Publicado en Relatos, [Personal] Historias de Rol de Warcraft

[Relato] Capítulo I: Un giro inesperado.

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HACE MÁS DE TRES AÑOS…

El pequeño Marcus jugaba con el conejito junto a la ventana, Raine le observaba sentada en una silla junto a la mesa del comedor donde tenía preparada un tintero, pluma y un libro con las hojas en blanco. Era imposible no poder sonreír conmovida por aquel momento tierno. Sabía que estaba seguro y afortunadamente, Marcus no era un niño revoltoso. Fue entonces, cuando Raine aprovechó para poder abrir la primera hoja y escribir, inspirada por tantos momentos felices.

«Jamás en toda mi vida creí que iba a cambiar tan drásticamente. Siempre pensé que mi vida estaría dedicada a dar consuelo a los afligidos, devolverles el espíritu gracias a la Luz. Cuidar de los mendigos de Ventormenta, ir a visitar a los pobres a sus casas en el casco antiguo. Y dar consuelo en tiempos de necesidad. Creí nacer para ello, y que mi vida era poco lo que importaba. Importaba mi prójimo y que la Luz se viera reflejada en mis actos. Ser sacerdotisa me reportó dicha sabiendo que la gente, gracias a la Luz … volvían a encauzar su camino.

Por la época de Amor en el Aire, siempre veía a las parejas profesarse amor, pero nunca imaginé tener algo así. Yo no estaba hecha para ese tipo de amor romántico. Si en algún momento hubiese alguien interesado en mi en ese tipo de relaciones, lo ignoraba, ni siquiera recuerdo algo así en toda mi vida, o tal vez… lo desconocía.

Recordaré siempre cómo conocí a Kharll… sin llegar a imaginar, que aquel hombre que entraba en la sagrada catedral de la Luz, con aquellos tatuajes, y esa pinta de ratero, buscaba consuelo. Recuerdo que preguntaba por la hermana Isvalda, al parecer, no era la primera vez que se confesaba con ella, pero en aquel instante, ella no se encontraba y me ofrecí a ayudarle. Sabía que no tenía la misma confianza que pudiera tener con Isvalda, pero esos ojos… cuando le miré… me dijeron tantas cosas. Tenía un pasado oscuro y arrastraba el peso de la conciencia y la culpa. Eran tan intensos, que no me importaba mirarlos el tiempo que necesitaba

Quise ser cercana a él. Era un buen hombre, lo presentía. Quería sanar su aflicción, posar la mano en su corazón, envolverle con mi Luz, que sintiera su calidez y en ella… albergara consuelo, refrigerio, tanto que, sin darme cuenta, su frente estaba unida con la mía, envuelta en sus brazos. No me sentí incómoda, a veces los feligreses tan sólo necesitaban… un abrazo, no le negué que lo hiciera, pues si en ello implicaba que sintiera sosiego, estaba dispuesta a dárselo.

Estuvo largo tiempo hablando conmigo, ni siquiera habíamos contado por cuánto, pero sé que, cuando se despidió, mi alma estaba contenta. Había ayudado a un hombre bueno. Presentía que Kharll encontraría el camino. Por un momento pensé en Isvalda, en que era un feligrés suyo y que debía respetar el secreto de confesión, incluso llegué a pensar… que no volveríamos a hablar en confesión. En cierta forma… me apenaba. En ese momento, hubiera querido seguir ayudándole yo, pero respetaba a la hermana y pensé que seguramente Kharll volvería a confesarse con ella.

Durante años, siempre preparaba comida para los mendigos. Los comerciantes de verduras me conocían y a veces, les decía que si tenían alguna hortaliza o legumbre que les sobrase tras la jornada, pudieran hacer un acto bondadoso.

En Ventormenta sigue habiendo bondad en mucho de los ciudadanos, no me lo negaron, por el contrario, se mostraron altruistas con lo que pretendía hacer con ellas.

