Hace 29 años…
-¡Arriad las velas, marineros! -bramó Lexioren alzando una espada de madera, con un parche en el ojo y un pañuelo rojo atado sobre la cabeza. Jugaba con Presea en El Fondeadero Vela del Sol, sobre uno de los barcos atracados en el puerto.
Ya habían pasado más de dos años desde que se conocieron. Él tenía seis años, y ahora… ahora tenía ocho, y apenas Presea se daba cuenta de cuánto crecía. No se veían tan a menudo como a ella le hubiera gustado, pero cada vez que tenían ocasión, aprovechaban para jugar y dejar volar la imaginación.
Lexioren, se sentía feliz y querido junto a ella. Todos sus nubarrones de pesares, y las personas de alrededor que le rechazaban u odiaban, parecía como si estuvieran fuera de una enorme zanja donde Presea fuera el único lugar de cariño donde le gustaba residir.
-¡A la orden, Capitán! -respondió la elfa, haciendo un gesto exagerado de cuadrarse ante el pequeño.
La arcanista, con dificultad, se subía por los cabos, alzando su vestido. Fingió desatar las velas, y desde lo alto, veía como Lexioren con las manos puestas en la cintura en una pose firme y seguro, daba un asentir de aprobación. El pelo rubio del muchacho se mecía con la brisa. Se chupó el dedo y midió el aire.
-¡Hoy tendremos el viento a nuestro favor, marinero! -anunció.
Presea oteó el horizonte, poniendo la mano en visera. Abrió los ojos estupefactos como platos y exclamó apuntando en algún lugar del horizonte:
-¡Capitán! ¡Un monstruo marino con enormes tentáculos a estribor!
-¡Rápido! ¡Preparad los cañones! ¡Apuntad con el arpón de carga! -ordenó mientras corría por la cubierta a estribor para ‘ver’ a esa criatura, mientras la elfa bajaba rauda por los cabos.
Fingían traer los cañones, haciendo onomatopeyas con la boca disparando hacia ese enorme monstruo que sus imaginaciones recreaban.
-¡BUMMM! -gritó Lex- ¡SPLASH! -fingió el sonido de fallar el tiro al agua.- ¡Maldición! ¡Otra vez!
-¡Capitán, subiré a 15 grados el cañón!
-¡Rápido, rápido! ¡está viniendo hasta nosotros!
El trepidante Lexioren, volvió a hacer las onomatopeyas del cañón, donde finalmente, el enorme calamar fue abatido y hundido en las profundidades, haciendo los sonidos ambos con las manos ahuecadas en su boca la agonía del monstruo.
-¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos dado a ese calamar su merecido! -dio un salto, vitoreando tal logro.
Presea aplaudía viendo a su hermanito dando brincos en cubierta, y se reía contagiada de su júbilo. Corrió hacia a ella para tirarse a sus brazos, mientras la elfa le aupaba y le colmaba de besos en su tierna mejilla, dichosa.
-He traído emparedados y un trozo de pastel de chocolate. -anunció la elfa con complicidad, guiñándole un ojo.
-¡Pastel de chocolateee! ¡Bieeeen! -celebró Lex, alzando los brazos y después achuchando a su hermanita.
Bajó el pequeño de sus brazos, mientras veía como corría por la pasarela hacia donde habían dejado la cesta. Fue al encuentro de su ‘hermana’ y la cogió de la mano para ir hacia la playa de la Ensenada Dorada. La eterna primavera de Quel’thalas hacía que el clima sea siempre agradable. El mar estaba tranquila y el oleaje, junto a la brisa marina, prometían sosiego. Lexioren enterraba el brazo en la cesta para rebuscar esos emparedados, sacando el suyo y el de Presea, que se lo tendió enseguida, sonriéndose ambos.
La elfa se quedó mirando melancólica al pequeño, que engullía el emparedado, famélico, después de estar jugando toda la tarde. Tenía algo importante que decirle, y no sabía bien si lo llegaría a entender. Se mordió el labio inferior, bajando los parpados, meditándolo.
-Lex.
-¿Sí, hermanita?
-Quería hablar contigo de una cosa.
El niño le prestó toda la atención mientras daba otro bocado y se limpiaba con la manga los berretes. Presea rió y extrajo del cesto unas servilletas.
