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Lalatei: Cargas

-Algo morado… Y con ruedas. O bueno… patas. Da igual, que se mueva.

El sonido de dos lápices siendo usados velozmente inundaba el interior de aquella apartada casa dentro de la gran montaña que era Forjaz.

Lalatei se encontraba tirada en la cama boca abajo, con un pijama simple para estar mas cómoda, mientras dibujaba en su cuaderno, como siempre solía hacer.

Normalmente estaría dibujando cualquier cosa que se le pasara por la cabeza, pero esa noche su mente la traicionaba haciendo que dibuje algo bastante concreto.

-Patas… ¿Con largas orejas, bigotes y un cuerpo peludo?

La voz de su hermana gemela la interrogó desde la mesa, al fondo de la habitación en la que se encontraban.

Estaba de espaldas escribiendo sobre unos planos, sentada en una silla que prácticamente parecía un trono.

Giró su cabeza para mirar a Lalatei con una sonrisa bastante cómplice. A pesar de ser gemelas, no eran mellizas, por lo que sus facciones distaban ligeramente entre ambas. Además, su hermana Sairisa solía estar constántemente tiñéndose el pelo y cambiando de extravagante peinado a algún otro más extraño. Ahora tenía un tono verde recogido en un largo moño que casi parecía ser un castillo.

-¿Qué pasa…? -Respondió Lalatei ante el gesto de su hermana. -Ya sabes como va esto, no busco ningun tipo de correlación, símplemente te digo cosas aleatorias…

-No paras de describirme conejitos ¿Algo de lo que quieras hablar?

Lalatei escuchó una risita tras el respaldo de la silla.

-¿Qué estás insinuando…?

Lalatei se incorporó en la cama mirando la silla de su hermana, y esta levantó un mando para que lo viera claramente, presionando un botón.

Tras eso, el roboconejo que había estado sirviendo a Lalatei en sus primeros días en el ejército apareció corriendo esperando órdenes.

-¡Eh! ¡Eso es de Raz, no puedes hacer uso de él así como así!

La silla de Sairisa se giró sobre sí misma para poder mirar directamente a Lalatei.

-Lala, sabes que sé cuando algo te obsesiona, y esto… te obsesiona… -El conejo soltó un pequeño gritito mecánico como a modo de respuesta.

-Claro que me obsesiona ¡Es mi responsabilidad! Raz me lo confió a mi y tengo que estar a la altura.

Durante unos momentos, la habitación quedó en un total silencio. Lalatei bajó la mirada como si se hubiera dado cuenta de que hubiera dicho algo que no debía, y Sairisa se quedó mirándola directamente, esperando algo más, hasta que terminó rompiendo el hielo.

-Otra vez la responsabilidad Lala… No fue tu responsabilidad. Ni tu culpa.


Años atrás, tras el incidente de Gnomeregan, muchos gnomos quedaron atrapados en la ciudad.

Algunos salieron a las horas. Otros, a las semanas. Lalatei, sus hermanos y un pequeño grupo se escondieron en uno de los domicilios de los niveles intermedios algo apartado. La comida era escasa, temían que en cualquier momento otra oleada de gas llegara por los conductos de aire limpio a domicilio y los matara en cualquier momento, o que los seguidores de Termochufe llegaran antes.

Lalatei llegó a ver los efectos directos de la radiación en alguien del grupo quien al poco tiempo comenzó a convertirse en una aberración de pústulas, pus y locura. La imagen de aquel pobre gnomo y su lenta y dolorosa transformación le impidió dormir muchos de los días que estuvieron allí atrapados.

Por suerte para ella y su hermana, Dari, su hermano mayor, llegó a contactar con su equipo de protectores de Gnomeregan antes de que se desmoronara todo, por lo que los pocos que estaban ahí tenían experiencia militar. A pesar de ello casi ninguno se podría llamar veterano a sí mismo. Al igual que Dari, todos apenas llevaban unos años en el ejército y no habían experimentado ninguna situación tan descontrolada como podría ser aquella.

Los días pasaban y el grupo cada vez se reducía más. Un ambiente de pesimismo se integraba en el grupo.

A pesar de que Dari y los suyos se encargaban de buscar comida y mantenerlas seguras, Lalatei vio como su hermana se decaía por completo hasta que el miedo la dominó.

Sairisa comenzaba a llorar sin previo aviso, temblaba y apenas respondía a lo que le decían. Incapaz de soportar ver más a su hermana en ese estado, Lalatei supo lo que debía hacer.

-Sisi… -Le comenzó a decir. -Sé que tienes miedo… sé que crees que no vamos a salir de aquí… Pero te prometo que lo haremos… Te protegeré y saldremos sanas y salvas. Mientras sigamos juntas, no nos vamos a rendir. No vamos a dejar que nadie nos venza ¿Vale?

Sairisa símplemente se abrazó a ella a modo de respuesta, y tras unos momentos, dejó de temblar, asintiendo.

Como si fuera una reacción a esas palabras, Dari apareció con algunos del grupo que habían salido.

-Hemos encontrado una salida. Un ascensor fuera de servicio. Podremos reactivarlo sin problemas y salir a la superficie.

Lalatei sonrió a su hermana y esta le devolvió la sonrisa, algo más segura de sí gracias a sus palabras.

El grupo no tardó en movilizarse mostrando una organización excelente. Dari encabezaba la marcha, mientras que ocho se distribuían simétricamente, dejando a las hermanas en el centro.

A medida que avanzaban, repelieron a Troggs y algún que otro gnomo paria enloquecido por la radiación.

Lalatei trataba en todo momento de evitar que su hermana viera las escenas de muerte que transcurrían a su alrededor, tratando de protegerla a toda costa, pero sus esfuerzos no podían evitar que escucharan las espadas-sierras rasgando la carne de sus enemigos.

-¡Allí está! -Dijo uno de los gnomos señalando al final del largo pasillo.

Lalatei y Sairisa miraron hacia donde señalaba y comenzaron a avanzar con más determinación.

Cuando finalmente llegaron, el grupo adoptó una posición defensiva en la zona mientras uno de los gnomos comenzó a trastear con la consola de mandos del ascensor.

A pesar de tener la salida al alcance de su mano, los troggs aún suponían una amenaza. Algún que otro trogg aparecía tratando de lanzarse sobre ellos, pero aún mantenían una férrea línea defensiva.

-Gracias Lala… -Dijo Sairisa cogiéndola de las manos, aún algo nerviosa. -No sé qué me había pasado… pensé que…

Lalatei la calló negando.

-Te dije que te protegería y te sacaría de aquí. Simplemente necesitabas saber que aún en los peores momentos… siempre hay esperanza…

Sairisa abrió la boca para decir algo, pero justo en ese momento un gran chispazo de la consola hizo que un estruendo comenzara a sonar.

Habían logrado activar el ascensor, pero este estaba en algún piso superior, y haciendo que su descenso fuera horrorosamente sonoro. Cualquiera habría pensado que las propias paredes estaban gritando de agonía.

-¡Preparaos para las oleadas de verdad! -Gritó Dari mientras hacía rugir su espada sierra.

El grupo observó el largo pasillo por el que habían llegado, con unas luces parpadeantes que apenas dejaban nada a la vista, mientras escuchaban el chirrido del metal que provocaba el descenso del ascensor. Solo que… no era solo del metal…

Lalatei abrió mucho los ojos al ver la gran cantidad de troggs que habían acudido ante el ruido, y comenzó a temblar, como si hubiera olvidado sus propias palabras.

Los troggs llegaron en tropel hacia la línea defensiva y los gnomos trataron de aguantar como pudieron, pero eran demasiados. Símplemente, demasiados.

De entre todos los troggs, vio como uno más grande que el resto agarraba a uno de los gnomos protectores y lo lanzaba por los aires hacia la marea invasora, haciendo que apenas en un segundo desapareciera bajo estos.

Luego siguió avanzando mientras las filas gnomicas se rompían.

Dari sacó su artillería pesada, la cual consistía en un rifle de repetición. Probáblemente se recalentaría muy pronto, pero servía para poder mantener al equipo más o menos a salvo mientras se reorganizaban.

Lalatei escuchaba los gritos de agonía de los miembros del grupo que iban cayendo por la marea trogg, sin apartar la vista de aquel monstruo más grande que el resto. Este, a su vez, pareció percatarse de ello, ya que le devolvió la mirada y comenzó a correr diréctamente en su dirección.

Su cuerpo se paralizó completamente y lejos de poder saltar, esquivar, rodar o hacer cualquier cosa, simplemente se quedó ahí parada, temblando.

Quiso cerrar los ojos pensando que iba a morir, pero ni siquiera eso quiso obedecer su cuerpo.

Durante un instante, el corazón de la gnoma se paró, viendo como el trogg pasaba a su lado, pero para su confusión, la ignoró por completo. En su lugar fue hacia algo mucho peor.

El grito de Sairisa hizo que Lalatei volviera en sí y girara su cabeza para observar con horror como el trogg había agarrado a su hermana y la mantenía en el aire.

El cuerpo de Lalatei temblaba sin saber qué hacer o cómo reaccionar. No sabía luchar, no tenía fuerza, no tenía armas, y lo único que veía era como su hermana estaba a punto de morir frente a ella.

Lejos de poder reaccionar, observó como el trogg golpeó contra el suelo a su hermana para luego patearla.

El ascensor llegó justo en el momento en el que el trogg había arrancado una tubería y se disponía a usarla.

La moribunda gnoma apenas pudo moverse cuando recibió el garrotazo.

-¡¡Sisi!!

Lalatei gritó con todas sus fuerzas sin poder aguantar sus lágrimas, y como si fuera algún tipo de respuesta inmediata, una ráfaga de disparos cayó sobre el trogg, haciéndolo prácticamente añicos.

Dari agarró la mano de Lalatei y tiró de esta hacia el ascensor, mientras ordenaba a dos de los gnomos que aún seguían vivos que cargaran a la moribunda Sairisa.

