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Carta en una Playa sin Nombre

Maldito sea el momento en el que pensé en venir a este lugar alejado de cualquier salvación…

Escribo estas palabras en lo que considero mis posibles últimos momentos de lucidez. Quisiera creer que la Luz me ha abandonado, pero conociendo la existencia de los horrores que he visto, la presencia de la Luz y su esperanza sólo serían un macabro intento de desconocer la antigua verdad de nuestro destino. Una burla hacia nuestra existencia, orquestado por esa maldita brújula.

Todo comenzó hace… ¿Días? ¿Semanas? ¿Meses? Mi mente no consigue vislumbrar el tiempo en el que este tormento me ha acompañado.

Era un aventurero, como muchos otros antes que yo, dispuesto a explorar el mundo y hacerme con todos los tesoros y riquezas que pudiera imaginar. A más de uno le resultará familiar. Mis viajes me llevaron desde a prados verdes poblados por los seres más bellos en las Colinas Pardas, hasta templos malditos en las secas y olvidadas arenas de Uldum. Cada lugar esconde peligros, pero jamás imaginé lo que encontraría en esta playa maldita.

Cuando llegué al Valle de Canto Tormenta me imaginé que terminaría teniendo unas semanas de descanso en aquellas granjas de Brennadan, y así fue al principio. La gente era tranquila y agradable. Hablando con nativos, me contaron sobre los tortolianos, criaturas con aspecto de tortuga que frecuentaban las costas intercambiando objetos antiguos e historias.

Por supuesto, me dirigí en seguida en busca de ellos.

No especificaron ninguna costa concreta, pero tampoco lo necesitaba. Mi espíritu aventurero me instó a explorar casi toda la región costera en su búsqueda, y más pronto que tarde, en una playa cuyo nombre desconocía, si es que siquiera tenía uno, me encontré con un pequeño grupo de estos.

Eran extraños, pero agradables, e intercambiamos bastantes historias. Sus enormes caparazones albergaban montones de pergaminos y objetos antiguos, aunque uno de ellos… no consigo recordar su nombre… tenía algo que, en aquel entonces, me llamó bastante la atención.

Mientras conversábamos, me percaté de una curiosa brújula que reposaba en su caparazón. Mis ojos se iban hacia ella en todo momento, como si fuera algo que desentonara demasiado con el resto de objetos, y a la vez, sentía que no debía preguntar por ella, ya que de hacerlo, podría delatar el interés desmedido que sentía por dicho objeto, convirtiéndome en, como dirían los goblins, un caramelo.

Debo de admitir que en mis viajes, frecuento el uso de artimañas que muchos podrían considerar poco éticas. En este caso, hice uso de estas habilidades y, en un descuido, me hice con aquella brújula. Luego, marché dejando al grupo de tortolianos en aquel lugar junto a los rayos del sol del crepúsculo.

Observé ese extraño objeto en busca de desvelar qué la hacía tan especial, pero cuando la tuve en mis manos, nada la distinguía de mi propia brújula personal por ejemplo.

Tenía detalles marinos, y cláramente perteneció a alguien de Kul Tiras, pero ya tenía una brújula de la región como recuerdo de aquella visita. Además, parecía estar imantada de una forma algo menos eficaz, ya que aunque su fría aguja apuntaba hacia el norte, era mucho más endeble y menos firme que la mía.

Por desgracia para mi y aunque en aquel momento aún no lo sabía, ya era demasiado tarde.

Cuando volví a la posada donde me hospedaba, no tardé en conciliar el sueño. Aún así, soñé con algo verdaderamente extraño.

Me encontraba en un vacío de oscuridad y soledad, y a lo lejos, el salino olor del mar comenzaba a llegar. Poco a poco escuchaba el goteo del agua en algún lugar, acercándose, sin prisa pero sin pausa. Era un incesante sonido que poco a poco se iba convirtiendo en un chapoteo, como si algo o alguien se fuera acercando desde algún lugar que no podía ver. Sentí como el peligro me acechaba y mi mano se dirigió rápidamente a donde suele colgar mi fiel cimitarra, pero antes de poder coger nada, algo me agarró y el estruendoso sonido de un rayo cayendo no muy lejos de mí terminó con ese angustioso sueño.

