Hace 8 años
El sol de justicia se alzaba a mediodía en las ruinas de Orsis, estaban cerca de un hallazgo arqueológico donde se escondían misterios que aguardaba dentro de una cámara. El templo se hallaba semi enterrado, erosionado por las tormentas de arena y el pasar del tiempo, castigado por los movimientos sísmicos que sepultaron la ciudad. Los obreros, contratados por un humano arqueólogo, cavaban incesantemente. Era un entusiasta de las antigüedades y las riquezas culturales de aquellas tierras Tol’vir, estaba apunto de llegar hasta la sellada puerta de la Luna, donde conseguirían más tesoros del lugar y cantidad de manuscritos para comprender mejor el origen de todo y su civilización.
Una Sin’dorei le acompañaba, esperaba el momento en que la puerta tuviera el acceso para poder abrirla; el idioma no supuso un problema, la elfa recordaba todavía la lengua común de los humanos, le fue relativamente fácil poder hablar con él, pero solo hubo una razón por el trabajo en equipo: Ella consiguió la Estrellada llave de la Luna, objeto que el humano buscaba cerca de donde se guardaba, pero para entonces, cuando sus investigaciones le llevaban al lugar, encontró a la elfa marchándose con la llave, se la adelantó. La persiguió durante varios días, hasta que pudo acorralarla. Le contó sus verdaderas intenciones en Orsis, no quería hacerla daño, sabía que eran colegas en lo que respecta a la profesión e intuyó que sabría comprenderle. La elfa le escuchó e hicieron un trato: Cooperarían juntos para poder abrir la puerta, lejos de donde procedían o a quien sirvieran.
—Ya casi lo hemos logrado, Lady Presea. —anunció el humano espectante, esperando en que acabaran los obreros de quitar el metro de arena que faltaba.
—Sí…—contestó mientras observaba la ranura que había en la enorme puerta maciza de oro. La ranura era estrellada, congeniaba perfectamente con la llave que poseía.— Sea cuidadoso Doctor Jones— le previno mientras se la entregaba.
—Siempre lo soy, no está hablando con un estudiante My Lady. —respondió con tono neutro.
El paso quedó libre donde celebraban los obreros entre gritos de entusiasmo y aplausos, al fin podrían ver lo que tanto se rumoreaba, los tesoros que ocultaba y que tal vez podrían ganarse una generosa comisión por su árduo trabajo. Jones y Presea se acercaron a la puerta felicitando a todos.
—Llegó la hora. —anunció el humano.
Estaba nervioso por la emoción, colocó la llave estrellada en la ranura, comprobó que era la auténtica llave del Templo de la Luna del cual sonrió. La giró a unos 85 grados hacia la derecha, la empujó hacia adentro, la ranura se cerró de repente engullendo la llave donde le dio tiempo a apartar la mano en un acto reflejo. Lentamente la puerta se abría levantándose desde el suelo. El interior era demasiado oscuro, tan solo veían lo que podía alcanzar la silueta de luz del umbral.
—¡Una antorcha! —bramó una orden Jones extendiendo una mano para que le alcanzara una.
Repartieron antorchas a algunos que entraban dentro de la pirámide. Era inmenso el lugar, habían varios sarcófagos, jeroglíficos grabados en la pared, cantidad de figuras de oro macizo y piedras preciosas. Algunos que acompañaban a la expedición se acercaban con ojos avaros a esas riquezas riendo como si entraran en una locura, cogiendo algunas figuras que representaban a los mismos vigilantes de la Cámara de los Orígenes.
—No toquéis nada. —advirtió Jones con mirada amenazante.
—¡Es nuestro botín! ¡tenemos derecho a recoger nuestra recompensa! —exigió uno de los hombres. Era un hombre obeso, con una perilla ridícula.
La elfa avanzó más adentro. Fijaba la mirada en uno de los recovecos de un sarcófago dejando que los humanos se acaloren en una disputa, acercó la antorcha para arrojar más luz, quería ver si era lo que sus ojos no la engañaban, había una vasija donde dentro de ella se hallaba unos pergaminos antiguos. Sonrió ampliamente.
—Doctor Jones —le llamó. El humano dejó de discutir con aquel hombre y fue rápidamente donde estaba.— Los Papiros de Neferset.