Mientras finalmente ascendían, Lalatei se quedó mirando a su hermana, la cual cláramente estaba al borde de la muerte.

Una imagen que difícilmente olvidaría.


Sairisa miró a su hermana y su silla comenzó a mover sus patas para acercarse.

-Lala… sabes que no fue tu culpa. Ni de Dari, ni de nadie.

Lalatei bajó la mirada entrelazándose los dedos de las manos.

-Pero… tú… yo te dije…

Sairisa suspiró y negó.

-Ya lo hemos hablado muchas veces Lala. No fue tu responsabilidad. No tienes que castigarte, y sobretodo ¡No tienes que dedicarme tu vida en compensación!

-No te dedico mi vida… -Replicó Lalatei tímidamente.

-¿Ah no? ¿Y cuándo fue la última vez que saliste a divertirte por ahí, sin que yo te lo haya ordenado explícitamente? ¿Cuándo quedaste con alguien? ¿Cuántas veces te han ofrecido ir a algún sitio con alguien y lo has rechazado porque “tenías que cuidar de tu indefensa hermana”? Por favor, la que no puede usar las piernas soy yo ¡No tú!

-Yo… bueno… ¿cómo sabes…?

Sairisa se pasó la mano por la cara mientras negaba, solo para responderle con un enérgico grito mientras comenzaba a moverse por toda la habitación casi dando saltos usando su silla.

-¡Porque eres un libro abierto para mi! Mírame, puedo andar, puedo saltar ¡Puedo bailar! -Eso último lo dijo mientras rotaba su silla mientras caminaba rápidamente. -Mejor que tú, además…

Lalatei no pudo evitar sonreír un poco al ver a su hermana así y asintió levemente.

-Supongo… que tienes razón…

-¡Claro que tengo razón! Siempre la tengo -Bromeó volviendo a su posición inicial delante de la mesa.

-Trataré de aprender a… bueno… ¿Hablar con la gente?

Su hermana soltó una risita alegre.

-Es un comienzo. Ah, ¡y te prohibo usarme de excusa para esfumarte!

Lalatei asintió volviendo a coger su cuaderno.

-Vale, muy bien… eh… ¿Seguimos…?

-Después de tí -Asintió cogiendo un lápiz de nuevo.

-Mmh…Con alas de plomo.

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#3 Directo ~ Cómo rolear un Tauren (02/03/19)

Cómo rolear un Tauren

Para mí fue un privilegio personal poder conocer esta raza a través de Noblecuerno . La veneración por la Madre tierra, An’she, Mu’sha, sus creencias y tradiciones. El respeto por los ancestros, su sociedad, sus costumbres, fue revelador. Disfruté muchísimo de este directo.

¿Quieres conocerlos?

Te recomendamos que veas este directo colgado en diferido en Youtube. Puedes escucharlo en podcast dándole click a este siguiente enlace #EscuchaEnIvoox

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[Relato] Capítulo I: Un giro inesperado.

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HACE MÁS DE TRES AÑOS…

El pequeño Marcus jugaba con el conejito junto a la ventana, Raine le observaba sentada en una silla junto a la mesa del comedor donde tenía preparada un tintero, pluma y un libro con las hojas en blanco. Era imposible no poder sonreír conmovida por aquel momento tierno. Sabía que estaba seguro y afortunadamente, Marcus no era un niño revoltoso. Fue entonces, cuando Raine aprovechó para poder abrir la primera hoja y escribir, inspirada por tantos momentos felices.

«Jamás en toda mi vida creí que iba a cambiar tan drásticamente. Siempre pensé que mi vida estaría dedicada a dar consuelo a los afligidos, devolverles el espíritu gracias a la Luz. Cuidar de los mendigos de Ventormenta, ir a visitar a los pobres a sus casas en el casco antiguo. Y dar consuelo en tiempos de necesidad. Creí nacer para ello, y que mi vida era poco lo que importaba. Importaba mi prójimo y que la Luz se viera reflejada en mis actos. Ser sacerdotisa me reportó dicha sabiendo que la gente, gracias a la Luz … volvían a encauzar su camino.

Por la época de Amor en el Aire, siempre veía a las parejas profesarse amor, pero nunca imaginé tener algo así. Yo no estaba hecha para ese tipo de amor romántico. Si en algún momento hubiese alguien interesado en mi en ese tipo de relaciones, lo ignoraba, ni siquiera recuerdo algo así en toda mi vida, o tal vez… lo desconocía.

Recordaré siempre cómo conocí a Kharll… sin llegar a imaginar, que aquel hombre que entraba en la sagrada catedral de la Luz, con aquellos tatuajes, y esa pinta de ratero, buscaba consuelo. Recuerdo que preguntaba por la hermana Isvalda, al parecer, no era la primera vez que se confesaba con ella, pero en aquel instante, ella no se encontraba y me ofrecí a ayudarle. Sabía que no tenía la misma confianza que pudiera tener con Isvalda, pero esos ojos… cuando le miré… me dijeron tantas cosas. Tenía un pasado oscuro y arrastraba el peso de la conciencia y la culpa. Eran tan intensos, que no me importaba mirarlos el tiempo que necesitaba

Quise ser cercana a él. Era un buen hombre, lo presentía. Quería sanar su aflicción, posar la mano en su corazón, envolverle con mi Luz, que sintiera su calidez y en ella… albergara consuelo, refrigerio, tanto que, sin darme cuenta, su frente estaba unida con la mía, envuelta en sus brazos. No me sentí incómoda, a veces los feligreses tan sólo necesitaban… un abrazo, no le negué que lo hiciera, pues si en ello implicaba que sintiera sosiego, estaba dispuesta a dárselo.

Estuvo largo tiempo hablando conmigo, ni siquiera habíamos contado por cuánto, pero sé que, cuando se despidió, mi alma estaba contenta. Había ayudado a un hombre bueno. Presentía que Kharll encontraría el camino. Por un momento pensé en Isvalda, en que era un feligrés suyo y que debía respetar el secreto de confesión, incluso llegué a pensar… que no volveríamos a hablar en confesión. En cierta forma… me apenaba. En ese momento, hubiera querido seguir ayudándole yo, pero respetaba a la hermana y pensé que seguramente Kharll volvería a confesarse con ella.

Durante años, siempre preparaba comida para los mendigos. Los comerciantes de verduras me conocían y a veces, les decía que si tenían alguna hortaliza o legumbre que les sobrase tras la jornada, pudieran hacer un acto bondadoso.

En Ventormenta sigue habiendo bondad en mucho de los ciudadanos, no me lo negaron, por el contrario, se mostraron altruistas con lo que pretendía hacer con ellas.

Llené dos tinajas enormes de crema de verduras con pollo. Preparé a mi querido burrito. Desde que me lo regalaron cuando era pollino, le llamé Sr. Jenkins. Me parecía todo un señor, y cuando rebuznaba, parecía que dijera «Jen-kiins, Jen-kiiiins» parece una tontería ¿verdad? pero mi burrito llevó ese nombre con mucho orgullo. Tan tozudo como de costumbre, pero amoroso.

Preparé unos cuencos de madera que el buen carpintero me hizo para poder hacer mi obra cada mañana. Los mendigos, cuando terminaban, me devolvían el plato o se lo quedaban, esperándome al día siguiente para que pueda llenarles su plato.

Fue en una de esas mañanas, cuando me encontré a Kharll. Creí que iba a confesarse a Isvalda, pero para mi sorpresa, esperaba encontrarse conmigo. En el fondo, sentí alegría. Al ver a mi burrito, las tinajas y aquel olor de comida, le conté lo que hacía cada mañana. Le agradó y no sólo eso, si no que me acompañó.

Fue hermoso ver cómo él cogía el cucharón y les llenaba los cuencos a los pobres. Me conmovió. Charlábamos mientras buscábamos a los mendigos desperdigados por la ciudad, tanto como llegar a conocer a la familia O’neil. La mujer se llamaba Petunia, tenía a su pequeña hijita Sara y un hermoso niño de nueve meses, el pequeño Jackie. Su marido era obrero, y desde lo sucedido en Páramos del Poniente, no recibió ni una moneda, estaban desesperados, estaban a punto de desahuciarlos y no tenían ningún tipo de ayuda.

Kharll, ante esa situación, escucharlo y verlo tan de cerca, quiso ayudar. Le dio a Petunia todas las monedas que poseía en esos momentos, que al menos, trataría de apoyarlos y buscar el modo de alargar algo más la estancia en aquella casa hasta que su esposo encontrase un buen trabajo.

Fue sorprendente, conmovedora su bondad ¿sería posible haber un hombre tan bueno como él? jamás conocí a nadie como Kharll. No buscaba impresionarme, le nacía de dentro hacer esas obras, le movía su compasión por aquellos desamparados. Él sabía lo que era la pobreza, lo que era la desesperación, y en esos momentos que su vida era mucho mejor que tiempo atrás, acompañarme y ver esos casos tan de cerca, no podía si no contribuir en lo que buenamente podía.

Pasaban los días, y él casi cada mañana me acompañaba. Los hermanos no les gustaba que fuese con él. El hermano Eristoff era el que menos le gustaba, incluso llegó a decirme que Kharll era un hombre peligroso y que tuviera cuidado. Tuve que recordarles que la Luz no elegía a los hombres de brillante armadura, si no a los de espíritu noble, sin importar las apariencias.

Sé que el hermano Eristoff no le gustó que le recordase eso, e incluso se apiadó por mi inocencia. Sabía que no era inocencia lo que sentía, yo estaba conociendo el alma de Kharll ¿por qué no podían entenderlo? y esa alma era buena, dijeran lo que dijeran.

Una de aquellas mañanas, Kharll me invitó a comer. Quiso que fuéramos a la posada del Ermitaño Azul, en la Barriada de los Magos. Había escuchado que era la taberna más cara de la ciudad, pero, aun así, a pesar de mis reticencias, insistió. Terminé aceptando, aunque me sentía muy nerviosa. Ignoraba en esos momentos los motivos, aunque posiblemente era… por la forma en cómo me miraba Kharll.