Aún sigo dudando de si ese rayo sonó en mi cabeza, o si realmente cayó fuera de la posada. A fin de cuentas, el valle de Canto Tormenta no se llama así en vano.

Al día siguiente no le di la importancia que merecía a ese sueño. Una mera pesadilla debido al exceso de comida salada, me imaginé.

Por supuesto, ese día comencé a notar cosas extrañas. Cuando salí a la Ciudad de Brennadan, me sentí como si alguien tratara de vigilarme. Pensé que podía deberse al robo de aquella brújula, pero nadie de esa ciudad podía haber sabido nada al respecto.

En un cruce de caminos, cuando me giré para ver qué había en una de las direcciones, recuerdo notar la presencia de alguien a mi lado, e incluso pisó corriendo un charco, el cual salpicó mis cuidadas botas. Cuando me giré entre sorprendido y enfadado para replicarle, no había nadie en aquella dirección. De hecho, miré en todas las direcciones y, por un momento, me percaté de que estaba completamente solo. No escuchaba ni a personas ni a animales. Solo y únicamente al mar.

Por algún motivo, sentí que debía de mirar la brújula, y mi presentimiento fue recompensado con algo muy revelador: La brújula había dejado de apuntar al Norte. ahora símplemente apuntaba a algo que… parecía moverse.

Me sentí intrigado por ese extraño cambio, y mi mente deseosa de encontrar algún tesoro oculto, quizás de alguno de esos sabiomar de los que tanto hablaban en aquella región, siguió donde la brújula apuntaba.

Durante el camino no paraba de mirar aquella aguja tratando de no desviarme ni un ápice de mi desconocido objetivo. El viaje, al principio emocionante, pronto se volvió tedioso, monótono y aburrido. Aún así, continué andando sin quitar la vista de la brújula.

Cada segundo que miraba esa cosa, más me obsesionaba con ella. Pensaba en los posibles secretos que podría ocultar. En cómo pudo haber llegado a las manos de un tortoliano. En si el propio tortoliano pudo haber reclamado ya esa recompensa que me pertenecía.

En algún punto de la ruta, mi mente divagó fuera de mi cuerpo. Quizás cayera exhausto por cansancio, o quizás me eché a descansar sin darme cuenta, pero antes de percatarme hacia dónde me estaba guiando aquella aguja imantada, me vi una vez más en aquella oscuridad eterna.

Cogí mi cimitarra apresuradamente, temiendo que llegara lo que la última vez intuí, pero esta vez algo cambió. El salino olor del mar se entremezcló con el pútrido olor de la carne podrida. Miré a mis pies y vi como estos estaban sumergidos en agua. El agua de una costa olvidada a la que probablemente nadie habría ido en demasiado tiempo.

Al menos, hasta ese momento, ya que ahora estaba yo allí, y conmigo, llegó alguien o quizás algo… más.

Me giré, cimitarra en mano, y me encontré cara a cara con algo que hizo que me diera un vuelco el corazón. Aún se me eriza el pelo al recordar esa imagen…

Frente a mi se encontraba mi anciano padre, fallecido muchos años atrás, con un aspecto deforme, pútrido, impío… Había visto no muertos antes, pero ninguno de ellos se parecía a la imagen que tenía frente a mi. Me miraba con unos ojos vacíos y habló con una boca que, si bien estaba, no parecía saber abrir, como si su piel no fuera más que un mero caparazón para algo terrible que ocultaba en su interior.

Sus palabras sonaron desde la lejanía. “Ven a nosotros” me dijo. “Serás nosotros”.

El sonido de sus palabras me provocó un gran dolor de cabeza, como si mis oídos no soportaran la existencia de esa voz. Grité dolorido mientras notaba como mi cabeza se humedecía con la sangre que brotaba de mis orejas.

Cerré los ojos desesperadamente, y tras unos eternos instantes, me encontré en lo que creía que era un lugar familiar.

Estaba de nuevo en aquella playa sin nombre donde robé la brújula a aquel tortoliano.

Pensé que el objeto albergaba algún tipo de maldición, por lo que busqué a aquel ser de nuevo en aquella costa, y tras encontrarlo, le rogué que aceptara de nuevo la brújula que le quité a traición.