El humano sonrió, rió levemente, para él era más importante que todos los tesoros que se hallaban en el templo, del mismo modo que ella.
—Enhorabuena, Mi Lady. —dijo con sinceridad Jones.
—No, Doctor. Ambos lo encontramos.
El suelo comenzó a temblar, todos miraron hacia afuera, la puerta poco a poco se estaba cerrando.
El anterior hombre que exigía su parte, había tocado una de las piezas que activaba un mecanismo de cierre.
—¡Salgamos de aquí! —gritó el hombre seboso, pero no parecía irse el primero. Trataba de coger todos los objetos de valor que podía en los preciados segundos que le concediera la puerta dentro de la bolsa que ya estaba medio llena.
La elfa cogió los papiros, sabía que no eran los únicos de ese lugar, corrió hacia los sarcófagos restantes por si encontrara algo más pero Jones no escatimó en esperarla, la cogió del brazo obligándola a salir, la puerta estaba casi cerrada.
—¡Corra! —gritó.
Pasaron por debajo de la puerta, apenas había un metro, estaba apunto de sellarse. El seboso intentó cargar con la mochila, pero era tan pesada que la iba arrastrando hasta la salida, al ver que su vida tenía más valor que los tesoros, se tiró bajo la puerta. Los obreros a duras penas consiguieron sacarle de ahí. Se levantó empujando a los que le echaron una mano, dando patadas en la arena y golpeando la puerta, maldiciendo a voz en cuello.
—La llave… -advirtió Presea viendo de que no podían recuperarla.
—Al menos pudimos salvar los manuscritos. —suspiró con resignación Jones.
—Pero no están todos. Creo que en los sarcófagos estaban escondidos los demás cofres, solo pudimos salvar esto.
El humano la miró dubitativo.
—¿Cómo lo haremos? Solo tenemos lo que usted posee y…
—No se preocupe —le interrumpió— podemos hacerlo juntos. Pasaré unos días en Ramkahen, si quiere, puede acompañarme.
—¿No huirá de nuevo? —sonrió bromeando.
—Le prometo que no, esta vez es diferente.
—Guárdelos. Mañana podemos empezar a abrir la investigación. —concluyó con confianza.
La oscilación cambió el clima en la noche cerrada. Recién llegaba a la ciudad Tol’vir la caravana de la expedición, Presea bajó de su camello con elegancia, dio unas palmadas en el cuello del animal, entró en la posada de Mar’at situada junto al lago Vir’naal. Deseaba cenar, darse un buen baño caliente y descansar. Advirtió de un sobre en su alcoba encima de la cama.
“A la Atención de Lady Presea Loren’thar”
Se extrañó viendo que lo que sellaba el sobre era el escudo de Lunargenta. Intrigada, se asomó al posadero Tol’vir:
—Tabat ¿cuando recibí esto?
—Esta maniana, siniora, después de que se fuera a la expedisión. —contestó con un acento remarcado.
Hizo una mueca de aceptación, volvió a su alcoba y abrió el sobre. Sacó la carta donde leyó con letra muy cuidadosa:
«A la atención de Presea Loren’thar, Hija de Gamaliel y Amelia Loren’thar.
Reverenciada arcanista y reputada arqueóloga Sin’dorei.
Alzó una ceja con cierto asombro.
—Pero si hace una eternidad que no piso la ciudad… —dijo para sí con extrañez. Prosiguió leyendo:
«Lady Presea, la Corte del Sol reclama vuestros servicios en calidad de Magister de la ciudad de Lunargenta.
El Relicario ha estado estudiando vuestros progresos y el Concilio de Magisteres os ha juzgado ameritadora de la licencia de enseñanza en la ciudad de Lunargenta. Queremos que regreséis y que adoctrinéis a las nuevas generaciones en lo que habéis descubierto.
Se os proporcionarán fondos para que continuéis vuestra investigación desde Lunargenta con el soporte del relicario y del Concilio de Magisteres asimismo. Se os proporcionará manutención integral y santuario en los límites del Reino, se os otorgará por la presente la acreditación para inagurar un órgano escolástico. Venid con la mayor urgencia a la Corte del Sol para recibir vuestra nueva dignidad y sus privilegios correspondientes.»
