Publicado en [Personal] Historias de Rol de Warcraft

La fuerza del destino

HACE 11 AÑOS…

-El futuro es impredecible… ¿no crees, Presea?

El Oráculo, caminaba apoyado en su cayado, donde apenas se asomaba el mentón poblado de una barba blanca que le llegaba sobre el pecho. El aspecto que había adoptado era la de un Sin’dorei de edad muy avanzada, un anciano, tan viejo como los anteriores Altonato que perduraron a lo largo del exilio por Azeroth. Sus túnicas de un púrpura oscuro, se mecían con la fuerte brisa de las montañas de Kalimdor. Se puso al lado de la Magistrix que oteaba desde las montañas áridas de Los Baldíos el manto del Oasis alrededor de la charca y los nómadas centauros que habitaban cerca de la orilla, sin ningún especial interés.

-Cuando decís eso, sé que me ocultáis algo, Mi Señor. -esbozó una leve sonrisa en los labios y le miró seguidamente. No podía ver apenas su rostro, no la miraba, si no que fijaba sus ojos donde Presea había estado observando. Escuchó de él una suave risa bajo la nariz, grave y casi etérea.

-Se aproximan tiempos oscuros, Presea. Tiempos de cambios… de congoja. -la voz del Viejo se volvió inquietante. Apoyó ambas manos en su cayado, una sobre la otra- Por eso, debes encontrar al próximo elegido con premura. Pues él… podrá medir el momento, y soportar los cimientos de nuestro propósito.

La elfa, miró intrigada al Oráculo, ¿quién podría ser él? Pues por sus palabras, discernía que era alguien importante. Con gesto dispuesto, dio un asentir.

-Guiadme, Mi Señor. Le encontraré.

-Ve a la ciudad de los orcos, a Orgrimmar. Ahí le encontrarás. -la dijo, mientras se giraba hacia a ella.- Sabrás quién será. -señaló con sus huesudos dedos de largas y puntiagudas uñas, el medallón que colgaba de su cuello.

Tras un leve asentir, aferró el colgante, comprendiendo su nueva misión.

-Pronto volveremos a vernos -dijo el Oráculo dándose la vuelta, dispuesto a partir, pero se detuvo un instante. – Y… Presea.

-¿Si, Mi Señor?

-Ten paciencia. No quieras precipitarte, todo lleva a su tiempo.

La elfa se extrañó.

-¿Por qué decís eso?

El Oráculo se desvaneció entre las sombras sin responder.

-¡Mi Señor! -alzó la voz, sin darle tiempo a alcanzarlo.

Suspiró hondamente. Por un lado, odiaba tanta ambigüedad por parte del Oráculo, ¿Qué había querido decir? Bueno, hasta hace un momento, pensaba en su objetivo, a conocer ese elegido y se preguntaba por qué una sola persona podría cambiar el destino de la Orden. Casi siempre recelaba de que los elegidos acogieran su destino y supieran servir fielmente, llevar a cabo los propósitos de la Orden. Por eso, su deber como guardiana, era protegerla.

La Alta Guardiana, portavoz del Oraculo, era una Sin’dorei llamada Platea Albanieve. Era muy enigmática. Presea siempre supo que esta ocultaba algo más de lo que aparentaba. Llegaron a ser buenas amigas, a parte de compañeras de la Orden, «Si era tan especial, ¿por qué no se lo pidió a ella?» se preguntó dentro de su frustración. Volvió a suspirar por la nariz levemente y con un movimiento de su bastón, se conjuró un hechizo a sí misma. Saltó al vacío, cayendo gracilmente como una ligera pluma hacia el llano.

Un majestuoso zancudo halcón de plumaje púrpura, con el arnés adornado, pastaba en la hierba semi seca de la sabana desenterrando lombrices. La noche anterior habían caído las primeras lluvias del año en Los Baldíos como una bendición, pues probablemente en muchos meses, no volvería a llover.