Llené dos tinajas enormes de crema de verduras con pollo. Preparé a mi querido burrito. Desde que me lo regalaron cuando era pollino, le llamé Sr. Jenkins. Me parecía todo un señor, y cuando rebuznaba, parecía que dijera «Jen-kiins, Jen-kiiiins» parece una tontería ¿verdad? pero mi burrito llevó ese nombre con mucho orgullo. Tan tozudo como de costumbre, pero amoroso.

Preparé unos cuencos de madera que el buen carpintero me hizo para poder hacer mi obra cada mañana. Los mendigos, cuando terminaban, me devolvían el plato o se lo quedaban, esperándome al día siguiente para que pueda llenarles su plato.

Fue en una de esas mañanas, cuando me encontré a Kharll. Creí que iba a confesarse a Isvalda, pero para mi sorpresa, esperaba encontrarse conmigo. En el fondo, sentí alegría. Al ver a mi burrito, las tinajas y aquel olor de comida, le conté lo que hacía cada mañana. Le agradó y no sólo eso, si no que me acompañó.

Fue hermoso ver cómo él cogía el cucharón y les llenaba los cuencos a los pobres. Me conmovió. Charlábamos mientras buscábamos a los mendigos desperdigados por la ciudad, tanto como llegar a conocer a la familia O’neil. La mujer se llamaba Petunia, tenía a su pequeña hijita Sara y un hermoso niño de nueve meses, el pequeño Jackie. Su marido era obrero, y desde lo sucedido en Páramos del Poniente, no recibió ni una moneda, estaban desesperados, estaban a punto de desahuciarlos y no tenían ningún tipo de ayuda.

Kharll, ante esa situación, escucharlo y verlo tan de cerca, quiso ayudar. Le dio a Petunia todas las monedas que poseía en esos momentos, que al menos, trataría de apoyarlos y buscar el modo de alargar algo más la estancia en aquella casa hasta que su esposo encontrase un buen trabajo.

Fue sorprendente, conmovedora su bondad ¿sería posible haber un hombre tan bueno como él? jamás conocí a nadie como Kharll. No buscaba impresionarme, le nacía de dentro hacer esas obras, le movía su compasión por aquellos desamparados. Él sabía lo que era la pobreza, lo que era la desesperación, y en esos momentos que su vida era mucho mejor que tiempo atrás, acompañarme y ver esos casos tan de cerca, no podía si no contribuir en lo que buenamente podía.

Pasaban los días, y él casi cada mañana me acompañaba. Los hermanos no les gustaba que fuese con él. El hermano Eristoff era el que menos le gustaba, incluso llegó a decirme que Kharll era un hombre peligroso y que tuviera cuidado. Tuve que recordarles que la Luz no elegía a los hombres de brillante armadura, si no a los de espíritu noble, sin importar las apariencias.

Sé que el hermano Eristoff no le gustó que le recordase eso, e incluso se apiadó por mi inocencia. Sabía que no era inocencia lo que sentía, yo estaba conociendo el alma de Kharll ¿por qué no podían entenderlo? y esa alma era buena, dijeran lo que dijeran.

Una de aquellas mañanas, Kharll me invitó a comer. Quiso que fuéramos a la posada del Ermitaño Azul, en la Barriada de los Magos. Había escuchado que era la taberna más cara de la ciudad, pero, aun así, a pesar de mis reticencias, insistió. Terminé aceptando, aunque me sentía muy nerviosa. Ignoraba en esos momentos los motivos, aunque posiblemente era… por la forma en cómo me miraba Kharll.

Charlamos. La charla me relajó un poco. Se me había cerrado el estómago de los nervios, pero comí lo que pude, no quería que Kharll se gastara inútilmente dinero para no probar bocado.

Antes de que el camarero pudiese retirar esos platos, Kharll estaba más cerca, su rostro se iba acercando más y más. En aquel momento temblaba, me entró el pánico. Hui. Por un instante… recordé lo que me dijo el hermano Eristoff y tuve una extraña sensación en mí que me apresuraba hacia los canales de la ciudad, pero Kharll me detuvo sin comprender por qué huía de él.