Atentamente
Magístrix Istimiel.
—¿¿Cómo?? —dijo en voz alta sin dar crédito, tuvo que sentarse un momento.
Paseó en la habitación. El sello del Concilio a pie de página no era falso, conocía a la Magistrix de haberla visto un par de veces. Meditó muy bien lo que le proponían, era tentador: por un lado, le gustaba enseñar, ya lo hizo con algunos miembros de la Orden, pero no a escala oficial. Por el otro, tendría que ralentizar su búsqueda o incluso anularla. Imaginó que el Concilio habría mirado en los archivos del Censo para investigar sus progresos académicos, arcanos y licenciatura, sin contar el que sea un miembro del Kirin’tor. “Podría ser una buena oportunidad” pensó “pero…” miró los papiros, estuvo varios minutos tomando una decisión en qué hacer con ellos. Sacó su cuaderno de seguimiento, el mapa celestial estaba tan cerca, pero… De pronto abrió los ojos en una idea. No iba a desistir de su búsqueda, habían otros métodos. Desenrolló los pergaminos extendiéndolos en la cama, comenzó a trabajar de inmediato, la decisión estaba tomada. Probablemente hablasen de su siguiente paso hacia su investigación.
La mañana llegó más deprisa de lo que ella esperaba, no había dormido en toda la noche. Antes de que se alzara el sol, preparó su equipaje, había terminado de leer los papiros y de tomar apuntes en lo que necesitaba. Jones acudió a la posada, frunció el cejo percibiendo que la elfa no se quedaría ahí por mucho tiempo.
—Tenéis un aspecto horrible. —dijo Jones con cierta cordialidad y suspicacia.- No parece que hayáis descansado bien.
—Ha sido una larga noche de decisiones. —respondió entregándole los papiros. El humano la miró con extraño asombro.
—¿Qué hacéis?
—Un obsequio. Ya he descifrado su contenido, apenas habla de lo que estoy buscando.
—¿Ha estado toda la noche descifrándolos? —preguntó sospechoso— Creí que habíamos acordado compartirlo. ¿Qué está buscando? Puedo ayudarla.
—Lamento no revelarlo, Doctor, pero es confidencial. De todos modos, hay otros asuntos que requieren mi atención en Lunargenta. —Contestó.
El posadero traía al dracoleón de la elfa donde lo estuvo cuidando en el establo.
—Aquí tiene, siniora Presea. —dijo el Tol’vir entregándole las riendas del animal.
—Gracias por todo, Tabat. —Las cogió mientras le estrechaba la mano de forma afectuosa.
—A sido un pliaser siniora, vuelva cuando quiera. —la sonrió amablemente.
Miró al humano con cierto pesar, sonriéndole amablemente.
—A usted también, por ofrecerme su equipo, Gracias por su ayuda. Fue más rápido llegar hasta el Templo de la Luna con usted —le dijo a Jones con una amplia sonrisa, extendiéndole la mano.
Jones cogió su mano y besó sus nudillos.
—Un placer haber trabajado con usted, Mi Lady. Solo espero que algún día me revele qué está buscando y no juegue a los misterios.
—Siento mucho no poder compartirlo, pero seguramente algún día, lo sabrá por usted mismo, Doctor. —estrechó su mano, la soltó y se subió a su dracoleón. Cogió las riendas y miró de nuevo a Jones.— Al diel Shala. —alzó el vuelo rumbo hacia el norte.
El viaje duró varios días, aún no quiso llegar cuanto antes a Lunargenta. Sin estar bajo la mirada del Doctor Jones podía terminar de confirmar algunos misterios que le han llevado los papiros hacia otro paso más. Solo cuando obtuvo lo que quería fue cuando decidió usar sus habilidades arcanas para abrir un portal hacia la ciudad.
Llegó a la gran sala de los instructores de la magia donde una Sin’dorei vestida con unos ropajes muy elegantes, una túnica muy familiar del Consejo Magister, la esperaba. Tenía un aspecto severo, erguido, por las facciones de su rostro se podría adivinar que era alguien poco flexible y exigente.