Charlamos. La charla me relajó un poco. Se me había cerrado el estómago de los nervios, pero comí lo que pude, no quería que Kharll se gastara inútilmente dinero para no probar bocado.

Antes de que el camarero pudiese retirar esos platos, Kharll estaba más cerca, su rostro se iba acercando más y más. En aquel momento temblaba, me entró el pánico. Hui. Por un instante… recordé lo que me dijo el hermano Eristoff y tuve una extraña sensación en mí que me apresuraba hacia los canales de la ciudad, pero Kharll me detuvo sin comprender por qué huía de él.

Necesitaba saberlo, necesitaba escuchar si lo que habían insinuado en la catedral de él era cierto. Las visitas que frecuentaba antes de conocerme, con la hermana Isvalda ¿acaso era yo la siguiente? quería saber si también trató de besar a Isvalda.

No sabía por qué la recordé en esos momentos. A qué era debido que sacase eso en esos momentos que Kharll quería besarme. Para mi sorpresa, creyendo que tal vez sólo era un juego perverso del hermano Eristoff para confundirme… estaba en lo cierto. Kharll había besado a la hermana Isvalda. Me lo confesó… y sentí… como si cayera al vacío desde un precipicio

Nunca había sentido nada parecido ¿acaso era porque sintiera que me hubiera mentido o engañado? No… no lo hizo, era la cruda realidad. La besó, sí… pero no hubo ninguna intención. Aun así, me hería. La imagen de verle besarse con ella me entristecía, tanto que me atenazaba y sentía unas tremendas ganas de llorar.

Kharll trató de serenarme y que confiara en él. Me confesó lo que sentía cuando estaba junto a mí, que era algo que no sintiese por ella. Además, la hermana Isvalda no le correspondió, ella se debía a la Luz.

Aun así, era difícil confiar, en conocer la verdadera situación o las verdaderas intenciones que tenía Kharll sobre mí

Me abrazó, y aunque hallé cierto consuelo, mi corazón se anidaban las dudas ¿acaso la Luz se equivocaba? ¿tal vez me equivocaba yo?

Al día siguiente, la Suma Sacerdotisa enviaba a algunos de nuestros hermanos a El Exodar. La llegada de la Legión era inminente y los Draenei se ofrecieron para que conozcamos las debilidades de distintas clases de demonios. Me ofrecí, necesitaba alejarme de Kharll, en esos momentos sentí que era lo mejor, aunque no descuidé nuestros encuentros antes de partir. Debía decirle que tenía que marcharme y que no sabía cuándo sería mi regreso

La mañana en que los hermanos y yo nos preparábamos para salir hacia el primer barco a El Exodar, Kharll me esperaba a los pies de la Catedral. Quería despedirse de mí y me prometió que me escribiría. Sentía una vorágine de sentimientos, por una parte, sentía que lo extrañaría, y, por otro lado, quería creer que era lo mejor. Pese a todo… Kharll volvió a aproximarse más a mí, a invadir mi espacio lenta y paulatinamente. Me acarició el rostro, sabía que iba a besarme. Mi estómago se cerró, temblaba entre sus brazos. Quería huir y ese terrible sentimiento casi me llevaba al borde de las lágrimas. No quería sentirme así junto a Kharll. No era justo para ambos. La distancia me ayudaría a colocar las piezas de mis emociones. Cuando Kharll sintió que iba a apartarme, me suplicó, susurrando, pronunciando mi nombre. Me quedé quieta, temblando como una hoja, hasta sentir por primera vez los labios de Kharll. Mi primer beso. Era… suave, dulce… cálido, extraño. Trató de calmarme, no alargó el beso. Posó la frente en la mía y después, me besó en la frente con profundo cariño.

Fue muy delicado y respetuoso. Volvió a encerrar la promesa que me escribiría y que me echaría de menos. Yo también sabía que le echaría de menos. Me aparté de sus brazos y recogí al Sr. Jenkins de las riendas para ir hacia aquel barco que nos esperaba, con la sensación de los labios de Kharll en los míos y aquel recuerdo de ese beso… que no se apartó de mi cabeza en todo el trayecto. Hasta los hermanos veían que estaba en otra parte menos en la misión. Procuré concentrarme, de hecho, me fue bien la instrucción y hacer algunas actividades.

Jamás había ido a aquella nave de los Draenei, era… era… hermosa sería una palabra que no haría justicia a lo que pudiera describir. La Luz reinaba en aquel lugar tan inmenso y lleno de paz. Sí… paz, eso era lo que necesitaba.»

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Esbozos del pasado (II)

Hace 29 años…

-¡Arriad las velas, marineros! -bramó Lexioren alzando una espada de madera, con un parche en el ojo y un pañuelo rojo atado sobre la cabeza. Jugaba con Presea en El Fondeadero Vela del Sol, sobre uno de los barcos atracados en el puerto.

Ya habían pasado más de dos años desde que se conocieron. Él tenía seis años, y ahora… ahora tenía ocho, y apenas Presea se daba cuenta de cuánto crecía. No se veían tan a menudo como a ella le hubiera gustado, pero cada vez que tenían ocasión, aprovechaban para jugar y dejar volar la imaginación.

Lexioren, se sentía feliz y querido junto a ella. Todos sus nubarrones de pesares, y las personas de alrededor que le rechazaban u odiaban, parecía como si estuvieran fuera de una enorme zanja donde Presea fuera el único lugar de cariño donde le gustaba residir.

-¡A la orden, Capitán! -respondió la elfa, haciendo un gesto exagerado de cuadrarse ante el pequeño.

La arcanista, con dificultad, se subía por los cabos, alzando su vestido. Fingió desatar las velas, y desde lo alto, veía como Lexioren con las manos puestas en la cintura en una pose firme y seguro, daba un asentir de aprobación. El pelo rubio del muchacho se mecía con la brisa. Se chupó el dedo y midió el aire.

-¡Hoy tendremos el viento a nuestro favor, marinero! -anunció.

Presea oteó el horizonte, poniendo la mano en visera. Abrió los ojos estupefactos como platos y exclamó apuntando en algún lugar del horizonte:

-¡Capitán! ¡Un monstruo marino con enormes tentáculos a estribor!

-¡Rápido! ¡Preparad los cañones! ¡Apuntad con el arpón de carga! -ordenó mientras corría por la cubierta a estribor para ‘ver’ a esa criatura, mientras la elfa bajaba rauda por los cabos.

Fingían traer los cañones, haciendo onomatopeyas con la boca disparando hacia ese enorme monstruo que sus imaginaciones recreaban.

-¡BUMMM! -gritó Lex- ¡SPLASH! -fingió el sonido de fallar el tiro al agua.- ¡Maldición! ¡Otra vez!

-¡Capitán, subiré a 15 grados el cañón!

-¡Rápido, rápido! ¡está viniendo hasta nosotros!

El trepidante Lexioren, volvió a hacer las onomatopeyas del cañón, donde finalmente, el enorme calamar fue abatido y hundido en las profundidades, haciendo los sonidos ambos con las manos ahuecadas en su boca la agonía del monstruo.

-¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos dado a ese calamar su merecido! -dio un salto, vitoreando tal logro.

Presea aplaudía viendo a su hermanito dando brincos en cubierta, y se reía contagiada de su júbilo. Corrió hacia a ella para tirarse a sus brazos, mientras la elfa le aupaba y le colmaba de besos en su tierna mejilla, dichosa.

-He traído emparedados y un trozo de pastel de chocolate. -anunció la elfa con complicidad, guiñándole un ojo.

-¡Pastel de chocolateee! ¡Bieeeen! -celebró Lex, alzando los brazos y después achuchando a su hermanita.

Bajó el pequeño de sus brazos, mientras veía como corría por la pasarela hacia donde habían dejado la cesta. Fue al encuentro de su ‘hermana’ y la cogió de la mano para ir hacia la playa de la Ensenada Dorada. La eterna primavera de Quel’thalas hacía que el clima sea siempre agradable. El mar estaba tranquila y el oleaje, junto a la brisa marina, prometían sosiego. Lexioren enterraba el brazo en la cesta para rebuscar esos emparedados, sacando el suyo y el de Presea, que se lo tendió enseguida, sonriéndose ambos.

La elfa se quedó mirando melancólica al pequeño, que engullía el emparedado, famélico, después de estar jugando toda la tarde. Tenía algo importante que decirle, y no sabía bien si lo llegaría a entender. Se mordió el labio inferior, bajando los parpados, meditándolo.

-Lex.

-¿Sí, hermanita?

-Quería hablar contigo de una cosa.

El niño le prestó toda la atención mientras daba otro bocado y se limpiaba con la manga los berretes. Presea rió y extrajo del cesto unas servilletas.

-Ten, límpiate con esto. -le dijo, después de dar un suspiro, volviendo a preocuparle un poco.- Lex, verás… hay… hay algo que quería decirte, respecto a una cosa que me ha pasado no hace mucho. Se … trata de ciertas costumbres que tienen mi familia.

-¿Que costumbres? -preguntó, ladeando un poco la cabeza. Los bocados del bocadillo, empezaba a hacerlo más pequeños, mirando a su ‘hermana’ expectante.

-Pues… verás, se… trata de que, pronto … me voy a casar.

Lexioren hizo una mueca de desagrado, muy exagerada, hasta sacar la lengua. Presea se rió.

-¿Vas a casarte? -arrugó la nariz.

-Sí, es… -dio un suspiro hondo y frunció levemente el cejo- … complicado.

-Y, ¿por qué te casas? -preguntó de nuevo, con toda la incertidumbre de la inocencia de un niño.

-Es una buena pregunta. -se rió amargamente, tras una sonrisa contristada.- Debo hacerlo para seguir con la tradición familiar. -cogió un palo y dibujó en la arena un árbol representativo.- toda familia tiene una raíz, y todo árbol, tiene ramas. Yo soy una de esas ramas, y debo seguirla para que el árbol siga creciendo y nunca muera. Toda la familia está en ese árbol.