A pesar de ello, el tortoliano se mostró confuso. Aseguraba que jamás había tenido una brújula, y menos encantada, y de hecho, me dijo que acababa de llegar a esa costa por primera vez. Por supuesto, nunca había hablado conmigo, y ninguno de sus compañeros parecía reconocerme.

Desesperado y dudando de lo que acababa de pasar, decidí tirar la brújula al mar y correr de vuelta a la posada.

Rayos cayeron durante el camino, atraídos junto a una gran lluvia. Cada destello eléctrico me recordaba a ese extraño sueño, y esa angustiosa visión. Solo quería llegar, secarme junto al fuego y descansar.

Por desgracia para mi, no todo iba a ser tan sencillo.

Al llegar a la taberna solo busqué normalidad. Hice lo que me propuse, secarme junto al fuego y pasar el rato escuchando conversaciones ajenas mientras miraba las danzas de las llamas en aquella antigua chimenea.

Alguien se sentó a mi lado, creo que me comentó que era un músico que trataba de inspirarse para sus nuevas obras viajando por el mundo. Realmente necesité esa charla. Hablamos durante horas, siempre evitando el tema de lo que me había pasado estos últimos días.

A altas horas de la noche, decidí que era buen momento para retirarme a mi habitación, por lo que me giré para pagar al posadero las bebidas que había tomado en aquella velada y despedirme de ese agradable viajero.

Me sentí aliviado por aquella conversación, por lo que me ofrecí para que el posadero apuntara en mi cuenta las bebidas que tomó el músico. La mirada extrañada del tabernero me hizo ver la realidad una vez más. Donde aquel músico había estado hablandome de sus viajes y sus aspiraciones apenas unos minutos atrás, solo había un espejo.

Ese músico estaba ahí, no fue mi imaginación, estoy completamente seguro y lo estaba en aquel entonces, pero no tenía forma de explicar lo que estaba pasando, así que símplemente cansado y algo alterado, traté de retirarme lo antes posible para descansar.

Aquel sueño se repitió una vez más. 

Cada vez que volvía a cerrar los ojos la costa estaba más detallada. Esta vez se veía claramente el agua. Era un mar oscuro como un abismo infinito. También estaba ese olor pútrido en el ambiente. La tierra tenía un color rojizo, como si la arena fuera sangre seca, palpitante y muerta pero viva al mismo tiempo, además en el horizonte, una estrella oscura, como un dios omnipresente que observaba desde la nada más de lo que siquiera podía concebir a imaginar. Tras la estrella, un destello morado mantenía el lugar en un oscuro ocaso crepuscular perpetuo.

Dentro de la Estrella pude ver una silueta. Se trataba de aquel músico, pero a la vez, no era nadie que conociera. Se mantenía levitando, sin ningún tipo de magia que jamás hubiera visto. Dijo mi nombre, y luego repitió lo que anteriormente me había dicho en el aspecto de mi fallecido padre. “Ven a nosotros. Serás nosotros”.

Sus palabras se metieron dentro de mi cabeza haciendo que la propia concepción de las mismas fueran una fuente de dolor. Sabía que esas palabras significaban algo más, pero mi mente no era capaz de entenderlas.

A lo lejos distinguí como la tierra se retorcía en una espiral sin forma. Sabía que pronto esa espiral estaría donde yo me encontraba. Era plenamente consciente de que debía de moverme, pero mi cuerpo estaba paralizado por aquellas palabras. 

Y volví a despertar con una gran ola golpeándome la cara.

Solo que ya no estaba en la posada. Estaba una vez más, en aquella Playa sin nombre. Busqué a los Tortolianos, pero ya se habían ido. ¿O quizás aún no habían llegado?

Mi mente me daba vueltas, y mi cuerpo empapado solo buscaba cobijo y calor.

Volví a la Posada, y todo estaba, una vez más, tal y como había estado antes, aunque el posadero no pareció reconocerme, al igual que le pasó a los tortolianos.

Me volví a sentar en aquella silla junto al espejo, y noté en mi bolsillo algo. Metí temblando mi mano en el bolsillo, esperando que mis temores no fueran ciertos, pero en aquel momento mi existencia solo era una broma macabra del destino. La brújula estaba una vez más conmigo.

No sé… cuántas veces se repitió. Cuánto tiempo aguanté. Los mensajes de ese ser que se esconde tras ese caparazón humanoide…

Finalmente creo que entiendo lo que debo hacer.

