Su pseudo era Iron, así se presentó. Me hizo preguntas sobre quién me contrató, sobre mi vida y respondí a todas. Una sonrisa se dibujó en esos pequeños labios y todo lo contrario de lo que pensaba que me iba a pasar me dijo que le gustaba. Me veía como un lienzo en blanco, me habló de la Orden, en lo que luchaban, en lo que creían, y que la Orden podría cumplir mi sueño de ser una Ilusionista, ya que dentro de ella también habían maestros. Ahí fue cuando conocí a la señorita Guilty que pasaba por ahí, o escuchó lo suficiente como para sentir curiosidad, aunque no me veía preparada. Yo tampoco, la verdad. Pero quise aprovechar esa oportunidad y acepté sin reservas. Juré que serviría a esa causa y me dio las condiciones que necesitaba seguir tanto trabajando en la posada, como de qué forma debía servir.

Prometió enseñarme, yo estaba ansiosa. Me llevó a un lugar que aparentaba ser solitario. Encima de una cabeza de águila, una enorme estructura de acero del Pabellón de la Corona. Aprendí sobre los dragones, sobre la magia que estaba imbuida en todo Tyria, el por qué luchabamos, lo que había sucedido hasta entonces. Y por alguna extraña razón, relacioné la primera vez que Edward salió de aquella cocina y nos encontramos. Sí… él era de la Orden, no tenía la menor duda. Pregunté. Me confirmó mis sospechas y quise saber más de él. Quería saber todo de él, quería saber quién era y su nombre. Él me dijo que respondía por cinco nombres, pero ninguno era el real. De lo poco que pudo contarme… todas las respuestas eran que él fue un miembro importante de la Orden. No solo eso, había hecho muchas cosas por Tyria, por la Orden, hasta que la abandonó. Dioses… ¿por qué la abandonó? ¿por qué? todo lo relacioné. Su adicción al alcohol y lo que hizo en el pasado. Algo había pasado, algo se me escapaba. Habían páginas en blanco. Mi interés por Edward se acrecentó, del mismo modo que mi fe en la Orden.

Pero mi instrucción se demoraba. Tan solo tuve un par de encuentros con el Maestro Iron, y mi sed de conocimiento era cada vez más intensa. Durante esos días en el que sólo atendía en la posada, conocí a Daril, un joven un poco desastre; llegamos a ser amigos. Llegué a aprender con él a sentir la magia. Él decía que la magia está en todos, tan solo debemos despertar los sentidos y me enseñó cómo, con un pequeño juego de notas escritas con magia. Creí que era difícil, pero en realidad, no fue así. Mi interés por la magia era tal que enseguida busque esas sensaciones mágicas que no se veían, pero sí notarse. Qué agradable era sentir como discurría por mis dedos, no me asustaba, me maravillaba. Era preciosa, era… poesía. Sí… era mi destino.

Daril creyó en mí, quise hacer cosas por mí misma con su ayuda. Siempre recordaré cuando me entregó mi primer libro de magia básica en el paraje cerca de la casa del árbol, fuera de Linde, y con ello, él buscaba en mí una oportunidad para poder ser algo más que sólo amigos. No estaba preparada para una relación, y aunque en alguna que otra ocasión me advertían que no me acercase a Edward y que era un hombre peligroso, mi corazón involuntariamente lo estaba aceptando. Pero debía olvidarlo en sentido emocional. En parte, sabía que tenían razón, que no era bueno para mí un hombre como él, ni siquiera contemplaba tener la más mínima oportunidad de que Edward me aceptase al menos en confianza. Daril no aceptaba un «No» por respuesta, así que… preferí darle un «Tal vez», conocernos mejor, ser amigos al menos, y quién sabe qué nos depararía el futuro. En ese momento pensé que Daril podría ayudarme a no obsesionarme con la idea de seguir acercándome a Edward. Pero… me equivoqué. A pesar de que mi cariño lo tenía, no podría quererlo de la misma forma que él me quería. Pero nunca se lo oculté.