-¿Yo también estoy en ese árbol? -dijo fijándose en los detalles, comprendiendo.

Presea miró al pequeño, no supo que decir en ese instante. Fue entonces, cuando esos ojitos azules la miraron.

-Pues… -divagó, mordiéndose después el labio inferior. De pronto, se le ocurrió algo.- Nosotros tenemos nuestro propio árbol, por que somos especiales.

-¡Oh! -exclamó el pequeño, iluminándose su rostro en una amplia sonrisa. Pero después, frunció el cejo, confundido.- ¿Y también me tengo que casar?

La elfa se rió a carcajadas conmovida por su inocencia y atrajo a Lexioren para sentarlo en su regazo y abrazarlo, dándole un beso en su sien, muy tierno.

-No, cariño. Tú eres muy pequeño para eso. -respondió, acariciando su preciosa melena dorada.- Lo que… intento decirte, es que no sé si … podremos vernos tanto como ahora.

Eso inquietó al muchacho y la miró a los ojos.

-¿Por qué?

-Por que… mi vida cambiará. Y … es posible… que esté muy ocupada con esos nuevos cambios del que no estoy acostumbrada.

Lexioren la miró desconcertado, no lograba entender bien qué quería decirle, pero un temor brotaba en su corazón y toda esa felicidad que hace un momento irradiaba, empezó a apagarse.

-¿Qué quieres decir…?

La elfa se condolió al ver esa tristeza en los ojos del pequeño.

-No nos vamos a separar, Lex. Nunca. -contestó al miedo que veía en sus ojos, intensificando la mirada.- Yo siempre estaré. Sólo que puede que las cosas… cambien un poco hasta que logre adaptarlas. Mi… futuro esposo no sabe de tu existencia. Ni siquiera sé qué va a pasar.

El niño se levantó del regazo de Presea, tenso.

-Él no querrá que me veas, es eso lo que intentas decirme, ¿verdad? Si nos va a separar ¿por qué te casas con él?

-Lex, cariño… no te conoce, no sé qué pasará.

-Yo sí lo sé… -se compungió en lágrimas.

Presea al verle llorar, se le partió el corazón, le cogió de la mano y le atrajo de nuevo a su regazo, abrazándole muy fuerte. Mientras sollozaba en su pecho, le acariciaba su espalda.

-Escúchame. Pase lo que pase, jamás me van a separar de ti. Te quiero muchísimo, Lex. Él no te conoce, pero estoy segura que si…te conociera… -esas palabras encerraban incertidumbre, pero tenía que parecer segura. Pues no conocía a su futuro esposo­- … si te conociera… te querría tanto como yo te quiero a ti. -cerró los ojos, acunando al pequeño, apoyando la mejilla en su cabeza.-­ Nadie nos separará… nadie. -susurró, calmando poco a poco a Lex.

Los colores del horizonte, se tornaban en un rojo anaranjado, y el sol lentamente descendía. Lexioren estaba más calmado, y estuvieron juntos hasta el ocaso. Pues Presea había prometido a su madre que ella le llevaría de vuelta a casa.

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Esbozos del pasado (I)

Hace 32 años

Era una tarde soleada y tranquila en el Bosque de Canción Eterna. El arrullo de la charca de plácido susurro, invitaba a la arcanista relajarse en la mullida hierba y a reposar bajo la sombra de la copa de un árbol frondoso, de hojas doradas y de tronco grueso, cuyas raíces casi llegaban a tocar la orilla. Se había preparado un par de emparedados mágicos que llevaba en una pequeña cesta, con una botella de agua de manantial. No deseaba estudiar en la ciudad, que aunque había lugares donde encontrar el silencio, como en una biblioteca, quería poder respirar el aire del bosque y escuchar de fondo el suave canto de los pájaros. El libro trataba de la interpretación de los sueños, le resultaba interesante conocer la adivinación y las premoniciones; por eso, la soledad era la mejor compañía.

Mientras estaba sumida a la lectura, escuchó a alguien menudo correr. Levantó unos segundos la vista del libro y miró la charca, ese sonido procedía del otro lado del árbol. Pensando que podría ser algún tierno, negó con la cabeza y volvió a su lectura. Pero de pronto, escuchó unos sollozos, aquello la inquietó, cerró el libro y se levantó. Se asomó con prudencia y vio a un niño llorando, abrazado a las rodillas y hundiendo el rostro entre ellas. La elfa, se le encogió el corazón y se acercó a él.

-¿Qué te ha pasado, pequeño?

El crío se sobresaltó, levantó los ojos hacia la elfa, arrasados en lágrimas. Eran unos ojos azules asustados. La arcanista se dio cuenta de que no era un elfo, si no un mestizo. No se sorprendió, no era la primera vez que veía un mestizo, pues sus estudios de magia los había proseguido durante un tiempo en Dalaran. Se puso de rodillas para estar frente a él.

-No tengas miedo, no voy a hacerte daño. -dijo la arcanista, en tono calmado.

No pareció que tuviera intención de hablar, pero al menos sabía de que la idea de huir había cesado. Ella se mordió un poco el labio al ver que no respondía.

-¿Cómo te llamas? -preguntó animosa para encomiarle. Seguía en silencio, pero la miraba con esos ojos inocentes y retraídos. La elfa dio un leve suspiro y se presentó ella:- Yo me llamo Presea. -de pronto se le ocurrió que tal vez no entendía el niño thalassiano- ¿Puedes entenderme?

El niño asintió lentamente, sin dejar de mirarla y sin pestañear.

-¡Vaya! Ya había pensado que tenía que hablar en común. -se rió melódica.- ¿No vas a decirme cómo te llamas? -su mirada se tornó dulce.

-Lexioren… -respondió murmurando, tímido.

-¡Lexioren! -sonrió ampliamente, dichosa, cuando por fin la habló- es un nombre muy bonito.

-El tuyo también… -murmuró cohibido, con una mirada huidiza y aún desconfiado. De pronto, se entristeció.

Eh.. -se conmovió preocupada, queriendo poner la mano en su mejilla, pero este la retiró e hizo una mueca, cerrando fuerte los ojos, creyendo que le iba a agredir.- No voy a pegarte. Jamás te haría daño…

-¿No me odias por ser lo que soy…? -murmuró con la mirada baja, hacia un lado, tras haberse apartado de la mano de la elfa.- todos lo hacen…

Su corazón volvió a encogerse. Negó lentamente con la cabeza.

-No tengo motivos para odiarte. ¿Qué eres para que te odie? ¿Un…. -se hizo la pensativa, queriendo arrancarle una sonrisa- … múrloc?

Lexioren negó con la cabeza, no quería sonreír, pero se le estaba escapando.

-¡Ah! Pues, si no eres un múrloc, entonces eres un gnoll. -siguió bromeando. Pero el niño puso cara confusa.

-¿Qué es un gnoll? -preguntó, frunciendo el cejo.

-¡Uy! Son seres muy, muy feos. Con una cara así. -puso las manos en las mejillas y las tiró hacia abajo, sacando la mandíbula hacia afuera y casi poniendo los ojos en blanco. Lexioren al verla así, rió por la nariz, con toda la inocencia de un niño. Presea rió con él, mirándole con ternura.- Qué bonita risa tienes.

La miró tímido, pero más confiado.

-¿Sabes lo que eres? -volvió a hacerse la interesante, haciendo un gesto meditabundo, mesándose la barbilla.

El niño se entristeció.

-¿Un mestizo…?

La elfa se apenó. Negó con la cabeza a su vez.

-No. No eres eso.

-Si lo soy -se puso de pie- mírame.

-Yo veo a un niño.

-¿Un niño mestizo?

-Un niño. -concluyó, estando ella aún de rodillas, aunque se irguió un poco.

-Pero soy diferente, ¡mírame!

Presea dio un profundo suspiro por su insistencia, apenada. Intuía que habría sufrido marginación y rechazo. Se le ocurrió algo, así que hizo una mueca poco convencida, torciendo el labio.

-Veamos qué tienes de diferente. ¿Qué tienes aquí? -señaló un lugar en concreto de su cara. Lexioren se tocó la nariz.

-Una nariz.

-Yo también tengo una, ¿ves? -se señaló esta.- ¿y qué tienes aquí? -acercó las manos para tocarle las orejas. Dio un ligero sobresalto, pero cuando notó que no la hacía daño, se dejó.

-Mis orejas son distintas a las tuyas. -alegó contristado.

-¿En serio? -dijo Presea, fingiendo asombro- ¿Por qué me oyes entonces? Si son distintas, entonces no podrías oírme.

Por un momento, el niño quedó sin saber que decir, como si eso tuviera sentido.

-No somos tan distintos… -le dijo un poco más seria, dejando de jugar. Quiso coger la mano de Lexioren, se dejó y unió ambas manos, palma con palma, aunque la de él era más menuda que los lánguidos dedos de la elfa.

El niño miraba las manos unidas, entristecido y sin comprenderlo bien.

-Entonces, si no somos tan distintos, ¿por qué los demás me odian?

Presea se condolió por la forma en cómo se convencía el pequeño de que era un objeto de rechazo y que debía ser odiado, pues sabía que muchos elfos eran muy estrictos por las mezclas de sangre, cerrados de mente. Y que ese mismo pensamiento, se lo habrían transmitido a sus hijos. Bien sabía cuán crueles podrían ser los niños al respecto, y si sus padres los amparaban, aún peor.

-Por que están ciegos, Lex. -respondió.- Y cuando no ven, temen y odian lo que no entienden.

-¿Ciegos? -frunció el cejo- Ellos me ven, no están ciegos.

-No con esos ojos. -sonrió levemente- Si no con estos. -puso la mano en el pequeño pecho.