Escribo estas palabras en lo que considero mis últimos momentos de lucidez desde esta Playa maldita sin nombre. O puede que toda lucidez desapareciera en mí días atrás. 

Lo único que sé, es que tengo la brújula, y esa figura que se esconde dentro de un cuerpo humano está junto a mi. Junto a mi cuerpo. Voy con ellos. Soy ellos.

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Lalatei: Cargas

-Algo morado… Y con ruedas. O bueno… patas. Da igual, que se mueva.

El sonido de dos lápices siendo usados velozmente inundaba el interior de aquella apartada casa dentro de la gran montaña que era Forjaz.

Lalatei se encontraba tirada en la cama boca abajo, con un pijama simple para estar mas cómoda, mientras dibujaba en su cuaderno, como siempre solía hacer.

Normalmente estaría dibujando cualquier cosa que se le pasara por la cabeza, pero esa noche su mente la traicionaba haciendo que dibuje algo bastante concreto.

-Patas… ¿Con largas orejas, bigotes y un cuerpo peludo?

La voz de su hermana gemela la interrogó desde la mesa, al fondo de la habitación en la que se encontraban.

Estaba de espaldas escribiendo sobre unos planos, sentada en una silla que prácticamente parecía un trono.

Giró su cabeza para mirar a Lalatei con una sonrisa bastante cómplice. A pesar de ser gemelas, no eran mellizas, por lo que sus facciones distaban ligeramente entre ambas. Además, su hermana Sairisa solía estar constántemente tiñéndose el pelo y cambiando de extravagante peinado a algún otro más extraño. Ahora tenía un tono verde recogido en un largo moño que casi parecía ser un castillo.

-¿Qué pasa…? -Respondió Lalatei ante el gesto de su hermana. -Ya sabes como va esto, no busco ningun tipo de correlación, símplemente te digo cosas aleatorias…

-No paras de describirme conejitos ¿Algo de lo que quieras hablar?

Lalatei escuchó una risita tras el respaldo de la silla.

-¿Qué estás insinuando…?

Lalatei se incorporó en la cama mirando la silla de su hermana, y esta levantó un mando para que lo viera claramente, presionando un botón.

Tras eso, el roboconejo que había estado sirviendo a Lalatei en sus primeros días en el ejército apareció corriendo esperando órdenes.

-¡Eh! ¡Eso es de Raz, no puedes hacer uso de él así como así!

La silla de Sairisa se giró sobre sí misma para poder mirar directamente a Lalatei.

-Lala, sabes que sé cuando algo te obsesiona, y esto… te obsesiona… -El conejo soltó un pequeño gritito mecánico como a modo de respuesta.

-Claro que me obsesiona ¡Es mi responsabilidad! Raz me lo confió a mi y tengo que estar a la altura.

Durante unos momentos, la habitación quedó en un total silencio. Lalatei bajó la mirada como si se hubiera dado cuenta de que hubiera dicho algo que no debía, y Sairisa se quedó mirándola directamente, esperando algo más, hasta que terminó rompiendo el hielo.

-Otra vez la responsabilidad Lala… No fue tu responsabilidad. Ni tu culpa.


Años atrás, tras el incidente de Gnomeregan, muchos gnomos quedaron atrapados en la ciudad.

Algunos salieron a las horas. Otros, a las semanas. Lalatei, sus hermanos y un pequeño grupo se escondieron en uno de los domicilios de los niveles intermedios algo apartado. La comida era escasa, temían que en cualquier momento otra oleada de gas llegara por los conductos de aire limpio a domicilio y los matara en cualquier momento, o que los seguidores de Termochufe llegaran antes.

Lalatei llegó a ver los efectos directos de la radiación en alguien del grupo quien al poco tiempo comenzó a convertirse en una aberración de pústulas, pus y locura. La imagen de aquel pobre gnomo y su lenta y dolorosa transformación le impidió dormir muchos de los días que estuvieron allí atrapados.

Por suerte para ella y su hermana, Dari, su hermano mayor, llegó a contactar con su equipo de protectores de Gnomeregan antes de que se desmoronara todo, por lo que los pocos que estaban ahí tenían experiencia militar. A pesar de ello casi ninguno se podría llamar veterano a sí mismo. Al igual que Dari, todos apenas llevaban unos años en el ejército y no habían experimentado ninguna situación tan descontrolada como podría ser aquella.