Necesitaba saberlo, necesitaba escuchar si lo que habían insinuado en la catedral de él era cierto. Las visitas que frecuentaba antes de conocerme, con la hermana Isvalda ¿acaso era yo la siguiente? quería saber si también trató de besar a Isvalda.

No sabía por qué la recordé en esos momentos. A qué era debido que sacase eso en esos momentos que Kharll quería besarme. Para mi sorpresa, creyendo que tal vez sólo era un juego perverso del hermano Eristoff para confundirme… estaba en lo cierto. Kharll había besado a la hermana Isvalda. Me lo confesó… y sentí… como si cayera al vacío desde un precipicio

Nunca había sentido nada parecido ¿acaso era porque sintiera que me hubiera mentido o engañado? No… no lo hizo, era la cruda realidad. La besó, sí… pero no hubo ninguna intención. Aun así, me hería. La imagen de verle besarse con ella me entristecía, tanto que me atenazaba y sentía unas tremendas ganas de llorar.

Kharll trató de serenarme y que confiara en él. Me confesó lo que sentía cuando estaba junto a mí, que era algo que no sintiese por ella. Además, la hermana Isvalda no le correspondió, ella se debía a la Luz.

Aun así, era difícil confiar, en conocer la verdadera situación o las verdaderas intenciones que tenía Kharll sobre mí

Me abrazó, y aunque hallé cierto consuelo, mi corazón se anidaban las dudas ¿acaso la Luz se equivocaba? ¿tal vez me equivocaba yo?

Al día siguiente, la Suma Sacerdotisa enviaba a algunos de nuestros hermanos a El Exodar. La llegada de la Legión era inminente y los Draenei se ofrecieron para que conozcamos las debilidades de distintas clases de demonios. Me ofrecí, necesitaba alejarme de Kharll, en esos momentos sentí que era lo mejor, aunque no descuidé nuestros encuentros antes de partir. Debía decirle que tenía que marcharme y que no sabía cuándo sería mi regreso

La mañana en que los hermanos y yo nos preparábamos para salir hacia el primer barco a El Exodar, Kharll me esperaba a los pies de la Catedral. Quería despedirse de mí y me prometió que me escribiría. Sentía una vorágine de sentimientos, por una parte, sentía que lo extrañaría, y, por otro lado, quería creer que era lo mejor. Pese a todo… Kharll volvió a aproximarse más a mí, a invadir mi espacio lenta y paulatinamente. Me acarició el rostro, sabía que iba a besarme. Mi estómago se cerró, temblaba entre sus brazos. Quería huir y ese terrible sentimiento casi me llevaba al borde de las lágrimas. No quería sentirme así junto a Kharll. No era justo para ambos. La distancia me ayudaría a colocar las piezas de mis emociones. Cuando Kharll sintió que iba a apartarme, me suplicó, susurrando, pronunciando mi nombre. Me quedé quieta, temblando como una hoja, hasta sentir por primera vez los labios de Kharll. Mi primer beso. Era… suave, dulce… cálido, extraño. Trató de calmarme, no alargó el beso. Posó la frente en la mía y después, me besó en la frente con profundo cariño.

Fue muy delicado y respetuoso. Volvió a encerrar la promesa que me escribiría y que me echaría de menos. Yo también sabía que le echaría de menos. Me aparté de sus brazos y recogí al Sr. Jenkins de las riendas para ir hacia aquel barco que nos esperaba, con la sensación de los labios de Kharll en los míos y aquel recuerdo de ese beso… que no se apartó de mi cabeza en todo el trayecto. Hasta los hermanos veían que estaba en otra parte menos en la misión. Procuré concentrarme, de hecho, me fue bien la instrucción y hacer algunas actividades.

Jamás había ido a aquella nave de los Draenei, era… era… hermosa sería una palabra que no haría justicia a lo que pudiera describir. La Luz reinaba en aquel lugar tan inmenso y lleno de paz. Sí… paz, eso era lo que necesitaba.»

Autor:

"O todos, o ninguno". Nuestro lema. La unión nos hace fuertes, nos hace uno. La unión... nos hace invencibles.

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