El Maestro Iron me dijo en aquellos dos días que me estaba instruyendo, que debía hacerme un alter-ego. Una personalidad distinta cuando cubriera mi rostro frente al mundo cuando tocase hacer las misiones por mi propia seguridad. Una intérprete. Una persona distinta que vista de otra forma, que camine de otra forma, que hable con otra tonalidad. Nadie debía saber quién soy, excepto la orden o yo misma. Tenía que llamarme de otra forma, abandonar el nombre de Eolion cuando fuese ella. Así que, adopté el nombre de Presea como pseudo. Era el nombre de la Alhaja que perdí de mi madre cuando era niña. Jugaba con ella, lo único que tenía de su familia que poco habló de ella en vida. Me llevé una buena zurra.

Con Daril ensayé a ser ella. Una mujer segura, avispada, caminar con elegancia… y no como una campesina. Saber negociar y asomar esa sensualidad enterrada en no se donde. Compré vestidos en las subastas de Linde con las propinas que me daban los clientes de la posada. Eran bastante generosos. Mi primer vestido, era de una noble que subastaba sus vestidos pasados de moda. Eran atrevidos, pero no me importaba, solo tenía que remendar o reajustar con un poco de hilo, aguja y tijeras.»

Las camapandas del reloj anunciaban que pronto tenía que ir a comer. Eolion levantó la vista y apartó la pluma. Dio un hondo suspiro. Se mordió el labio inferior y volvió a guardar el diario al fondo del cajón.

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GuildWars2: Memorias de Eolion Oconell

En una librería cualquiera de Linde de la Divinidad, Eolion entró en busca de un diario con hojas en blanco, tinta suficiente y una pluma. Después de ser atendida por un amable señor rechoncho, antes de salir de la puerta, observó tras los cristales si hubiera alguien vigilando. Cuando no vio nada raro, metió lo que compró en su bolsa vacía cruzada en banda y salió de ahí despidiéndose del dependiente con una sonrisa. La puerta sonó nada más abrirla por la campanita que había en la cima de la hoja de la puerta.

Nunca antes había escrito sus memorias. Ni siquiera sabía si podría plasmar todo lo que le había sucedido en todo este tiempo desde que su vida cambió nada más entrar en la ciudad. Lo que habló Melissandre con ella en ese momento tan crucial en la que estaba completamente hastiada de todo -especialmente por Edward y lo ocurrido en esa mañana- quiso tomar la decisión de abandonar la Orden de los Susurros definitivamente, y hacer lo que tantas veces habían hablado antes de marcharse su mejor amigo Raynard sobre el Priorato. Pero no contó que tras haber estado ligada a aquel juramento, la condición era un precio demasiado alto: La borrarían la memoria justo después de haber sabido dónde se metía y de quién pertenecía El Susurro de la Doncella. No recordaría siquiera su aprendizaje como aprendiz de Ilusionista, ni a Dyren, su Maestro, ni a Melissandre a la que tanto aprecia, o incluso a su mejor amigo Raynard, al que conoció estando en la posada. O a su nueva hermanita Rayna, a quien cogió tanto cariño en tan poco tiempo. Eso era algo que se negaba rotundamente, no consentiría que eso pase, no querría olvidar todo lo que había vivido, aunque a veces haya deseado con todas sus fuerzas olvidar a Edward, ni siquiera ella estaría preparada para semejante decisión. Tan solo dio un profundo suspiro y miró hacia adelante, donde el barrio de Rurikton aparecía en aquella calle que bajaba desde la avenida principal que cercaba Linde.

Había hecho todo su trabajo en la posada. Atendió a los clientes el desayuno, limpió las habitaciones, y preparó la comida. Suerte de tener a Bob que la ayuda en la taberna, su compañero de trabajo y amigo. Sonrió al recordar las veces que la ha soportado sus momentos más angustiosos. «Mi querido Bob» se decía a sí misma mientras sus labios dibujaban una sonrisa. Estará eternamente agradecida.