-Ten, límpiate con esto. -le dijo, después de dar un suspiro, volviendo a preocuparle un poco.- Lex, verás… hay… hay algo que quería decirte, respecto a una cosa que me ha pasado no hace mucho. Se … trata de ciertas costumbres que tienen mi familia.
-¿Que costumbres? -preguntó, ladeando un poco la cabeza. Los bocados del bocadillo, empezaba a hacerlo más pequeños, mirando a su ‘hermana’ expectante.
-Pues… verás, se… trata de que, pronto … me voy a casar.
Lexioren hizo una mueca de desagrado, muy exagerada, hasta sacar la lengua. Presea se rió.
-¿Vas a casarte? -arrugó la nariz.
-Sí, es… -dio un suspiro hondo y frunció levemente el cejo- … complicado.
-Y, ¿por qué te casas? -preguntó de nuevo, con toda la incertidumbre de la inocencia de un niño.
-Es una buena pregunta. -se rió amargamente, tras una sonrisa contristada.- Debo hacerlo para seguir con la tradición familiar. -cogió un palo y dibujó en la arena un árbol representativo.- toda familia tiene una raíz, y todo árbol, tiene ramas. Yo soy una de esas ramas, y debo seguirla para que el árbol siga creciendo y nunca muera. Toda la familia está en ese árbol.
-¿Yo también estoy en ese árbol? -dijo fijándose en los detalles, comprendiendo.
Presea miró al pequeño, no supo que decir en ese instante. Fue entonces, cuando esos ojitos azules la miraron.
-Pues… -divagó, mordiéndose después el labio inferior. De pronto, se le ocurrió algo.- Nosotros tenemos nuestro propio árbol, por que somos especiales.
-¡Oh! -exclamó el pequeño, iluminándose su rostro en una amplia sonrisa. Pero después, frunció el cejo, confundido.- ¿Y también me tengo que casar?
La elfa se rió a carcajadas conmovida por su inocencia y atrajo a Lexioren para sentarlo en su regazo y abrazarlo, dándole un beso en su sien, muy tierno.
-No, cariño. Tú eres muy pequeño para eso. -respondió, acariciando su preciosa melena dorada.- Lo que… intento decirte, es que no sé si … podremos vernos tanto como ahora.
Eso inquietó al muchacho y la miró a los ojos.
-¿Por qué?
-Por que… mi vida cambiará. Y … es posible… que esté muy ocupada con esos nuevos cambios del que no estoy acostumbrada.
Lexioren la miró desconcertado, no lograba entender bien qué quería decirle, pero un temor brotaba en su corazón y toda esa felicidad que hace un momento irradiaba, empezó a apagarse.
-¿Qué quieres decir…?
La elfa se condolió al ver esa tristeza en los ojos del pequeño.
-No nos vamos a separar, Lex. Nunca. -contestó al miedo que veía en sus ojos, intensificando la mirada.- Yo siempre estaré. Sólo que puede que las cosas… cambien un poco hasta que logre adaptarlas. Mi… futuro esposo no sabe de tu existencia. Ni siquiera sé qué va a pasar.
El niño se levantó del regazo de Presea, tenso.
-Él no querrá que me veas, es eso lo que intentas decirme, ¿verdad? Si nos va a separar ¿por qué te casas con él?
-Lex, cariño… no te conoce, no sé qué pasará.
-Yo sí lo sé… -se compungió en lágrimas.
Presea al verle llorar, se le partió el corazón, le cogió de la mano y le atrajo de nuevo a su regazo, abrazándole muy fuerte. Mientras sollozaba en su pecho, le acariciaba su espalda.
-Escúchame. Pase lo que pase, jamás me van a separar de ti. Te quiero muchísimo, Lex. Él no te conoce, pero estoy segura que si…te conociera… -esas palabras encerraban incertidumbre, pero tenía que parecer segura. Pues no conocía a su futuro esposo- … si te conociera… te querría tanto como yo te quiero a ti. -cerró los ojos, acunando al pequeño, apoyando la mejilla en su cabeza.- Nadie nos separará… nadie. -susurró, calmando poco a poco a Lex.
Los colores del horizonte, se tornaban en un rojo anaranjado, y el sol lentamente descendía. Lexioren estaba más calmado, y estuvieron juntos hasta el ocaso. Pues Presea había prometido a su madre que ella le llevaría de vuelta a casa.