En una librería cualquiera de Linde de la Divinidad, Eolion entró en busca de un diario con hojas en blanco, tinta suficiente y una pluma. Después de ser atendida por un amable señor rechoncho, antes de salir de la puerta, observó tras los cristales si hubiera alguien vigilando. Cuando no vio nada raro, metió lo que compró en su bolsa vacía cruzada en banda y salió de ahí despidiéndose del dependiente con una sonrisa. La puerta sonó nada más abrirla por la campanita que había en la cima de la hoja de la puerta.
Nunca antes había escrito sus memorias. Ni siquiera sabía si podría plasmar todo lo que le había sucedido en todo este tiempo desde que su vida cambió nada más entrar en la ciudad. Lo que habló Melissandre con ella en ese momento tan crucial en la que estaba completamente hastiada de todo -especialmente por Edward y lo ocurrido en esa mañana- quiso tomar la decisión de abandonar la Orden de los Susurros definitivamente, y hacer lo que tantas veces habían hablado antes de marcharse su mejor amigo Raynard sobre el Priorato. Pero no contó que tras haber estado ligada a aquel juramento, la condición era un precio demasiado alto: La borrarían la memoria justo después de haber sabido dónde se metía y de quién pertenecía El Susurro de la Doncella. No recordaría siquiera su aprendizaje como aprendiz de Ilusionista, ni a Dyren, su Maestro, ni a Melissandre a la que tanto aprecia, o incluso a su mejor amigo Raynard, al que conoció estando en la posada. O a su nueva hermanita Rayna, a quien cogió tanto cariño en tan poco tiempo. Eso era algo que se negaba rotundamente, no consentiría que eso pase, no querría olvidar todo lo que había vivido, aunque a veces haya deseado con todas sus fuerzas olvidar a Edward, ni siquiera ella estaría preparada para semejante decisión. Tan solo dio un profundo suspiro y miró hacia adelante, donde el barrio de Rurikton aparecía en aquella calle que bajaba desde la avenida principal que cercaba Linde.
Había hecho todo su trabajo en la posada. Atendió a los clientes el desayuno, limpió las habitaciones, y preparó la comida. Suerte de tener a Bob que la ayuda en la taberna, su compañero de trabajo y amigo. Sonrió al recordar las veces que la ha soportado sus momentos más angustiosos. «Mi querido Bob» se decía a sí misma mientras sus labios dibujaban una sonrisa. Estará eternamente agradecida.
Nada más cruzar el umbral, Bob fregaba el suelo de la taberna.
-¡Ya estoy aquí! -anunció.
-Bienvenida de vuelta, Eolion. -sonrió Bob, sujetando el palo de la fregona.- Creo que lo tenemos todo apunto para cuando tengamos que abrir. Ya he apagado el estofado que preparabas, tal y como me dijiste, ¿tengo que hacer algo más?
-No, Bob. Todo está bien. -le devuelve la sonrisa.- Estaré en mi habitación. Si necesitas algo, ya sabes donde estoy. -dijo mientras cruzaba el vestíbulo hacia las escaleras.
-Muy bien -respondió.
Llegó a su habitación, no había nadie en el pasillo. Entró y cerró la puerta, asegurándola con un par de vueltas de llave. Dejó la bolsa encima de la cama y sacó lo que compró de la tienda. Tenía un pequeño escritorio donde encendió una pequeña lámpara de gas, pues su habitación no tenía una gran ventana que iluminara su cuarto. Se sentó en aquella vieja silla que crujía la madera nada más sentarse. Se acomodó abriendo la primera página en blanco, suspiró hondo, mojó la punta de la pluma en el frasco de tinta y se preparó mentalmente. Empezó a garabatear la primera hoja:
<Si te rindieras, si alguna vez sientes un vacío donde todo no parece encajar en tu vida, es hora de que leas este diario y empieces a recordar todas esas páginas de tu vida que arrancaron.>>
«Todo comenzó cuando perdí la finca Oconell, una finca familiar que por dos generaciones, desde que se asentaron los Oconell en Shaemoor, se acomodaron en esa acogedora villa. Probablemente no hará falta que me remonte tiempo atrás, recordar a mis padres y mis dos hermanas menores, pero jamás olvidaré lo que mi padre, Jacob Oconell, me decía:
<No dependas de nadie, lábrate tus propios esfuerzos. Lucha por ti misma, Eolion. Los Oconell siempre hemos sabido resolver nuestros propios problemas, y si tropiezas, no te quedes en el suelo, aprende a levantarte.>
Esas palabras cobran sentido día a día. He perdido la finca, no la pude defender cuando los centauros nos asediaron. Y a pesar de que los Serafines pudieron encontrar ayuda de unos héroes desconocidos, lo único que pude salvar, gracias a una Ilusionista misteriosa, fue mi vida. Desde entonces, viendo lo que fue capaz de hacer, ver cómo podía clonarse, desatar su magia arcana, engañar y confundir a esas bestias desalmadas, me propuse venir a Linde sin nada más que una pequeña maleta de cuero viejo y unos míseros ahorros con grandes esperanzas en los bolsillos. Quería ser como esa mujer, quería ser algún día una ilusionista, y con ello… poder algún día servir a Tyria o a quienes lo necesiten, del mismo modo que hicieron conmigo. Encontré a uno de los héroes que nos ayudaron llamado Connor, ingeniero con inventos raros y con la cabeza de chorlito. Más tarde, conocí a un Silvari que para mí era la pura inocencia personificada en un solo ser, mi querido Elurian, ¿cómo olvidarle? sea donde quiera que esté en este instante, espero que Melandru lo acoja en su seno y lo proteja más de lo que yo hubiera podido protegerle.