El zancudo se irguió dando un graznido al reconocerla y se acercó. La elfa le dio unas palmadas de cariño al lomo antes de subir a la silla, espoleó al zancudo y se marcharon rumbo a la ciudad.

——————————

Orgrimmar. Había una cantidad de gente en el Valle de la fuerza, abrumadora. Todo ser aliado de la horda de a pie negociaban en las subastas o en el banco orco para hacer sus transacciones. Presea aferró el medallón, presentía que estaba muy cerca. Hacía un calor abrasador y la sombra de la palmera que había frente al banco mitigaba esa sensación.

Se apeó del zancudo, dejándolo atado en la palmera. Miraba a todo el que se cruzaba, pues el medallón le indicaba justo donde estaba, pero ninguno de los que veía sentía que era el que debía encontrar. “Qué raro…” se decía. Fruncía el cejo, por un momento pensó que tal vez el colgante estaba dañado, pero no podía ser. De pronto sintió que alguien la estaba observando por encima de su cabeza y alzó la vista. Había un Sin’dorei, justo sentado en el tronco retorcido de la palmera. Sus ojos se clavaron en los de la Magistrix. Era una mirada intensa y profunda, casi le costaba mantener el contacto visual, la estremecía y en parte la intimidaba. Sintió una ligera incomodidad ante tal sensación que le producía esos ojos, parpadeó para contrarrestar ese contacto.

-¿Por qué estáis subido a esa palmera?

-Desde aquí puedo contemplar mejor a todo el mundo que no abajo. -contestó con una voz aterciopelada, muy calmada y agradable, dedicándole una ligera sonrisa en sus labios.

Iba vestido con unas túnicas gastadas -aparentemente cuidadas- de un marrón apagado entre las mangas y los hombros. El resto, en otro tiempo, podría haber sido de color blanco, ahora parecía un blanco grisáceo. Sus cabellos eran dorados cual trigo al sol, largos a media espalda. Su rostro perfilado y perfecto, se reflejaba la belleza de los Sin’dorei, aunque no le hacía justicia por la forma sobrecogedora de cómo la miraba. Despertó la intriga en la elfa, parecía que la estaba esperando, pero era imposible. Quiso dejar de fruncir su ceño y cambiar a una expresión un poco más amable, dejar de pensar más de la cuenta.

-Desde la palmera sería difícil poder hablaros. Os estaba buscando. -dijo con aire misterioso.

El elfo bajó de un salto con agilidad. La altura podría haber sido de unos dos metros aproximadamente, se acercó frente a ella. No borraba esa sonrisa leve de sus labios ni tampoco esa mirada misteriosa que la intimidaba, la abrumaba, pero ¿por qué? Quiso volver a perder el contacto visual, parpadear y evadir esa mirada, pero no se podía permitir que notase inseguridad en sus ojos, así que la mantenía. El orgullo Sin’dorei se asomaba. Era una Guardiana, debía saber mantener la compostura.

-Aquí me tenéis. -dijo extrañamente complacido.

Presea volvió a fruncir el ceño, “¿Aquí me tenéis?”. Podría haber esperado preguntas como ¿para qué le requería? ¿de qué le conocía? O algo parecido. Pero no esa disposición. Parpadeó de nuevo, el rostro de la elfa reflejaba demasiado su desconcierto. Normalmente solía tener temple ante cualquier duda u objeción de los elegidos, pero él logró quebrarlo.

-Mi nombre es Presea. -se presentó directamente- Presea Loren’thar.

El elfo hizo una ligera reverencia con la cabeza.

-Varael. – dijo, sin apartar un segundo la mirada a la elfa.

-¿Le importaría acompañarme? -le preguntó, con una ligera impresión de que estaba siendo apresurada. ¿Era eso lo que el Oráculo quería decir? Se abrumó y sus mejillas se tornaban en un ligero rubor- Por favor.