—Bienvenida a Lunargenta, Lady Presea —la elfa se inclinaba en una leve reverencia.
—Magistrix Itismiel —inclinó su cabeza, un poco sorprendida ya que esperaba anunciar su llegada a la ciudad mediante una misiva e ir un poco más apropiada.— Al fin nos conocemos.
—Por favor, acompañadme. —mientras ambas elfas caminaban saliendo de palacio, Istimiel preguntó— ¿Habéis experimentado alguna turbulencia en el viaje de regreso?
—Me encontraba en Uldum, —respondió.— en la otra punta de Azeroth. Tenía asuntos que zanjar antes de poder venir a su cita.
La Magistrix miró por encima del hombro. Asintió, delicada, pero firmemente.
—Hace días, un loco estuvo jugando con las corrientes de magia cerca de la Corte del Sol. Pensé que podríais haber sufrido alguna inconveniencia por su culpa.
—Supongo que he tenido la fortuna de no usar los portales. —frunció el cejo ante la noticia.- Al menos no en ese tiempo propicio.
—Habéis hecho bien. Aún estamos persiguiendo a ese desgraciado.
Llegaron a un edificio donde habían empleados colocando archivos. En una de las mesas una pluma sin que una mano la dirigiera, estaba escribiendo en un pergamino, un elfo volvió a sentarse en su escritorio para proseguir con la escritura donde la pluma lo había dejado. Al parecer había cogido unos libros del cual Presea no se fijó especialmente en los títulos, pero por su grosor y la magnitud del tamaño, podría ser algún tipo de ley o estipulaciones del ayuntamiento.
—Me ha llamado especialmente la atención su misiva. —dijo volviendo la vista hacia Itismiel.
—Por favor, sentaos. —invitó a Presea desplegando su mano abarcando la silla.
—Si… —obedeció tomando asiento.
—Decidme, mientras voy preparando los trámites y los papeles del contrato que debéis firmar.— la dijo mientras rebuscaba en la estantería. Entre los estantes polvorientos, sacó algunos libros y ojeó la cubierta rápidamente.
—Me preguntaba… qué méritos hice para llamar la atención del Consejo Magister. Nunca me había pasado esto. —dijo con prudencia.— Llevo tiempo fuera de la ciudad y su política.
—Por lo visto, el líder del Relicario había estado observando vuestros progresos, aunque lleváis mucho tiempo sin publicar ninguna tesis de investigación… —la contestó sin mirarla, seguía ojeando los documentos, buscando el apropiado.
—¿Puedo aventurar que el Lider del Relicario mantiene contacto con el Kirin’tor?
—Sería una alternativa posible, sí. No lo conozco lo suficiente para emitir ese juicio.
—Comprendo. —dijo reflexiva, bajando un poco los párpados.— Reconozco que para mí es un honor.
La Magistrix dio con el legajo de papeles apropiado. Sus ojos se iluminaron. Los hizo levitar hacia Presea donde tomó los papeles y los ojeó. Itismiel enarcó suavemente las cejas, pero mantuvo su expresión calmada.
—Espero que esta unión sea buena para todos. —dijo la Magistrix observando como Presea procedía a la lectura. Se acercó y apuntó con el dedo índice a uno de los formularios.— Son instancias censales forman parte del contrato de los Magísteres de la ciudad. Simplemente, ratifican lo que ya sabéis:
«Se os concederán instalacios y medios para llevar a cabo vuestras investigaciones en arqueología, o en cualquier otro campo que estéis estudiando en estos momentos. Además, se os concederá cátedra y la licencia para impartir clases a pupilos, que podréis adoptar como ayudantes en vuestros experimentos.»
—Interesante.
—Eso arrojará una luz más positiva sobre Quel’Thalas y nuestra erudición. —añadió Itismiel— A cambio, el contrato estipula que vuestras investigaciones serán presentadas periódicamente al Consejo de Magísteres de la ciudad. Se os concederán más o menos fondos en función de vuestros hallazgos y de la medida en que contribuyan con Lunargenta. Asimismo, se os otorgará un ayudante nacional que os asistirá en todo momento.
Presea levantó la mirada del contrato hacia la elfa con curiosidad.