Nada más cruzar el umbral, Bob fregaba el suelo de la taberna.

-¡Ya estoy aquí! -anunció.
-Bienvenida de vuelta, Eolion. -sonrió Bob, sujetando el palo de la fregona.- Creo que lo tenemos todo apunto para cuando tengamos que abrir. Ya he apagado el estofado que preparabas, tal y como me dijiste, ¿tengo que hacer algo más?
-No, Bob. Todo está bien. -le devuelve la sonrisa.- Estaré en mi habitación. Si necesitas algo, ya sabes donde estoy. -dijo mientras cruzaba el vestíbulo hacia las escaleras.
-Muy bien -respondió.

eolionLlegó a su habitación, no había nadie en el pasillo. Entró y cerró la puerta, asegurándola con un par de vueltas de llave. Dejó la bolsa encima de la cama y sacó lo que compró de la tienda. Tenía un pequeño escritorio donde encendió una pequeña lámpara de gas, pues su habitación no tenía una gran ventana que iluminara su cuarto. Se sentó en aquella vieja silla que crujía la madera nada más sentarse. Se acomodó abriendo la primera página en blanco, suspiró hondo, mojó la punta de la pluma en el frasco de tinta y se preparó mentalmente. Empezó a garabatear la primera hoja:

<Si te rindieras, si alguna vez sientes un vacío donde todo no parece encajar en tu vida, es hora de que leas este diario y empieces a recordar todas esas páginas de tu vida que arrancaron.>>

«Todo comenzó cuando perdí la finca Oconell, una finca familiar que por dos generaciones, desde que se asentaron los Oconell en Shaemoor, se acomodaron en esa acogedora villa. Probablemente no hará falta que me remonte tiempo atrás, recordar a mis padres y mis dos hermanas menores, pero jamás olvidaré lo que mi padre, Jacob Oconell, me decía:

<No dependas de nadie, lábrate tus propios esfuerzos. Lucha por ti misma, Eolion. Los Oconell siempre hemos sabido resolver nuestros propios problemas, y si tropiezas, no te quedes en el suelo, aprende a levantarte.>
Esas palabras cobran sentido día a día. He perdido la finca, no la pude defender cuando los centauros nos asediaron. Y a pesar de que los Serafines pudieron encontrar ayuda de unos héroes desconocidos, lo único que pude salvar, gracias a una Ilusionista misteriosa, fue mi vida. Desde entonces, viendo lo que fue capaz de hacer, ver cómo podía clonarse, desatar su magia arcana, engañar y confundir a esas bestias desalmadas, me propuse venir a Linde sin nada más que una pequeña maleta de cuero viejo y unos míseros ahorros con grandes esperanzas en los bolsillos. Quería ser como esa mujer, quería ser algún día una ilusionista, y con ello… poder algún día servir a Tyria o a quienes lo necesiten, del mismo modo que hicieron conmigo. Encontré a uno de los héroes que nos ayudaron llamado Connor, ingeniero con inventos raros y con la cabeza de chorlito. Más tarde, conocí a un Silvari que para mí era la pura inocencia personificada en un solo ser, mi querido Elurian, ¿cómo olvidarle? sea donde quiera que esté en este instante, espero que Melandru lo acoja en su seno y lo proteja más de lo que yo hubiera podido protegerle.

A pesar de que estuve pocos días con ellos, mis ahorros empezaban a resentirse. Cada vez tenía menos dinero para comer o para pasar la noche en una posada. Busqué trabajo desesperadamente por todo Linde de la Divinidad y no tuve suerte. He llegado a pasar las noches en un parque junto a Elurian, donde compartí charlas de las vivencias y costumbres de esa maravillosa raza, y de lo que les ocurría si sufrían demasiado, lo propensos que podían llegar a ser; corromperse si no supieran dominar sus emociones. Él lo llamaba esos Silvaris «La pesadilla».