A pesar de que estuve pocos días con ellos, mis ahorros empezaban a resentirse. Cada vez tenía menos dinero para comer o para pasar la noche en una posada. Busqué trabajo desesperadamente por todo Linde de la Divinidad y no tuve suerte. He llegado a pasar las noches en un parque junto a Elurian, donde compartí charlas de las vivencias y costumbres de esa maravillosa raza, y de lo que les ocurría si sufrían demasiado, lo propensos que podían llegar a ser; corromperse si no supieran dominar sus emociones. Él lo llamaba esos Silvaris «La pesadilla».
En mis andanzas por encontrar un trabajo, llegué a una misteriosa posada llamada El Susurro de la Doncella. Me atendió una mujer joven, pelirroja y atractiva llamada Melissandre. Vio la desesperación en mis ojos, y supongo que se compadeció de mí. Estaba de prueba ese mismo día, quería verme como me desenvolvía atendiendo a una taberna que cada noche siempre estaba abarrotada de gente. Mi primer día fue casi un desastre:
Mientras esperaba a la encargada de ese lugar, me permití gastarme un poco de mi escaso dinero para tomar algo. Fue entonces cuando conocí a un chico extraño con la cara echa un mapa. Se llamaba Cassiel. Sinceramente, no entendí en ese momento por qué no iba corriendo al hospital, pero su mayor excusa fue «no me gustan los médicos». Bueno… es típico. Los matasanos a veces no son muy agradables, pero sí necesarios. Casi no recuerdo qué era lo que pasó ese día. Sólo sé que, en medio de una charla, mientras Connor y Elurian estaban ahí para acompañarme, un patoso Norn que me tapaba completamente la visión, caminó hacia atrás de espaldas y me dio un buen pisotón que casi me deja sin pie. Dioses… todavía recuerdo ese dolor. «
Del recuerdo, Eolion cruzó las piernas y se frotó el empeine por un momento con la mano izquierda, pero seguía escribiendo.
«Más que nada, porque justo en mi primer día, que fue ese ‘bendito’ día del pisotón, tuve que aguantar el dolor con todo el temple que yo misma me podía permitir. Tenía que impresionar a Melissandre, ¡necesitaba el trabajo! e hice todo cuanto estaba en mi mano, aunque con tanto jaleo de esa posada, era difícil poder atender las comandas a tanta velocidad. Qué decir… aún dormía en ese parque frente la estatua de Melandru junto a Elurian unos días más, aunque más tarde, me cobijé en la posada donde trabajaba cuando demostré que podía ser bastante más útil, aunque hiciera horas extras. Siempre recordaré el aviso de Mel:
<Bajo ninguna circunstancia, sea lo que sea, bajes al sótano. Está restringido, ¿lo entiendes?>
Esa restricción me pareció fácil de cumplir. Quería el trabajo y desde luego no me entró la curiosidad. Pero, dentro de lo que encerraba ese día, jamás olvidaré esos ojos marrones-verdosos tan intimidantes bajo una capucha. Tal vez no esté contando bien la historia de ese comienzo en que conocí a ‘Edward’. Sí… no es su nombre verdadero, de hecho, tuve que inventármelo para que respondiese y aceptase que le llamara así. Fue el día anterior a mi día de trabajo. Buscaba por días a la encargada, pero nunca la encontraba. Debes perdonarme el desorden particular a ese recuerdo, y quizás no sea el mejor de los recuerdos, y aunque mi mente querría que lo olvidaras y omitirlo a este diario, una parte de mí me grita que no quiere que le olvides. Espero que sepas gestionarlo bien.