Lexioren bajó la mirada al comprender y Presea le atrajo hacia a sí para abrazarlo con ternura. Al principio, el niño no respondió el abrazo, se sentía abrumado, un enorme vuelco le dio, perplejo de que una Elfa Noble, le aceptase de esa forma. En sus brazos, se sentía cómodo, protegido, tanto que le quebraba. Lloró en el hombro de la elfa, mientras ella, la arrullaba en sus brazos, consolándolo.

Desde aquel momento, una estrecha relación se forjó entre ambos, convirtiéndose así en la hermana mayor del pequeño Lex que nunca tuvo.

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Preludio de la Academia Falthrien

Hace 8 años

El sol de justicia se alzaba a mediodía en las ruinas de Orsis, estaban cerca de un hallazgo arqueológico donde se escondían misterios que aguardaba dentro de una cámara. El templo se hallaba semi enterrado, erosionado por las tormentas de arena y el pasar del tiempo, castigado por los movimientos sísmicos que sepultaron la ciudad. Los obreros, contratados por un humano arqueólogo, cavaban incesantemente. Era un entusiasta de las antigüedades y las riquezas culturales de aquellas tierras Tol’vir, estaba apunto de llegar hasta la sellada puerta de la Luna, donde conseguirían más tesoros del lugar y cantidad de manuscritos para comprender mejor el origen de todo y su civilización.

Una Sin’dorei le acompañaba, esperaba el momento en que la puerta tuviera el acceso para poder abrirla; el idioma no supuso un problema, la elfa recordaba todavía la lengua común de los humanos, le fue relativamente fácil poder hablar con él, pero solo hubo una razón por el trabajo en equipo: Ella consiguió la Estrellada llave de la Luna, objeto que el humano buscaba cerca de donde se guardaba, pero para entonces, cuando sus investigaciones le llevaban al lugar, encontró a la elfa marchándose con la llave, se la adelantó. La persiguió durante varios días, hasta que pudo acorralarla. Le contó sus verdaderas intenciones en Orsis, no quería hacerla daño, sabía que eran colegas en lo que respecta a la profesión e intuyó que sabría comprenderle. La elfa le escuchó e hicieron un trato: Cooperarían juntos para poder abrir la puerta, lejos de donde procedían o a quien sirvieran.

—Ya casi lo hemos logrado, Lady Presea. —anunció el humano espectante, esperando en que acabaran los obreros de quitar el metro de arena que faltaba.

—Sí…—contestó mientras observaba la ranura que había en la enorme puerta maciza de oro. La ranura era estrellada, congeniaba perfectamente con la llave que poseía.— Sea cuidadoso Doctor Jones— le previno mientras se la entregaba.

—Siempre lo soy, no está hablando con un estudiante My Lady. —respondió con tono neutro.

El paso quedó libre donde celebraban los obreros entre gritos de entusiasmo y aplausos, al fin podrían ver lo que tanto se rumoreaba, los tesoros que ocultaba y que tal vez podrían ganarse una generosa comisión por su árduo trabajo. Jones y Presea se acercaron a la puerta felicitando a todos.

—Llegó la hora. —anunció el humano.

Estaba nervioso por la emoción, colocó la llave estrellada en la ranura, comprobó que era la auténtica llave del Templo de la Luna del cual sonrió. La giró a unos 85 grados hacia la derecha, la empujó hacia adentro, la ranura se cerró de repente engullendo la llave donde le dio tiempo a apartar la mano en un acto reflejo. Lentamente la puerta se abría levantándose desde el suelo. El interior era demasiado oscuro, tan solo veían lo que podía alcanzar la silueta de luz del umbral.

—¡Una antorcha! —bramó una orden Jones extendiendo una mano para que le alcanzara una.

Repartieron antorchas a algunos que entraban dentro de la pirámide. Era inmenso el lugar, habían varios sarcófagos, jeroglíficos grabados en la pared, cantidad de figuras de oro macizo y piedras preciosas. Algunos que acompañaban a la expedición se acercaban con ojos avaros a esas riquezas riendo como si entraran en una locura, cogiendo algunas figuras que representaban a los mismos vigilantes de la Cámara de los Orígenes.

—No toquéis nada. —advirtió Jones con mirada amenazante.

—¡Es nuestro botín! ¡tenemos derecho a recoger nuestra recompensa! —exigió uno de los hombres. Era un hombre obeso, con una perilla ridícula.

La elfa avanzó más adentro. Fijaba la mirada en uno de los recovecos de un sarcófago dejando que los humanos se acaloren en una disputa, acercó la antorcha para arrojar más luz, quería ver si era lo que sus ojos no la engañaban, había una vasija donde dentro de ella se hallaba unos pergaminos antiguos. Sonrió ampliamente.

—Doctor Jones —le llamó. El humano dejó de discutir con aquel hombre y fue rápidamente donde estaba.— Los Papiros de Neferset.

El humano sonrió, rió levemente, para él era más importante que todos los tesoros que se hallaban en el templo, del mismo modo que ella.

—Enhorabuena, Mi Lady. —dijo con sinceridad Jones.

—No, Doctor. Ambos lo encontramos.

El suelo comenzó a temblar, todos miraron hacia afuera, la puerta poco a poco se estaba cerrando.
El anterior hombre que exigía su parte, había tocado una de las piezas que activaba un mecanismo de cierre.

—¡Salgamos de aquí! —gritó el hombre seboso, pero no parecía irse el primero. Trataba de coger todos los objetos de valor que podía en los preciados segundos que le concediera la puerta dentro de la bolsa que ya estaba medio llena.

La elfa cogió los papiros, sabía que no eran los únicos de ese lugar, corrió hacia los sarcófagos restantes por si encontrara algo más pero Jones no escatimó en esperarla, la cogió del brazo obligándola a salir, la puerta estaba casi cerrada.

—¡Corra! —gritó.

Pasaron por debajo de la puerta, apenas había un metro, estaba apunto de sellarse. El seboso intentó cargar con la mochila, pero era tan pesada que la iba arrastrando hasta la salida, al ver que su vida tenía más valor que los tesoros, se tiró bajo la puerta. Los obreros a duras penas consiguieron sacarle de ahí. Se levantó empujando a los que le echaron una mano, dando patadas en la arena y golpeando la puerta, maldiciendo a voz en cuello.

—La llave… -advirtió Presea viendo de que no podían recuperarla.

—Al menos pudimos salvar los manuscritos. —suspiró con resignación Jones.

—Pero no están todos. Creo que en los sarcófagos estaban escondidos los demás cofres, solo pudimos salvar esto.

El humano la miró dubitativo.

—¿Cómo lo haremos? Solo tenemos lo que usted posee y…

—No se preocupe —le interrumpió— podemos hacerlo juntos. Pasaré unos días en Ramkahen, si quiere, puede acompañarme.

—¿No huirá de nuevo? —sonrió bromeando.

—Le prometo que no, esta vez es diferente.

—Guárdelos. Mañana podemos empezar a abrir la investigación. —concluyó con confianza.

La oscilación cambió el clima en la noche cerrada. Recién llegaba a la ciudad Tol’vir la caravana de la expedición, Presea bajó de su camello con elegancia, dio unas palmadas en el cuello del animal, entró en la posada de Mar’at situada junto al lago Vir’naal. Deseaba cenar, darse un buen baño caliente y descansar. Advirtió de un sobre en su alcoba encima de la cama.

“A la Atención de Lady Presea Loren’thar”

Se extrañó viendo que lo que sellaba el sobre era el escudo de Lunargenta. Intrigada, se asomó al posadero Tol’vir:

—Tabat ¿cuando recibí esto?

—Esta maniana, siniora, después de que se fuera a la expedisión. —contestó con un acento remarcado.

Hizo una mueca de aceptación, volvió a su alcoba y abrió el sobre. Sacó la carta donde leyó con letra muy cuidadosa:

«A la atención de Presea Loren’thar, Hija de Gamaliel y Amelia Loren’thar.
Reverenciada arcanista y reputada arqueóloga Sin’dorei.

Alzó una ceja con cierto asombro.

—Pero si hace una eternidad que no piso la ciudad… —dijo para sí con extrañez. Prosiguió leyendo:

«Lady Presea, la Corte del Sol reclama vuestros servicios en calidad de Magister de la ciudad de Lunargenta.

El Relicario ha estado estudiando vuestros progresos y el Concilio de Magisteres os ha juzgado ameritadora de la licencia de enseñanza en la ciudad de Lunargenta. Queremos que regreséis y que adoctrinéis a las nuevas generaciones en lo que habéis descubierto.

Se os proporcionarán fondos para que continuéis vuestra investigación desde Lunargenta con el soporte del relicario y del Concilio de Magisteres asimismo. Se os proporcionará manutención integral y santuario en los límites del Reino, se os otorgará por la presente la acreditación para inagurar un órgano escolástico. Venid con la mayor urgencia a la Corte del Sol para recibir vuestra nueva dignidad y sus privilegios correspondientes.»

Atentamente

Magístrix Istimiel.

—¿¿Cómo?? —dijo en voz alta sin dar crédito, tuvo que sentarse un momento.

Paseó en la habitación. El sello del Concilio a pie de página no era falso, conocía a la Magistrix de haberla visto un par de veces. Meditó muy bien lo que le proponían, era tentador: por un lado, le gustaba enseñar, ya lo hizo con algunos miembros de la Orden, pero no a escala oficial. Por el otro, tendría que ralentizar su búsqueda o incluso anularla. Imaginó que el Concilio habría mirado en los archivos del Censo para investigar sus progresos académicos, arcanos y licenciatura, sin contar el que sea un miembro del Kirin’tor. “Podría ser una buena oportunidad” pensó “pero…” miró los papiros, estuvo varios minutos tomando una decisión en qué hacer con ellos. Sacó su cuaderno de seguimiento, el mapa celestial estaba tan cerca, pero… De pronto abrió los ojos en una idea. No iba a desistir de su búsqueda, habían otros métodos. Desenrolló los pergaminos extendiéndolos en la cama, comenzó a trabajar de inmediato, la decisión estaba tomada. Probablemente hablasen de su siguiente paso hacia su investigación.