Los días pasaban y el grupo cada vez se reducía más. Un ambiente de pesimismo se integraba en el grupo.

A pesar de que Dari y los suyos se encargaban de buscar comida y mantenerlas seguras, Lalatei vio como su hermana se decaía por completo hasta que el miedo la dominó.

Sairisa comenzaba a llorar sin previo aviso, temblaba y apenas respondía a lo que le decían. Incapaz de soportar ver más a su hermana en ese estado, Lalatei supo lo que debía hacer.

-Sisi… -Le comenzó a decir. -Sé que tienes miedo… sé que crees que no vamos a salir de aquí… Pero te prometo que lo haremos… Te protegeré y saldremos sanas y salvas. Mientras sigamos juntas, no nos vamos a rendir. No vamos a dejar que nadie nos venza ¿Vale?

Sairisa símplemente se abrazó a ella a modo de respuesta, y tras unos momentos, dejó de temblar, asintiendo.

Como si fuera una reacción a esas palabras, Dari apareció con algunos del grupo que habían salido.

-Hemos encontrado una salida. Un ascensor fuera de servicio. Podremos reactivarlo sin problemas y salir a la superficie.

Lalatei sonrió a su hermana y esta le devolvió la sonrisa, algo más segura de sí gracias a sus palabras.

El grupo no tardó en movilizarse mostrando una organización excelente. Dari encabezaba la marcha, mientras que ocho se distribuían simétricamente, dejando a las hermanas en el centro.

A medida que avanzaban, repelieron a Troggs y algún que otro gnomo paria enloquecido por la radiación.

Lalatei trataba en todo momento de evitar que su hermana viera las escenas de muerte que transcurrían a su alrededor, tratando de protegerla a toda costa, pero sus esfuerzos no podían evitar que escucharan las espadas-sierras rasgando la carne de sus enemigos.

-¡Allí está! -Dijo uno de los gnomos señalando al final del largo pasillo.

Lalatei y Sairisa miraron hacia donde señalaba y comenzaron a avanzar con más determinación.

Cuando finalmente llegaron, el grupo adoptó una posición defensiva en la zona mientras uno de los gnomos comenzó a trastear con la consola de mandos del ascensor.

A pesar de tener la salida al alcance de su mano, los troggs aún suponían una amenaza. Algún que otro trogg aparecía tratando de lanzarse sobre ellos, pero aún mantenían una férrea línea defensiva.

-Gracias Lala… -Dijo Sairisa cogiéndola de las manos, aún algo nerviosa. -No sé qué me había pasado… pensé que…

Lalatei la calló negando.

-Te dije que te protegería y te sacaría de aquí. Simplemente necesitabas saber que aún en los peores momentos… siempre hay esperanza…

Sairisa abrió la boca para decir algo, pero justo en ese momento un gran chispazo de la consola hizo que un estruendo comenzara a sonar.

Habían logrado activar el ascensor, pero este estaba en algún piso superior, y haciendo que su descenso fuera horrorosamente sonoro. Cualquiera habría pensado que las propias paredes estaban gritando de agonía.

-¡Preparaos para las oleadas de verdad! -Gritó Dari mientras hacía rugir su espada sierra.

El grupo observó el largo pasillo por el que habían llegado, con unas luces parpadeantes que apenas dejaban nada a la vista, mientras escuchaban el chirrido del metal que provocaba el descenso del ascensor. Solo que… no era solo del metal…

Lalatei abrió mucho los ojos al ver la gran cantidad de troggs que habían acudido ante el ruido, y comenzó a temblar, como si hubiera olvidado sus propias palabras.

Los troggs llegaron en tropel hacia la línea defensiva y los gnomos trataron de aguantar como pudieron, pero eran demasiados. Símplemente, demasiados.

De entre todos los troggs, vio como uno más grande que el resto agarraba a uno de los gnomos protectores y lo lanzaba por los aires hacia la marea invasora, haciendo que apenas en un segundo desapareciera bajo estos.

Luego siguió avanzando mientras las filas gnomicas se rompían.

Dari sacó su artillería pesada, la cual consistía en un rifle de repetición. Probáblemente se recalentaría muy pronto, pero servía para poder mantener al equipo más o menos a salvo mientras se reorganizaban.