Recuerdo ese día como si fuera ayer cuando nuestras miradas se encontraron en un accidente buscando el servicio de la posada, donde me topé con él. Salía justo de la cocina y nos chocamos. Su mirada era… tan intimidante. Parecía que podía ver a través de mí. Me arrebató el aliento y me sentí como un cervatillo asustado frente a un depredador, atenta a cualquier movimiento, sin pestañear. Paralizada. No podía levantar la planta del pie del suelo ¿cómo es posible que un hombre me intimidase tanto sólo con mirarme? Apartó la vista y siguió su camino. Fue entonces cuando recordé cómo respirar, no sé por cuánto tiempo estaba aguantando la respiración, o por cuántos segundos nos quedamos mirándonos a los ojos. Pero sean los que sean, para mí me parecía que el tiempo se había detenido. Era alto, podría medir 1,90 aproximadamente y aunque ocultaba su cuerpo en esa gabardina desgastada de color marrón, se podía intuir perfectamente que era de espalda ancha. Había hablado con Melissandre, y supongo que fue ahí donde la conocí, aunque no sabía que era la encargada de la posada, hasta que lo supe en mi primer día. Ni qué decir cuando llevaba tan solo un par de días trabajando ahí y Edward pidió alojamiento en la posada.
El día antes de que se alojase, no tenía ni idea de que iba a conocer a mi mejor e íntimo amigo. ¿Quién lo iba a decir? ni más ni menos que un noble de Halcón de Ébano, Lord Raynard Hambly. Un gallardo joven, de condición humilde, a pesar de pertenecer a una familia adinerada. No he conocido a muchos nobles, apenas uno de paso con su carruaje que pasaba por los campos de Shaemoor y era un hombre cruel y prepotente. Todos mis vecinos donde pasaban de vez en cuando a Linde para abastecerse de cosas que en el pueblo no disponíamos, comentaban desdeñosos tal clase social por ver a la plebe como seres inferiores. Sin embargo, Raynard era la excepción. Era gentil, amable y atento conmigo; tanto que en poco tiempo el trato dejó de ser simple formalismos a tener fantásticas charlas de temas tan interesantes como personales. Me inspiró mucha confianza y sé que fue mútuo. Cada día le despertaba para desayunar juntos y seguir nuestras charlas, ya que más tarde de ese momento de descanso, sin tener tantos clientes que atender a esas horas de la mañana, era el momento perfecto para proseguir lo que dejábamos pendiente el día anterior, si es que no podíamos vernos el resto del día. Me habló tantas veces del Priorato, de la cantidad de magos que había y que si me decidiese algún día, podría entrar en esa Orden que desde luego estaba hecha para mí. Pues lejos de que pudiese encontrar un trabajo, quería costearme las clases para empezar a aprender magia y ser la Ilusionista que quería ser. Cumplir mi sueño. Quién sabe… tal vez aquella mujer misteriosa que me salvó era del Priorato, no lo sé, pero desde luego pertenece al Pacto seguro. No debo olvidarlo. Tal vez, algún día, nuestros caminos se crucen nuevamente y quizás tengas la oportunidad para darle las gracias otra vez. Pero… esta vez, siendo una Ilusionista luchando codo con codo junto a mi heroína.»
Un par de golpes de nudillo en la puerta la devolvió a la realidad.
-¿Eolion? -la voz de Bob reconoció de inmediato.
-¿Sí? -preguntó inquieta, mientras cerraba el diario y lo guardaba en el fondo de un cajón.
-Ah, me tenías preocupado. Se te va a pasar la hora de comer y creo recordar que en media hora marchas a las clases de tu Maestro.
«Oh, ¡maldita sea!» se sobresaltó, no se había dado cuenta de la hora y rauda fue a la puerta para abrirla de nuevo girando a la inversa la llave. Bob estaba ahí, con cara extrañada.
-¿Qué? -preguntó al verle esa cara.
-Nada… me ha parecido raro que te encerraras. Normalmente no la sueles cerrar.
-Ya… bueno. Pero supongo que no pasa nada si me encierro. Es mi cuarto ¿no? -respondió un tanto a la defensiva.
-Tranquila, mujer…-alzó Bob las manos en rendición- No voy a entrar a tu cuarto sin permiso.
Eolion chasqueó la lengua al ver que se pasó un poco con el tono.
-Perdona, Bob. -murmuró en tono conciliador.
-No pasa nada. Va, venga. Ve a comer, antes de que se te haga demasiado tarde. -sonrió quitándole hierro.
-Vale, iré a cambiarme. Gracias por el aviso.
Bob se limitó a sonreirla. La guiñó un ojo y volvió al pasillo bajando por las escaleras. Eolion dio un profundo suspiro de alivio. Pase lo que pase, no debían saber nadie que estaba escribiendo un diario, ni siquiera él.
Se cambió y seguidamente, cerró su cuarto con llave. La llevó consigo bajo las vestiduras que solía llevar cuando dejaba de ser Eolion y se convertía en la misteriosa Presea encapuchada, llevándose consigo su nuevo secreto.
Que chulo el relato! me ha encantado 🙂 aunque obviamente en los detalles salgo muy poco xD jajaja
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