La mañana llegó más deprisa de lo que ella esperaba, no había dormido en toda la noche. Antes de que se alzara el sol, preparó su equipaje, había terminado de leer los papiros y de tomar apuntes en lo que necesitaba. Jones acudió a la posada, frunció el cejo percibiendo que la elfa no se quedaría ahí por mucho tiempo.

—Tenéis un aspecto horrible. —dijo Jones con cierta cordialidad y suspicacia.- No parece que hayáis descansado bien.

—Ha sido una larga noche de decisiones. —respondió entregándole los papiros. El humano la miró con extraño asombro.

—¿Qué hacéis?

—Un obsequio. Ya he descifrado su contenido, apenas habla de lo que estoy buscando.

—¿Ha estado toda la noche descifrándolos? —preguntó sospechoso— Creí que habíamos acordado compartirlo. ¿Qué está buscando? Puedo ayudarla.

—Lamento no revelarlo, Doctor, pero es confidencial. De todos modos, hay otros asuntos que requieren mi atención en Lunargenta. —Contestó.

El posadero traía al dracoleón de la elfa donde lo estuvo cuidando en el establo.

—Aquí tiene, siniora Presea. —dijo el Tol’vir entregándole las riendas del animal.

—Gracias por todo, Tabat. —Las cogió mientras le estrechaba la mano de forma afectuosa.

—A sido un pliaser siniora, vuelva cuando quiera. —la sonrió amablemente.

Miró al humano con cierto pesar, sonriéndole amablemente.

—A usted también, por ofrecerme su equipo, Gracias por su ayuda. Fue más rápido llegar hasta el Templo de la Luna con usted —le dijo a Jones con una amplia sonrisa, extendiéndole la mano.

Jones cogió su mano y besó sus nudillos.

—Un placer haber trabajado con usted, Mi Lady. Solo espero que algún día me revele qué está buscando y no juegue a los misterios.

—Siento mucho no poder compartirlo, pero seguramente algún día, lo sabrá por usted mismo, Doctor. —estrechó su mano, la soltó y se subió a su dracoleón. Cogió las riendas y miró de nuevo a Jones.— Al diel Shala. —alzó el vuelo rumbo hacia el norte.

El viaje duró varios días, aún no quiso llegar cuanto antes a Lunargenta. Sin estar bajo la mirada del Doctor Jones podía terminar de confirmar algunos misterios que le han llevado los papiros hacia otro paso más. Solo cuando obtuvo lo que quería fue cuando decidió usar sus habilidades arcanas para abrir un portal hacia la ciudad.

Llegó a la gran sala de los instructores de la magia donde una Sin’dorei vestida con unos ropajes muy elegantes, una túnica muy familiar del Consejo Magister, la esperaba. Tenía un aspecto severo, erguido, por las facciones de su rostro se podría adivinar que era alguien poco flexible y exigente.

—Bienvenida a Lunargenta, Lady Presea —la elfa se inclinaba en una leve reverencia.

—Magistrix Itismiel —inclinó su cabeza, un poco sorprendida ya que esperaba anunciar su llegada a la ciudad mediante una misiva e ir un poco más apropiada.— Al fin nos conocemos.

—Por favor, acompañadme. —mientras ambas elfas caminaban saliendo de palacio, Istimiel preguntó— ¿Habéis experimentado alguna turbulencia en el viaje de regreso?

—Me encontraba en Uldum, —respondió.— en la otra punta de Azeroth. Tenía asuntos que zanjar antes de poder venir a su cita.

La Magistrix miró por encima del hombro. Asintió, delicada, pero firmemente.

—Hace días, un loco estuvo jugando con las corrientes de magia cerca de la Corte del Sol. Pensé que podríais haber sufrido alguna inconveniencia por su culpa.

—Supongo que he tenido la fortuna de no usar los portales. —frunció el cejo ante la noticia.- Al menos no en ese tiempo propicio.

—Habéis hecho bien. Aún estamos persiguiendo a ese desgraciado.

Llegaron a un edificio donde habían empleados colocando archivos. En una de las mesas una pluma sin que una mano la dirigiera, estaba escribiendo en un pergamino, un elfo volvió a sentarse en su escritorio para proseguir con la escritura donde la pluma lo había dejado. Al parecer había cogido unos libros del cual Presea no se fijó especialmente en los títulos, pero por su grosor y la magnitud del tamaño, podría ser algún tipo de ley o estipulaciones del ayuntamiento.

—Me ha llamado especialmente la atención su misiva. —dijo volviendo la vista hacia Itismiel.

—Por favor, sentaos. —invitó a Presea desplegando su mano abarcando la silla.

—Si… —obedeció tomando asiento.

—Decidme, mientras voy preparando los trámites y los papeles del contrato que debéis firmar.— la dijo mientras rebuscaba en la estantería. Entre los estantes polvorientos, sacó algunos libros y ojeó la cubierta rápidamente.

—Me preguntaba… qué méritos hice para llamar la atención del Consejo Magister. Nunca me había pasado esto. —dijo con prudencia.— Llevo tiempo fuera de la ciudad y su política.

—Por lo visto, el líder del Relicario había estado observando vuestros progresos, aunque lleváis mucho tiempo sin publicar ninguna tesis de investigación… —la contestó sin mirarla, seguía ojeando los documentos, buscando el apropiado.

—¿Puedo aventurar que el Lider del Relicario mantiene contacto con el Kirin’tor?

—Sería una alternativa posible, sí. No lo conozco lo suficiente para emitir ese juicio.

—Comprendo. —dijo reflexiva, bajando un poco los párpados.— Reconozco que para mí es un honor.

La Magistrix dio con el legajo de papeles apropiado. Sus ojos se iluminaron. Los hizo levitar hacia Presea donde tomó los papeles y los ojeó. Itismiel enarcó suavemente las cejas, pero mantuvo su expresión calmada.

—Espero que esta unión sea buena para todos. —dijo la Magistrix observando como Presea procedía a la lectura. Se acercó y apuntó con el dedo índice a uno de los formularios.— Son instancias censales forman parte del contrato de los Magísteres de la ciudad. Simplemente, ratifican lo que ya sabéis:
«Se os concederán instalacios y medios para llevar a cabo vuestras investigaciones en arqueología, o en cualquier otro campo que estéis estudiando en estos momentos. Además, se os concederá cátedra y la licencia para impartir clases a pupilos, que podréis adoptar como ayudantes en vuestros experimentos.»

—Interesante.

—Eso arrojará una luz más positiva sobre Quel’Thalas y nuestra erudición. —añadió Itismiel— A cambio, el contrato estipula que vuestras investigaciones serán presentadas periódicamente al Consejo de Magísteres de la ciudad. Se os concederán más o menos fondos en función de vuestros hallazgos y de la medida en que contribuyan con Lunargenta. Asimismo, se os otorgará un ayudante nacional que os asistirá en todo momento.

Presea levantó la mirada del contrato hacia la elfa con curiosidad.

—Un experto en materias de magia arcana. -prosiguió ante aquella mirada— Y otras áreas del saber.

—Eso quiere decir… que todo lo que ejerza en la enseñanza o lo que haga, incluido la elección de personal escoláico, quedará a vuestra supervisión. —intuyó.

—Eso significa que contaréis con la aprobación directa y la involucración personal del Concilio de Magísteres. Creedme, lady Presea, este es un beneficio del que muy pocos arcanistas en la ciudad disponen. Muchos, se matarían por conseguirlo. Y me temo que no exagero. Que los más insignes magos de Quel’Thalas cobren interés en tu investigación, es algo que no sucede con frecuencia…

Presea torció el gesto.

—Asusta, la verdad. Incluso no sé si llegaré a la altura de lo que exija el Concilio. —vio como la Magistrix levantaba una ceja con una expresión peculiar.— Aún así —dijo rápidamente— estoy interesada.

—Está en vuestras manos elegir. Pero, debéis saber que hay otros que esperan una oportunidad así y que están esperando a que rechacéis…

—No lo voy a rechazar. Acepto. —dijo con firmeza y convicción, lo cual le dio tiempo a sorprenderse de sí misma, unos cuantos años atrás y estaría dudando, terminar por rechazar tal puesto por no creerse capaz de semejante responsabilidad. Esbozó una sonrisa celebrando no sentirse tan insegura en esos momentos.

La Magistrix orbitó una pluma entintada del escritorio con un meneo de su dedo.

—Sólo debéis firmar. Consignad este documento y su réplica. Quedaos la última.

Presea cogió la pluma delicadamente, e hizo una firma muy floritureada y elegante, envolviéndolo un arco en todo su nombre. La entregó el contrato firmado y se quedó con la última hoja, tal como la dijo. Istimiel inclinó sutilmente la mano y el papiro se archivó dentro de un rollo de pergaminos, flotando suspendido a dos metros sobre el suelo. Volvió a dirigirse a ella en una sonrisa.

—Bienvenida a Lunargenta, Magistrix Presea. Pronto sabréis quién será vuestro acompañante designado.

Presea inclinó la cabeza en humildad.

—¿Tenéis alguna duda? —preguntó Istimiel.

—Sí

—Os escucho.

—¿Se ha abierto otro tipo de escuela? o ¿la Academia Falthrien aún da enseñanza a los interesados? Hace años que salí de ella, no sé si aún está en pie.

—La Academia Falthrien ya no existe como institución, milady. Fue ocupada por los desdichados. Todos sus discípulos han huido o están muertos. O… algo peor.

Presea se apenó ante tal noticia un instante.

—Comprendo… entonces… —levantó la mirada hacia la elfa— Creo que la academia no está en el edificio.

Itismiel la miró sin entender.

—Me refiero -—añadió.— que podríamos trasladarla. Ha sido un lugar de enseñanza desde muchos siglos
y creo que merece que la rescatemos.

—La antigua Academia Falthrien cerró su capítulo en la Isla del Caminante del Sol… Si queréis abrir una nueva para conservar su legado… sois libre de hacerlo.