En mis andanzas por encontrar un trabajo, llegué a una misteriosa posada llamada El Susurro de la Doncella. Me atendió una mujer joven, pelirroja y atractiva llamada Melissandre. Vio la desesperación en mis ojos, y supongo que se compadeció de mí. Estaba de prueba ese mismo día, quería verme como me desenvolvía atendiendo a una taberna que cada noche siempre estaba abarrotada de gente. Mi primer día fue casi un desastre:
Mientras esperaba a la encargada de ese lugar, me permití gastarme un poco de mi escaso dinero para tomar algo. Fue entonces cuando conocí a un chico extraño con la cara echa un mapa. Se llamaba Cassiel. Sinceramente, no entendí en ese momento por qué no iba corriendo al hospital, pero su mayor excusa fue «no me gustan los médicos». Bueno… es típico. Los matasanos a veces no son muy agradables, pero sí necesarios. Casi no recuerdo qué era lo que pasó ese día. Sólo sé que, en medio de una charla, mientras Connor y Elurian estaban ahí para acompañarme, un patoso Norn que me tapaba completamente la visión, caminó hacia atrás de espaldas y me dio un buen pisotón que casi me deja sin pie. Dioses… todavía recuerdo ese dolor. «

Del recuerdo, Eolion cruzó las piernas y se frotó el empeine por un momento con la mano izquierda, pero seguía escribiendo.

«Más que nada, porque justo en mi primer día, que fue ese ‘bendito’ día del pisotón, tuve que aguantar el dolor con todo el temple que yo misma me podía permitir. Tenía que impresionar a Melissandre, ¡necesitaba el trabajo! e hice todo cuanto estaba en mi mano, aunque con tanto jaleo de esa posada, era difícil poder atender las comandas a tanta velocidad. Qué decir… aún dormía en ese parque frente la estatua de Melandru junto a Elurian unos días más, aunque más tarde, me cobijé en la posada donde trabajaba cuando demostré que podía ser bastante más útil, aunque hiciera horas extras. Siempre recordaré el aviso de Mel:

<Bajo ninguna circunstancia, sea lo que sea, bajes al sótano. Está restringido, ¿lo entiendes?>

Esa restricción me pareció fácil de cumplir. Quería el trabajo y desde luego no me entró la curiosidad. Pero, dentro de lo que encerraba ese día, jamás olvidaré esos ojos marrones-verdosos tan intimidantes bajo una capucha. Tal vez no esté contando bien la historia de ese comienzo en que conocí a ‘Edward’. Sí… no es su nombre verdadero, de hecho, tuve que inventármelo para que respondiese y aceptase que le llamara así. Fue el día anterior a mi día de trabajo. Buscaba por días a la encargada, pero nunca la encontraba. Debes perdonarme el desorden particular a ese recuerdo, y quizás no sea el mejor de los recuerdos, y aunque mi mente querría que lo olvidaras y omitirlo a este diario, una parte de mí me grita que no quiere que le olvides. Espero que sepas gestionarlo bien.

Recuerdo ese día como si fuera ayer cuando nuestras miradas se encontraron en un accidente buscando el servicio de la posada, donde me topé con él. Salía justo de la cocina y nos chocamos. Su mirada era… tan intimidante. Parecía que podía ver a través de mí. Me arrebató el aliento y me sentí como un cervatillo asustado frente a un depredador, atenta a cualquier movimiento, sin pestañear. Paralizada. No podía levantar la planta del pie del suelo ¿cómo es posible que un hombre me intimidase tanto sólo con mirarme? Apartó la vista y siguió su camino. Fue entonces cuando recordé cómo respirar, no sé por cuánto tiempo estaba aguantando la respiración, o por cuántos segundos nos quedamos mirándonos a los ojos. Pero sean los que sean, para mí me parecía que el tiempo se había detenido. Era alto, podría medir 1,90 aproximadamente y aunque ocultaba su cuerpo en esa gabardina desgastada de color marrón, se podía intuir perfectamente que era de espalda ancha. Había hablado con Melissandre, y supongo que fue ahí donde la conocí, aunque no sabía que era la encargada de la posada, hasta que lo supe en mi primer día. Ni qué decir cuando llevaba tan solo un par de días trabajando ahí y Edward pidió alojamiento en la posada.