Lalatei escuchaba los gritos de agonía de los miembros del grupo que iban cayendo por la marea trogg, sin apartar la vista de aquel monstruo más grande que el resto. Este, a su vez, pareció percatarse de ello, ya que le devolvió la mirada y comenzó a correr diréctamente en su dirección.

Su cuerpo se paralizó completamente y lejos de poder saltar, esquivar, rodar o hacer cualquier cosa, simplemente se quedó ahí parada, temblando.

Quiso cerrar los ojos pensando que iba a morir, pero ni siquiera eso quiso obedecer su cuerpo.

Durante un instante, el corazón de la gnoma se paró, viendo como el trogg pasaba a su lado, pero para su confusión, la ignoró por completo. En su lugar fue hacia algo mucho peor.

El grito de Sairisa hizo que Lalatei volviera en sí y girara su cabeza para observar con horror como el trogg había agarrado a su hermana y la mantenía en el aire.

El cuerpo de Lalatei temblaba sin saber qué hacer o cómo reaccionar. No sabía luchar, no tenía fuerza, no tenía armas, y lo único que veía era como su hermana estaba a punto de morir frente a ella.

Lejos de poder reaccionar, observó como el trogg golpeó contra el suelo a su hermana para luego patearla.

El ascensor llegó justo en el momento en el que el trogg había arrancado una tubería y se disponía a usarla.

La moribunda gnoma apenas pudo moverse cuando recibió el garrotazo.

-¡¡Sisi!!

Lalatei gritó con todas sus fuerzas sin poder aguantar sus lágrimas, y como si fuera algún tipo de respuesta inmediata, una ráfaga de disparos cayó sobre el trogg, haciéndolo prácticamente añicos.

Dari agarró la mano de Lalatei y tiró de esta hacia el ascensor, mientras ordenaba a dos de los gnomos que aún seguían vivos que cargaran a la moribunda Sairisa.

Mientras finalmente ascendían, Lalatei se quedó mirando a su hermana, la cual cláramente estaba al borde de la muerte.

Una imagen que difícilmente olvidaría.


Sairisa miró a su hermana y su silla comenzó a mover sus patas para acercarse.

-Lala… sabes que no fue tu culpa. Ni de Dari, ni de nadie.

Lalatei bajó la mirada entrelazándose los dedos de las manos.

-Pero… tú… yo te dije…

Sairisa suspiró y negó.

-Ya lo hemos hablado muchas veces Lala. No fue tu responsabilidad. No tienes que castigarte, y sobretodo ¡No tienes que dedicarme tu vida en compensación!

-No te dedico mi vida… -Replicó Lalatei tímidamente.

-¿Ah no? ¿Y cuándo fue la última vez que saliste a divertirte por ahí, sin que yo te lo haya ordenado explícitamente? ¿Cuándo quedaste con alguien? ¿Cuántas veces te han ofrecido ir a algún sitio con alguien y lo has rechazado porque “tenías que cuidar de tu indefensa hermana”? Por favor, la que no puede usar las piernas soy yo ¡No tú!

-Yo… bueno… ¿cómo sabes…?

Sairisa se pasó la mano por la cara mientras negaba, solo para responderle con un enérgico grito mientras comenzaba a moverse por toda la habitación casi dando saltos usando su silla.

-¡Porque eres un libro abierto para mi! Mírame, puedo andar, puedo saltar ¡Puedo bailar! -Eso último lo dijo mientras rotaba su silla mientras caminaba rápidamente. -Mejor que tú, además…

Lalatei no pudo evitar sonreír un poco al ver a su hermana así y asintió levemente.

-Supongo… que tienes razón…

-¡Claro que tengo razón! Siempre la tengo -Bromeó volviendo a su posición inicial delante de la mesa.

-Trataré de aprender a… bueno… ¿Hablar con la gente?

Su hermana soltó una risita alegre.

-Es un comienzo. Ah, ¡y te prohibo usarme de excusa para esfumarte!

Lalatei asintió volviendo a coger su cuaderno.

-Vale, muy bien… eh… ¿Seguimos…?

-Después de tí -Asintió cogiendo un lápiz de nuevo.

-Mmh…Con alas de plomo.