Varael se percató de ese rubor, casi parecía divertirle su forma de actuar.

-Después de vos. Lady Loren’thar. -la invitó amablemente.

La Magistrix dudó donde reunirse en algún lugar más íntimo, pensó fuera de la ciudad, pero había menos tráfico en la torre de los Dracoleones. Se adelantó, mientras él la seguía desde atrás. La mente de la elfa se disparaba a tantas preguntas que no lograba ver, su percepción caía en picado y le era muy difícil leer sus ojos. Habría jurado, en el momento en que habían mantenido el contacto visual, cuando bajó de la palmera y el sol le arrojaba más luz a su rostro, que sus pupilas se rasgaban en unas finas líneas verticales por unos segundos y el color de sus ojos… ¿podría haberlo vistos distintos? Pero tal vez lo imaginó, ya que el fulgor de la magia era innata en todos los Sin’dorei y apenas se podía percibir el iris, concluyó que fueron imaginaciones suyas.

Mientras subían a la torre, la elfa le miró de reojo por encima del hombro. Este le dedicó una leve sonrisa. Volvió la vista al frente, intrigada por tanta aparente serenidad. Cuando llegaron a la cima de la torre, el Maestro de Vuelo no estaba en su lugar, era el momento perfecto para hablar. Se puso frente a frente, prometiéndose a sí misma que no se iba a dejar amedrentar por la forma en cómo la miraba, sin embargo, prefirió preguntar antes de empezar, alzando una ceja y frunciendo profundamente la otra, con aire suspicaz.

-Antes de… que pueda hablarle. Quería preguntaros si nos conocemos de algo.

-Hace un momento nos hemos presentado, ¿cuenta eso? O debemos presentarnos nuevamente.

Parpadeó aturdida, ¿se estaba burlando de ella?

-No. Hablo de … si nos hemos visto antes de este encuentro. -respondió un poco más seca.

El elfo, volvió a profundizar su mirada en esos ojos durante unos segundos.

-No, no me ha visto nunca, no me conoce. -alegó.

-¿Eso significa que vos sí me conocéis o me habéis visto? -sospechó.

Se mantuvo en silencio durante un instante antes de responder, con la misma expresión que empezaba a resultarle irritable a la elfa.

-Sería difícil no reconoceros si os hubiera visto. Tal vez sí la haya visto en otro lugar, en otro momento, poco importa. Azeroth es muy grande y el mundo es un pañuelo ¿no lo cree, Lady Loren’thar?

La elfa entrecerró los ojos.

-¿Se burla de mí?

-Oh, en absoluto. -frunció el cejo ante tal pregunta, consternado.- Por favor, no se ofenda.

Al menos consiguió alterar esa mirada, eso la hacía ganar cierta seguridad.

-Si me ha reunido aquí, es que deseaba decirme algo importante, la escucho con atención. -añadió, dándole la palabra a Presea.

“Sol… esto no debería ser así.” se dijo a sí misma por cómo había derivado de entrada la conversación. Dio un profundo suspiro, cerrando un instante los ojos. Sacó el colgante que tenia bajo la toga, desatando la cadena de un tirón firme. El elfo la miraba espectante. Presea abrió la palma de la mano donde reposaba el colgante. Había un símbolo grabado: un ojo áureo en filigrana dorada con el iris centelleante como un rubí. Pasó la palma de la mano sobre él. El objeto reaccionó, formando un holograma de menor tamaño, en ese instante, Azeroth se reflejó girando sobre su órbita.