El día antes de que se alojase, no tenía ni idea de que iba a conocer a mi mejor e íntimo amigo. ¿Quién lo iba a decir? ni más ni menos que un noble de Halcón de Ébano, Lord Raynard Hambly. Un gallardo joven, de condición humilde, a pesar de pertenecer a una familia adinerada. No he conocido a muchos nobles, apenas uno de paso con su carruaje que pasaba por los campos de Shaemoor y era un hombre cruel y prepotente. Todos mis vecinos donde pasaban de vez en cuando a Linde para abastecerse de cosas que en el pueblo no disponíamos, comentaban desdeñosos tal clase social por ver a la plebe como seres inferiores. Sin embargo, Raynard era la excepción. Era gentil, amable y atento conmigo; tanto que en poco tiempo el trato dejó de ser simple formalismos a tener fantásticas charlas de temas tan interesantes como personales. Me inspiró mucha confianza y sé que fue mútuo. Cada día le despertaba para desayunar juntos y seguir nuestras charlas, ya que más tarde de ese momento de descanso, sin tener tantos clientes que atender a esas horas de la mañana, era el momento perfecto para proseguir lo que dejábamos pendiente el día anterior, si es que no podíamos vernos el resto del día. Me habló tantas veces del Priorato, de la cantidad de magos que había y que si me decidiese algún día, podría entrar en esa Orden que desde luego estaba hecha para mí. Pues lejos de que pudiese encontrar un trabajo, quería costearme las clases para empezar a aprender magia y ser la Ilusionista que quería ser. Cumplir mi sueño. Quién sabe… tal vez aquella mujer misteriosa que me salvó era del Priorato, no lo sé, pero desde luego pertenece al Pacto seguro. No debo olvidarlo. Tal vez, algún día, nuestros caminos se crucen nuevamente y quizás tengas la oportunidad para darle las gracias otra vez. Pero… esta vez, siendo una Ilusionista luchando codo con codo junto a mi heroína.»

Un par de golpes de nudillo en la puerta la devolvió a la realidad.

-¿Eolion? -la voz de Bob reconoció de inmediato.
-¿Sí? -preguntó inquieta, mientras cerraba el diario y lo guardaba en el fondo de un cajón.
-Ah, me tenías preocupado. Se te va a pasar la hora de comer y creo recordar que en media hora marchas a las clases de tu Maestro.
«Oh, ¡maldita sea!» se sobresaltó, no se había dado cuenta de la hora y rauda fue a la puerta para abrirla de nuevo girando a la inversa la llave. Bob estaba ahí, con cara extrañada.
-¿Qué? -preguntó al verle esa cara.
-Nada… me ha parecido raro que te encerraras. Normalmente no la sueles cerrar.
-Ya… bueno. Pero supongo que no pasa nada si me encierro. Es mi cuarto ¿no? -respondió un tanto a la defensiva.
-Tranquila, mujer…-alzó Bob las manos en rendición- No voy a entrar a tu cuarto sin permiso.
Eolion chasqueó la lengua al ver que se pasó un poco con el tono.
-Perdona, Bob. -murmuró en tono conciliador.
-No pasa nada. Va, venga. Ve a comer, antes de que se te haga demasiado tarde. -sonrió quitándole hierro.
-Vale, iré a cambiarme. Gracias por el aviso.
Bob se limitó a sonreirla. La guiñó un ojo y volvió al pasillo bajando por las escaleras. Eolion dio un profundo suspiro de alivio. Pase lo que pase, no debían saber nadie que estaba escribiendo un diario, ni siquiera él.
Se cambió y seguidamente, cerró su cuarto con llave. La llevó consigo bajo las vestiduras que solía llevar cuando dejaba de ser Eolion y se convertía en la misteriosa Presea encapuchada, llevándose consigo su nuevo secreto.