—Si el Consejo me lo concede, reabriré dicha Academia en Lunargenta. Es el lugar más seguro.

—Tenéis tiempo para preparar un borrador. Para cuando lo hayáis hecho, se os comunicará quién será vuestro asistente.

—De acuerdo.

—Si no necesitáis nada más, milady, debo marcharme a informar al Consejo…

—Aún no hemos tratado algo importante.

-Vos diréis.

—A menos que lo deseéis que lo exponga en el borrador las asignaturas que se impartirán.

—Queda a vuestro criterio.

—Debo admitir que me alaga la confianza depositada en mí. —dijo sonriendo ante tal aprobación.

—Sed justa con vuestra capacidad docente para impartir las materias sobre las que conozcáis. O para convocar a aquellos que creáis que pueden serviros de soporte.

—Garantizo que serán meramente útiles para enseñar con sabiduría

—Vuestras clases serán remuneradas y se os otogarán fondos para vuestra investigación en función de su éxito.

—Gracias, Magistrix. —se inclinó agradecida.

—Lady Presea… —correspondió la reverencia dando por finalizada la cita y se marchó.

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La fuerza del destino

HACE 11 AÑOS…

-El futuro es impredecible… ¿no crees, Presea?

El Oráculo, caminaba apoyado en su cayado, donde apenas se asomaba el mentón poblado de una barba blanca que le llegaba sobre el pecho. El aspecto que había adoptado era la de un Sin’dorei de edad muy avanzada, un anciano, tan viejo como los anteriores Altonato que perduraron a lo largo del exilio por Azeroth. Sus túnicas de un púrpura oscuro, se mecían con la fuerte brisa de las montañas de Kalimdor. Se puso al lado de la Magistrix que oteaba desde las montañas áridas de Los Baldíos el manto del Oasis alrededor de la charca y los nómadas centauros que habitaban cerca de la orilla, sin ningún especial interés.

-Cuando decís eso, sé que me ocultáis algo, Mi Señor. -esbozó una leve sonrisa en los labios y le miró seguidamente. No podía ver apenas su rostro, no la miraba, si no que fijaba sus ojos donde Presea había estado observando. Escuchó de él una suave risa bajo la nariz, grave y casi etérea.

-Se aproximan tiempos oscuros, Presea. Tiempos de cambios… de congoja. -la voz del Viejo se volvió inquietante. Apoyó ambas manos en su cayado, una sobre la otra- Por eso, debes encontrar al próximo elegido con premura. Pues él… podrá medir el momento, y soportar los cimientos de nuestro propósito.

La elfa, miró intrigada al Oráculo, ¿quién podría ser él? Pues por sus palabras, discernía que era alguien importante. Con gesto dispuesto, dio un asentir.

-Guiadme, Mi Señor. Le encontraré.

-Ve a la ciudad de los orcos, a Orgrimmar. Ahí le encontrarás. -la dijo, mientras se giraba hacia a ella.- Sabrás quién será. -señaló con sus huesudos dedos de largas y puntiagudas uñas, el medallón que colgaba de su cuello.

Tras un leve asentir, aferró el colgante, comprendiendo su nueva misión.

-Pronto volveremos a vernos -dijo el Oráculo dándose la vuelta, dispuesto a partir, pero se detuvo un instante. – Y… Presea.

-¿Si, Mi Señor?

-Ten paciencia. No quieras precipitarte, todo lleva a su tiempo.

La elfa se extrañó.

-¿Por qué decís eso?

El Oráculo se desvaneció entre las sombras sin responder.

-¡Mi Señor! -alzó la voz, sin darle tiempo a alcanzarlo.

Suspiró hondamente. Por un lado, odiaba tanta ambigüedad por parte del Oráculo, ¿Qué había querido decir? Bueno, hasta hace un momento, pensaba en su objetivo, a conocer ese elegido y se preguntaba por qué una sola persona podría cambiar el destino de la Orden. Casi siempre recelaba de que los elegidos acogieran su destino y supieran servir fielmente, llevar a cabo los propósitos de la Orden. Por eso, su deber como guardiana, era protegerla.

La Alta Guardiana, portavoz del Oraculo, era una Sin’dorei llamada Platea Albanieve. Era muy enigmática. Presea siempre supo que esta ocultaba algo más de lo que aparentaba. Llegaron a ser buenas amigas, a parte de compañeras de la Orden, «Si era tan especial, ¿por qué no se lo pidió a ella?» se preguntó dentro de su frustración. Volvió a suspirar por la nariz levemente y con un movimiento de su bastón, se conjuró un hechizo a sí misma. Saltó al vacío, cayendo gracilmente como una ligera pluma hacia el llano.

Un majestuoso zancudo halcón de plumaje púrpura, con el arnés adornado, pastaba en la hierba semi seca de la sabana desenterrando lombrices. La noche anterior habían caído las primeras lluvias del año en Los Baldíos como una bendición, pues probablemente en muchos meses, no volvería a llover.

El zancudo se irguió dando un graznido al reconocerla y se acercó. La elfa le dio unas palmadas de cariño al lomo antes de subir a la silla, espoleó al zancudo y se marcharon rumbo a la ciudad.

——————————

Orgrimmar. Había una cantidad de gente en el Valle de la fuerza, abrumadora. Todo ser aliado de la horda de a pie negociaban en las subastas o en el banco orco para hacer sus transacciones. Presea aferró el medallón, presentía que estaba muy cerca. Hacía un calor abrasador y la sombra de la palmera que había frente al banco mitigaba esa sensación.

Se apeó del zancudo, dejándolo atado en la palmera. Miraba a todo el que se cruzaba, pues el medallón le indicaba justo donde estaba, pero ninguno de los que veía sentía que era el que debía encontrar. “Qué raro…” se decía. Fruncía el cejo, por un momento pensó que tal vez el colgante estaba dañado, pero no podía ser. De pronto sintió que alguien la estaba observando por encima de su cabeza y alzó la vista. Había un Sin’dorei, justo sentado en el tronco retorcido de la palmera. Sus ojos se clavaron en los de la Magistrix. Era una mirada intensa y profunda, casi le costaba mantener el contacto visual, la estremecía y en parte la intimidaba. Sintió una ligera incomodidad ante tal sensación que le producía esos ojos, parpadeó para contrarrestar ese contacto.

-¿Por qué estáis subido a esa palmera?

-Desde aquí puedo contemplar mejor a todo el mundo que no abajo. -contestó con una voz aterciopelada, muy calmada y agradable, dedicándole una ligera sonrisa en sus labios.

Iba vestido con unas túnicas gastadas -aparentemente cuidadas- de un marrón apagado entre las mangas y los hombros. El resto, en otro tiempo, podría haber sido de color blanco, ahora parecía un blanco grisáceo. Sus cabellos eran dorados cual trigo al sol, largos a media espalda. Su rostro perfilado y perfecto, se reflejaba la belleza de los Sin’dorei, aunque no le hacía justicia por la forma sobrecogedora de cómo la miraba. Despertó la intriga en la elfa, parecía que la estaba esperando, pero era imposible. Quiso dejar de fruncir su ceño y cambiar a una expresión un poco más amable, dejar de pensar más de la cuenta.

-Desde la palmera sería difícil poder hablaros. Os estaba buscando. -dijo con aire misterioso.

El elfo bajó de un salto con agilidad. La altura podría haber sido de unos dos metros aproximadamente, se acercó frente a ella. No borraba esa sonrisa leve de sus labios ni tampoco esa mirada misteriosa que la intimidaba, la abrumaba, pero ¿por qué? Quiso volver a perder el contacto visual, parpadear y evadir esa mirada, pero no se podía permitir que notase inseguridad en sus ojos, así que la mantenía. El orgullo Sin’dorei se asomaba. Era una Guardiana, debía saber mantener la compostura.

-Aquí me tenéis. -dijo extrañamente complacido.

Presea volvió a fruncir el ceño, “¿Aquí me tenéis?”. Podría haber esperado preguntas como ¿para qué le requería? ¿de qué le conocía? O algo parecido. Pero no esa disposición. Parpadeó de nuevo, el rostro de la elfa reflejaba demasiado su desconcierto. Normalmente solía tener temple ante cualquier duda u objeción de los elegidos, pero él logró quebrarlo.

-Mi nombre es Presea. -se presentó directamente- Presea Loren’thar.

El elfo hizo una ligera reverencia con la cabeza.

-Varael. – dijo, sin apartar un segundo la mirada a la elfa.

-¿Le importaría acompañarme? -le preguntó, con una ligera impresión de que estaba siendo apresurada. ¿Era eso lo que el Oráculo quería decir? Se abrumó y sus mejillas se tornaban en un ligero rubor- Por favor.

Varael se percató de ese rubor, casi parecía divertirle su forma de actuar.

-Después de vos. Lady Loren’thar. -la invitó amablemente.

La Magistrix dudó donde reunirse en algún lugar más íntimo, pensó fuera de la ciudad, pero había menos tráfico en la torre de los Dracoleones. Se adelantó, mientras él la seguía desde atrás. La mente de la elfa se disparaba a tantas preguntas que no lograba ver, su percepción caía en picado y le era muy difícil leer sus ojos. Habría jurado, en el momento en que habían mantenido el contacto visual, cuando bajó de la palmera y el sol le arrojaba más luz a su rostro, que sus pupilas se rasgaban en unas finas líneas verticales por unos segundos y el color de sus ojos… ¿podría haberlo vistos distintos? Pero tal vez lo imaginó, ya que el fulgor de la magia era innata en todos los Sin’dorei y apenas se podía percibir el iris, concluyó que fueron imaginaciones suyas.

Mientras subían a la torre, la elfa le miró de reojo por encima del hombro. Este le dedicó una leve sonrisa. Volvió la vista al frente, intrigada por tanta aparente serenidad. Cuando llegaron a la cima de la torre, el Maestro de Vuelo no estaba en su lugar, era el momento perfecto para hablar. Se puso frente a frente, prometiéndose a sí misma que no se iba a dejar amedrentar por la forma en cómo la miraba, sin embargo, prefirió preguntar antes de empezar, alzando una ceja y frunciendo profundamente la otra, con aire suspicaz.