-Azeroth está sumido en un inmenso peligro, -El holograma de Azeroth se acercaba en tres imágenes, cada vez más próximo a Rasganorte, concretamente Ulduar.- Están apunto de despertar a un dios antiguo que atormenta las mentes de las criaturas que se aproximen a su creación -La majestuosa Ulduar, en las Cumbres Tormentosas, aparecía tridimensional, a vuelo de pájaro- El mundo ha declarado la guerra al Rey Exánime, y la venganza les ciega a lo que les espera al Nordeste de Rasganorte. -El trono helado apareció. Esperando sentado a los campeones de la Alianza, de la Horda, y de la Cruzada Argenta, el temible Rey Exánime.- Nuestro deber es llegar a Ulduar, y detener esta locura. La liga de los Expedicionarios, no parecen ser conscientes de lo que están apunto de hallar.

Varael se mantuvo atento a las imágenes del holograma, de vez en cuando, miraba a la elfa viendo cómo se concentraba y hablaba con prominencia. Presea se dio cuenta que la estaba mirando, y volvió a tensarse ligeramente.

-¿Sabéis por qué estoy aquí, Varael? -preguntó siendo directa. Trataba de no ser descortés, mientras sostenía el medallón y el holograma se detuvo en una imagen más lejana de Ulduar.- Todo esto me parece más raro a mí que a vos. Me habéis seguido sin preguntar. Parecía que me estabais esperando, y ni siquiera os he dicho quién me envía y qué soy.

El elfo ladeó la cabeza.

-Sabía que vendríais. -dijo con serenidad, despejando parte de su sospecha.

Se sintió ofendida. “¿Así que lo sabía? ¿Por qué no me avisó el Oráculo de esto?” pensó. Cada vez entendía menos por qué estaba aquí. Desactivó la magia que proyectaba el colgante. Empezó a desconfiar.

-No puedo creer que me hayáis hecho decir lo que está ocurriendo en Ulduar. -le costó mantener una actitud calmada, pues parecía evidente que estaba informando a un miembro ya de la orden y que sabía cual era su papel.- ¿Todo esto lo sabíais? ¿sabéis quién soy? ¿quién me envió?

-Sabía que ibais a hablar conmigo.

-¿Por eso fuisteis tan dispuesto? -inquirió molesta.

-No sabía de qué ibais a hablarme, si eso os consuela. -respondió cauto. Notaba la molestia de la Magistrix y desde luego le sabía mal.

-Pero sí sabíais quién me envía.

El elfo alzó la mano pidiendo calma.

-No. No lo sabía.

Permanecía tan tranquilo y sereno, que a Presea le costaba creerle. Ese manto misterioso que procuraba portar Varael, la exasperaba. No podía ver más allá de sus ojos, no podía percibirle y sentía que estaba dando palos de ciego. Lo único que interpretó, es que él iba un paso por delante de ella.

-¿Y cómo sabíais que iba a venir?

-Por que… era el momento de conocernos.

Presea enarcó una ceja. Seguidamente, se cruzó de brazos y prefirió mitigar su conducta escéptica para dar tregua.

-Así que… sabíais que venía pero no a qué, ni por qué.

Varael dio un asentir, casi en una reverencia condescendiente. La elfa suspiró hondamente.

-Está bien… debo deciros que, por primera vez he dado un paso por delante de lo que normalmente debería ser esto. -se dio un momento. Recordó las palabras del Oráculo y de lo mucho que coincide a qué se refería. Se precipitó y ha regañadientes lo reconoció ella misma. Sin embargo, aún le intrigaba por qué esperaba encontrarse con ella, pero supuso que debía aguardar- Debéis saber… que vuestro destino está apunto de cambiar, pues quien me ha enviado a buscaros, cree que podéis cambiar el rumbo de donde yo y varios como yo, servimos a una causa: Salvaguardar Azeroth de los secretos que oculta, pues podría causar hasta la propia destrucción a sí misma. Es por eso, que los Titanes consideran destruirla por los múltiples… “errores del sistema”. Así lo llaman.

Varael la escuchaba con atención, pero no mostró asombro o perplejidad a las posibles novedades que la estaba anunciando.

-Quien os pidió buscarme, ya me encontró.

Presea frunció el cejo. Otra vez esa disposición.