—Un experto en materias de magia arcana. -prosiguió ante aquella mirada— Y otras áreas del saber.
—Eso quiere decir… que todo lo que ejerza en la enseñanza o lo que haga, incluido la elección de personal escoláico, quedará a vuestra supervisión. —intuyó.
—Eso significa que contaréis con la aprobación directa y la involucración personal del Concilio de Magísteres. Creedme, lady Presea, este es un beneficio del que muy pocos arcanistas en la ciudad disponen. Muchos, se matarían por conseguirlo. Y me temo que no exagero. Que los más insignes magos de Quel’Thalas cobren interés en tu investigación, es algo que no sucede con frecuencia…
Presea torció el gesto.
—Asusta, la verdad. Incluso no sé si llegaré a la altura de lo que exija el Concilio. —vio como la Magistrix levantaba una ceja con una expresión peculiar.— Aún así —dijo rápidamente— estoy interesada.
—Está en vuestras manos elegir. Pero, debéis saber que hay otros que esperan una oportunidad así y que están esperando a que rechacéis…
—No lo voy a rechazar. Acepto. —dijo con firmeza y convicción, lo cual le dio tiempo a sorprenderse de sí misma, unos cuantos años atrás y estaría dudando, terminar por rechazar tal puesto por no creerse capaz de semejante responsabilidad. Esbozó una sonrisa celebrando no sentirse tan insegura en esos momentos.
La Magistrix orbitó una pluma entintada del escritorio con un meneo de su dedo.
—Sólo debéis firmar. Consignad este documento y su réplica. Quedaos la última.
Presea cogió la pluma delicadamente, e hizo una firma muy floritureada y elegante, envolviéndolo un arco en todo su nombre. La entregó el contrato firmado y se quedó con la última hoja, tal como la dijo. Istimiel inclinó sutilmente la mano y el papiro se archivó dentro de un rollo de pergaminos, flotando suspendido a dos metros sobre el suelo. Volvió a dirigirse a ella en una sonrisa.
—Bienvenida a Lunargenta, Magistrix Presea. Pronto sabréis quién será vuestro acompañante designado.
Presea inclinó la cabeza en humildad.
—¿Tenéis alguna duda? —preguntó Istimiel.
—Sí
—Os escucho.
—¿Se ha abierto otro tipo de escuela? o ¿la Academia Falthrien aún da enseñanza a los interesados? Hace años que salí de ella, no sé si aún está en pie.
—La Academia Falthrien ya no existe como institución, milady. Fue ocupada por los desdichados. Todos sus discípulos han huido o están muertos. O… algo peor.
Presea se apenó ante tal noticia un instante.
—Comprendo… entonces… —levantó la mirada hacia la elfa— Creo que la academia no está en el edificio.
Itismiel la miró sin entender.
—Me refiero -—añadió.— que podríamos trasladarla. Ha sido un lugar de enseñanza desde muchos siglos
y creo que merece que la rescatemos.
—La antigua Academia Falthrien cerró su capítulo en la Isla del Caminante del Sol… Si queréis abrir una nueva para conservar su legado… sois libre de hacerlo.
—Si el Consejo me lo concede, reabriré dicha Academia en Lunargenta. Es el lugar más seguro.
—Tenéis tiempo para preparar un borrador. Para cuando lo hayáis hecho, se os comunicará quién será vuestro asistente.
—De acuerdo.
—Si no necesitáis nada más, milady, debo marcharme a informar al Consejo…
—Aún no hemos tratado algo importante.
-Vos diréis.
—A menos que lo deseéis que lo exponga en el borrador las asignaturas que se impartirán.
—Queda a vuestro criterio.
—Debo admitir que me alaga la confianza depositada en mí. —dijo sonriendo ante tal aprobación.
—Sed justa con vuestra capacidad docente para impartir las materias sobre las que conozcáis. O para convocar a aquellos que creáis que pueden serviros de soporte.
—Garantizo que serán meramente útiles para enseñar con sabiduría
—Vuestras clases serán remuneradas y se os otogarán fondos para vuestra investigación en función de su éxito.
—Gracias, Magistrix. —se inclinó agradecida.
—Lady Presea… —correspondió la reverencia dando por finalizada la cita y se marchó.