-Antes de… que pueda hablarle. Quería preguntaros si nos conocemos de algo.

-Hace un momento nos hemos presentado, ¿cuenta eso? O debemos presentarnos nuevamente.

Parpadeó aturdida, ¿se estaba burlando de ella?

-No. Hablo de … si nos hemos visto antes de este encuentro. -respondió un poco más seca.

El elfo, volvió a profundizar su mirada en esos ojos durante unos segundos.

-No, no me ha visto nunca, no me conoce. -alegó.

-¿Eso significa que vos sí me conocéis o me habéis visto? -sospechó.

Se mantuvo en silencio durante un instante antes de responder, con la misma expresión que empezaba a resultarle irritable a la elfa.

-Sería difícil no reconoceros si os hubiera visto. Tal vez sí la haya visto en otro lugar, en otro momento, poco importa. Azeroth es muy grande y el mundo es un pañuelo ¿no lo cree, Lady Loren’thar?

La elfa entrecerró los ojos.

-¿Se burla de mí?

-Oh, en absoluto. -frunció el cejo ante tal pregunta, consternado.- Por favor, no se ofenda.

Al menos consiguió alterar esa mirada, eso la hacía ganar cierta seguridad.

-Si me ha reunido aquí, es que deseaba decirme algo importante, la escucho con atención. -añadió, dándole la palabra a Presea.

“Sol… esto no debería ser así.” se dijo a sí misma por cómo había derivado de entrada la conversación. Dio un profundo suspiro, cerrando un instante los ojos. Sacó el colgante que tenia bajo la toga, desatando la cadena de un tirón firme. El elfo la miraba espectante. Presea abrió la palma de la mano donde reposaba el colgante. Había un símbolo grabado: un ojo áureo en filigrana dorada con el iris centelleante como un rubí. Pasó la palma de la mano sobre él. El objeto reaccionó, formando un holograma de menor tamaño, en ese instante, Azeroth se reflejó girando sobre su órbita.

-Azeroth está sumido en un inmenso peligro, -El holograma de Azeroth se acercaba en tres imágenes, cada vez más próximo a Rasganorte, concretamente Ulduar.- Están apunto de despertar a un dios antiguo que atormenta las mentes de las criaturas que se aproximen a su creación -La majestuosa Ulduar, en las Cumbres Tormentosas, aparecía tridimensional, a vuelo de pájaro- El mundo ha declarado la guerra al Rey Exánime, y la venganza les ciega a lo que les espera al Nordeste de Rasganorte. -El trono helado apareció. Esperando sentado a los campeones de la Alianza, de la Horda, y de la Cruzada Argenta, el temible Rey Exánime.- Nuestro deber es llegar a Ulduar, y detener esta locura. La liga de los Expedicionarios, no parecen ser conscientes de lo que están apunto de hallar.

Varael se mantuvo atento a las imágenes del holograma, de vez en cuando, miraba a la elfa viendo cómo se concentraba y hablaba con prominencia. Presea se dio cuenta que la estaba mirando, y volvió a tensarse ligeramente.

-¿Sabéis por qué estoy aquí, Varael? -preguntó siendo directa. Trataba de no ser descortés, mientras sostenía el medallón y el holograma se detuvo en una imagen más lejana de Ulduar.- Todo esto me parece más raro a mí que a vos. Me habéis seguido sin preguntar. Parecía que me estabais esperando, y ni siquiera os he dicho quién me envía y qué soy.

El elfo ladeó la cabeza.

-Sabía que vendríais. -dijo con serenidad, despejando parte de su sospecha.

Se sintió ofendida. “¿Así que lo sabía? ¿Por qué no me avisó el Oráculo de esto?” pensó. Cada vez entendía menos por qué estaba aquí. Desactivó la magia que proyectaba el colgante. Empezó a desconfiar.

-No puedo creer que me hayáis hecho decir lo que está ocurriendo en Ulduar. -le costó mantener una actitud calmada, pues parecía evidente que estaba informando a un miembro ya de la orden y que sabía cual era su papel.- ¿Todo esto lo sabíais? ¿sabéis quién soy? ¿quién me envió?

-Sabía que ibais a hablar conmigo.

-¿Por eso fuisteis tan dispuesto? -inquirió molesta.

-No sabía de qué ibais a hablarme, si eso os consuela. -respondió cauto. Notaba la molestia de la Magistrix y desde luego le sabía mal.

-Pero sí sabíais quién me envía.

El elfo alzó la mano pidiendo calma.

-No. No lo sabía.

Permanecía tan tranquilo y sereno, que a Presea le costaba creerle. Ese manto misterioso que procuraba portar Varael, la exasperaba. No podía ver más allá de sus ojos, no podía percibirle y sentía que estaba dando palos de ciego. Lo único que interpretó, es que él iba un paso por delante de ella.

-¿Y cómo sabíais que iba a venir?

-Por que… era el momento de conocernos.

Presea enarcó una ceja. Seguidamente, se cruzó de brazos y prefirió mitigar su conducta escéptica para dar tregua.

-Así que… sabíais que venía pero no a qué, ni por qué.

Varael dio un asentir, casi en una reverencia condescendiente. La elfa suspiró hondamente.

-Está bien… debo deciros que, por primera vez he dado un paso por delante de lo que normalmente debería ser esto. -se dio un momento. Recordó las palabras del Oráculo y de lo mucho que coincide a qué se refería. Se precipitó y ha regañadientes lo reconoció ella misma. Sin embargo, aún le intrigaba por qué esperaba encontrarse con ella, pero supuso que debía aguardar- Debéis saber… que vuestro destino está apunto de cambiar, pues quien me ha enviado a buscaros, cree que podéis cambiar el rumbo de donde yo y varios como yo, servimos a una causa: Salvaguardar Azeroth de los secretos que oculta, pues podría causar hasta la propia destrucción a sí misma. Es por eso, que los Titanes consideran destruirla por los múltiples… “errores del sistema”. Así lo llaman.

Varael la escuchaba con atención, pero no mostró asombro o perplejidad a las posibles novedades que la estaba anunciando.

-Quien os pidió buscarme, ya me encontró.

Presea frunció el cejo. Otra vez esa disposición.

-¿Aceptáis vuestro destino?

Varael asintió levemente, volviendo a mirarla con esos ojos tan intensos, que la elfa no lo esperó, consiguiendo abrumarla. Ella apartó la mirada a sus manos, con el fin de no parecer que le estaba rehuyendo del contacto visual. Debía conjurar el hechizo, el sello que vinculaba el juramento del elegido. Ató su propio colgante detrás de su cuello que tenía sostenido en la mano y después, juntó las manos sin tocarse la una a la otra. Cerró los ojos, sus ropas se mecieron y una luz violácea sostuvo entre ellas, creando un colgante idéntico al suyo. Una vez finalizado el hechizo, cogió el colgante y se acercó a Varael para entregárselo.

-Esto siempre fue vuestro, llevaba tiempo esperándoos.

El elfo miró el colgante que le entregaba.

-Acepto mi destino, pero no será necesario tal obsequio.

-Es necesario. -destacó la Magistrix frunciendo el cejo, un poco firme.- No es un colgante cualquiera. Es el único modo de poder comunicaros con la orden y conmigo. Incluso, tal vez quien me envió, el Oráculo, pudiera hablaros a través de él.

-Lady Loren’thar, creedme cuando os digo que no será necesario. -insistió amablemente.

-¿Y cómo se supone que acudirá si os necesitase? -replicó la elfa.- Sea yo, o sea quien os requiera.

Varael guardó silencio, parecía no saber responder a tal pregunta. Aunque más que no saber, no quería responder.

-Bien, eso temía. -interpretó Presea que le estaba otorgando la razón al callar. Así que se acercó y ella misma le colgó el medallón. Este se dejó, pero una vez más la miró a los ojos de ese modo que sobrecogía a la elfa al tenerla tan cerca. Inmediatamente, la Magistrix dio dos pasos atrás y apartó la mirada.

El colgante reaccionó al contacto del elfo, reconociéndole, ligándose a su alma. Varael sostuvo el objeto en sus manos cuando sintió la magia del colgante. Presea, se empezaba a sentir incómoda. Su silencio, su petulante actitud (o eso le parecía), su aura de misterio, sus ojos penetrantes. Ya le había entregado y dicho lo que quería decir, bueno… más o menos. Era demasiado desconcertante hablar con él, tal vez no estaba preparada para ser ella quien lo encuentre. “Debería haber sido Platea y no yo. A ella se le da mejor estas cosas” pensó.

-Volveremos a vernos, Varael.

El elfo levantó la mirada de nuevo a Presea.

-Lo sé. Estaré esperando a nuestro nuevo encuentro, Lady Presea. -dijo enigmático.

La elfa dio un profundo suspiro, mirando hastiada a los ojos de Varael.

Sí… estoy segura. -respondió desafiante a la par que su mirada, y de pronto, Presea se volvió transparente al conjurar el hechizo de invisibilidad y desaparecer frente a él.

Estaba agradecida de irse de ahí, toda esa tensión se evaporó. Dobló la esquina al cruzar el puente que unía la torre hacia el Valle de Sabiduría. Cuando estuvo lo suficientemente lejos de la torre, cerca del umbral del Circo de las Sombras, se asomó para ver qué haría. Observó en la distancia a Varael a escondidas. Este, dibujó una sonrisa en sus labios complacido al quedarse solo. Se quitó el colgante, y lo guardó en su bolsillo. La Magistrix alzó la ceja, “¿Y esa sonrisa? ¿Quién demonios es ese? Lo averiguaré. Pronto lo sabré y esa sonrisa desaparecerá cuando sepa lo que me ocultas” se dijo. Después, Varael bajó por la rampa de la torre de los dracoleones y desapareció de la vista de la elfa.