-¿Aceptáis vuestro destino?

Varael asintió levemente, volviendo a mirarla con esos ojos tan intensos, que la elfa no lo esperó, consiguiendo abrumarla. Ella apartó la mirada a sus manos, con el fin de no parecer que le estaba rehuyendo del contacto visual. Debía conjurar el hechizo, el sello que vinculaba el juramento del elegido. Ató su propio colgante detrás de su cuello que tenía sostenido en la mano y después, juntó las manos sin tocarse la una a la otra. Cerró los ojos, sus ropas se mecieron y una luz violácea sostuvo entre ellas, creando un colgante idéntico al suyo. Una vez finalizado el hechizo, cogió el colgante y se acercó a Varael para entregárselo.

-Esto siempre fue vuestro, llevaba tiempo esperándoos.

El elfo miró el colgante que le entregaba.

-Acepto mi destino, pero no será necesario tal obsequio.

-Es necesario. -destacó la Magistrix frunciendo el cejo, un poco firme.- No es un colgante cualquiera. Es el único modo de poder comunicaros con la orden y conmigo. Incluso, tal vez quien me envió, el Oráculo, pudiera hablaros a través de él.

-Lady Loren’thar, creedme cuando os digo que no será necesario. -insistió amablemente.

-¿Y cómo se supone que acudirá si os necesitase? -replicó la elfa.- Sea yo, o sea quien os requiera.

Varael guardó silencio, parecía no saber responder a tal pregunta. Aunque más que no saber, no quería responder.

-Bien, eso temía. -interpretó Presea que le estaba otorgando la razón al callar. Así que se acercó y ella misma le colgó el medallón. Este se dejó, pero una vez más la miró a los ojos de ese modo que sobrecogía a la elfa al tenerla tan cerca. Inmediatamente, la Magistrix dio dos pasos atrás y apartó la mirada.

El colgante reaccionó al contacto del elfo, reconociéndole, ligándose a su alma. Varael sostuvo el objeto en sus manos cuando sintió la magia del colgante. Presea, se empezaba a sentir incómoda. Su silencio, su petulante actitud (o eso le parecía), su aura de misterio, sus ojos penetrantes. Ya le había entregado y dicho lo que quería decir, bueno… más o menos. Era demasiado desconcertante hablar con él, tal vez no estaba preparada para ser ella quien lo encuentre. “Debería haber sido Platea y no yo. A ella se le da mejor estas cosas” pensó.

-Volveremos a vernos, Varael.

El elfo levantó la mirada de nuevo a Presea.

-Lo sé. Estaré esperando a nuestro nuevo encuentro, Lady Presea. -dijo enigmático.

La elfa dio un profundo suspiro, mirando hastiada a los ojos de Varael.

Sí… estoy segura. -respondió desafiante a la par que su mirada, y de pronto, Presea se volvió transparente al conjurar el hechizo de invisibilidad y desaparecer frente a él.

Estaba agradecida de irse de ahí, toda esa tensión se evaporó. Dobló la esquina al cruzar el puente que unía la torre hacia el Valle de Sabiduría. Cuando estuvo lo suficientemente lejos de la torre, cerca del umbral del Circo de las Sombras, se asomó para ver qué haría. Observó en la distancia a Varael a escondidas. Este, dibujó una sonrisa en sus labios complacido al quedarse solo. Se quitó el colgante, y lo guardó en su bolsillo. La Magistrix alzó la ceja, “¿Y esa sonrisa? ¿Quién demonios es ese? Lo averiguaré. Pronto lo sabré y esa sonrisa desaparecerá cuando sepa lo que me ocultas” se dijo. Después, Varael bajó por la rampa de la torre de los dracoleones y desapareció de la vista de la elfa.

Autor:

"O todos, o ninguno". Nuestro lema. La unión nos hace fuertes, nos hace uno. La unión... nos hace invencibles.

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